En gesto que Martí equiparó al de Maceo en Baraguá, el general villaclareño Ramón Leocadio Bonachea escenificó el 15 de abril de 1879 en la localidad espirituana de Jarao otra protesta histórica.
Es una mañana neblinosa de mediados de abril de 1879, cuando por la escalerilla del navío de guerra español Don Juan de Austria, surto en el puerto de Tunas de Zaza, asciende un grupo de cubanos precedidos de un hombre pelirrojo de larga barba y mirada retadora.
Se trata del General de Brigada insurrecto José Ramón Leocadio Bonachea Hernández, su esposa Victoria y sus dos hijas, así como oficiales de su tropa y algunos amigos de confianza. Junto a él, en gesto deferente, el General hispano Emilio Callejas e Isasi, jefe militar de la provincia de Las Villas.
El buque irá a Jamaica y llevará a bordo al hombre que, junto a un centenar escaso de patriotas, hostigó sin descanso durante un año, dos meses y cinco días a las tropas colonialistas en un extenso territorio comprendido entre Morón, Ciego de Ávila, Trinidad, Sancti Spíritus y Remedios, a partir de la firma del Pacto del Zanjón en febrero de 1878.
PATRIOTISMO A TODA PRUEBA
Cuando se difunde la noticia de la firma del pacto, Ramón Leocadio Bonachea se encontraba en la zona de Morón para asistir al nacimiento de Leocadia, su segunda hija. Su reacción ante esa mala nueva fue primero de estupor y luego de rechazo tajante.
Con un grupo de subalternos, Bonachea envió mensajes a oficiales y combatientes —capitulados o no— para que lo siguieran en su esfuerzo desesperado por oponerse a la paz oportunista impuesta por el General Arsenio Martínez Campos cuando los cubanos, como dijera luego Fidel, dejaron caer la espada.
No tarda Bonachea en iniciar operaciones ofensivas contra las fuerzas peninsulares y en rápida progresión bate a una tropa del Batallón Alfonso XII. Luego, la columna del hasta entonces Teniente Coronel Bonachea toma Morón, pasa por Ciego de Ávila y prosigue hasta Sancti Spíritus, donde se apodera de la hacienda El Rubio y ocupa allí armas y pertrechos.
Derrota sucesivamente al Batallón Simancas; a continuación vence de forma contundente a los españoles en Cabeza del Negro y empeña combate cerca de Sancti Spíritus con el Coronel Machín, quien muere en la acción junto a no pocos de sus soldados.
Los intereses coligados de españoles y hacendados criollos, deseosos estos últimos de que España cumpla lo prometido en El Zanjón, conducen a la concertación de una entrevista con un oficial ibérico en el ingenio San Agustín, zona remediana de Zulueta, en la cual se le hacen a Bonachea distintas propuestas para el cese de la lucha, pero él no las acepta.
Los continuos golpes tácticos de la pequeña tropa insurrecta provocan la alarma en Martínez Campos, quien sale para Las Villas al frente de un numeroso contingente. La concentración de tropas hispanas en la zona de operaciones obliga al jefe mambí y los suyos a un repliegue táctico hacia Morón.
SE FRUSTRA LA ESPERANZA
El General Calixto García, quien había asumido en septiembre de 1878 la jefatura del Comité Revolucionario Cubano en el exilio, le escribe a Ramón el 14 de septiembre una carta en que elogia su gesto, lo exhorta a combatir hasta la muerte y le da esperanzas.
Ya el día 10 había firmado el diploma de ascenso de Bonachea a General de Brigada, pero este texto no le llega, pues queda en las manos de Ángel Mestre, presidente del Club Revolucionario de La Habana y uno de los jefes del levantamiento que se preparaba, quien veía en Bonachea un estorbo para sus planes, ya que mantenía la zona central en estado de guerra sin que constituyera una amenaza creíble para el poder de España en Cuba.
Mestre y Serafín Sánchez —quien entiende iguales razones, decepcionado por el poco espíritu guerrero que observa entre los cubanos— redoblan presiones ante Bonachea para que cese aquel esfuerzo tan heroico como inútil, el cual podía terminar de un momento a otro con la muerte del bravo Brigadier a manos de un asesino a sueldo pagado por la metrópoli y por cubanos traidores.
A LA ALTURA DE BARAGUÁ
España, al cabo victoriosa, se vio obligada a aceptar las condiciones impuestas por otro patriota que, sin la relevancia militar y política de Maceo, impuso su derecho a resistir contra el enemigo hasta las últimas consecuencias. Bonachea así lo hizo constar en la localidad espirituana de Hornos de Cal, Jarao, cuando ante un grupo de notables suscribió la histórica acta, en la cual plasmó:
«(…) De ninguna manera he capitulado con el Gobierno español ni con sus autoridades ni agentes, ni me he acogido al convenio celebrado en el Zanjón, ni con esto me hallo conforme bajo ningún concepto (…)»
Iberia tuvo que ponerle un edecán y alfombra de honor al héroe —hasta hacía poco casi desconocido— y facilitarle un barco de guerra en su viaje al cenit de la historia de su patria amada.
El General Bonachea regresa de nuevo a Cuba en diciembre de 1884 como parte de un nuevo plan insurreccional, pero es apresado por barcos españoles, llevado a tierra y luego de su enjuiciamiento y condena por un tribunal de guerra, ejecutado en el Castillo del Morro en Santiago de Cuba el 7 de abril de 1885.
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