La experimentación invade los predios de un género pictórico tradicional.
Sin caer en la trampa de un paisajismo sin riberas a lo Garaudy, el reajuste conceptual de sus márgenes ha permitido flexibilizar los componentes expresivos. Ya no se trata de seguir absolutamente las preceptivas del canon holandés o académico; en época contemporánea más bien se tantean otros modos de apreciar el paisaje como manifestación artística.
Con la entronización del cambio de sensibilidad abierta por la posmodernidad, la fragmentación, el instalacionismo y la búsqueda de un quehacer anticontemplativo comenzaron a contaminar hasta el arte de género clásico. Un ejemplo de este aserto se encuentra en el Salón de Paisajes inaugurado en la sede de la Uneac por su Filial de Artes Plásticas, donde el jurado tuvo en cuenta estos principios al otorgar los premios y menciones.
La beca de creación que se concede a los dos ganadores fue para Juan Carlos Lage López por su obra pictórica El cortejo y para Héctor Herrera Acosta con su fotografía digital La hora del té. Son dos propuestas que se ajustan a los nuevos tiempos inclusivos. La primera se apoya en la técnica tradicional del óleo sobre tela con un paisaje monocromo saturado de misterioso lirismo al establecerse un diálogo intimista entre el entorno natural y el bote solitario y la segunda obra apela a un conjunto de fotos que, como secuencia fílmica de corte testimonial, registra el proceso de fumigación cotidiana en nuestro entorno urbano.
En la entrega de las cinco menciones hubo una ostensible variedad de propuestas. Fueron ellos Jorge López Pardo, Luisa María Serrano (Lichi), Álvaro José Brunet, Samuel Reina Calvo y Nelvis Jacomino Albert. Cada uno ofreció una visión muy particular del paisaje no solo como posibilidad semántica de sus contenidos, sino, ante todo, como modos conceptuales y técnicos de abordarlo.
Jorge López presentó un dibujo, Tanque marchito, elaborado en carboncillo sobre tela, que a partir de los recursos minimalistas bocetó un tanque elevado de agua descabezado como una flor para ofrecernos una transposición de significado antropomórfico referida al ser humano marchitado por las dramáticas contingencias actuales.
Lichi, a través del tapiz, acudió al poema Para mi pavor estoy solo, de Rubén Alonso, para reflejar en tonos azules la angustia de la soledad y el desamparo dentro de un ambiente citadino frío y ajeno.
Álvaro José de nuevo irrumpe con la problematización del pensamiento al concursar con la fotografía experimental Olor a muerte, propuesta técnica novedosa en el ámbito espirituano. Se trata de una pieza elaborada mediante tinta transferida sobre cartón bagazo para proponer con irónica alusión la agónica subsistencia ¿azucarera?
Samuel Reina, desde una óptica más bien contemplativa, propuso una fotografía que cumple con la rigurosidad del paisaje rural captado desde la preceptiva clásica ajustada a la búsqueda de los claroscuros, el balance compositivo y la captación de cierta atmósfera de misteriosa calma.
Nelvis Jacomino se vale de las técnicas del photoshop para presentar una obra cargada de múltiples lecturas, saturada de cubanía, que toma como alegoría una bandera cubana sostenida por una mano que surge desde un enigmático saco de nailon.
Tales premios y menciones constituyen un muestrario que refleja la diversidad de técnicas y procederes en materia paisajística. Mediante la pintura, fotografía, dibujo, tapiz e instalación, se ofrece un abanico de posibilidades expresivas que, como imágenes cinematográficas, van desde los planos generales hasta las que se limitan a los primeros planos que sugieren, más que exhiben, una voluntad de reflejar la relación figura-fondo desde una óptica de entorno citadino o natural. Hay quienes incluso inventaron su propio paisaje al adentrarse en el ámbito de la pura imaginación.
De todo coexiste en la viña del Señor. Están los artistas que buscaron su fuente de creación en lo naif; otros, en el realismo más ortodoxo. Los hay quienes prefirieron arriesgarse con la propuesta conceptualista o los que coquetearon con la abstracción. Cada uno de ellos constituye un modo de decir muy personalizado sobre el paisaje. En definitiva, en esta búsqueda por un nuevo paisajismo existe voluntad por admitir a los excluidos, a aquellos que gozan con la pura experimentación y reafirman su derecho a participar en un género concomitante al ser social.
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