Condenado por 188 Estados miembros en la Asamblea General de la ONU, esta guerra económica criminal e ilegal de EE.UU. contra Cuba se torna hoy insoportable e indefendible para sus ejecutores
La victoria arrolladora de Cuba en esta vigésimo tercera ocasión en que se acaba de discutir en la ONU su moción contra el bloqueo económico, comercial y financiero que los Estados Unidos mantienen contra la isla debería, cuando menos, llevar a una seria reflexión a los círculos dirigentes de la superpotencia.
Aunque los resultados de la votación en la Asamblea General arrojaron 188 votos a favor, dos en contra —EE.UU. e Israel— y tres abstenciones —Palau, Micronesia e Islas Marshall—, guarismos idénticos a los del pasado año, la situación para Estados Unidos, Cuba y el mundo es otra desde el punto de vista cualitativo.
Si hasta ahora Washington había venido ignorando olímpicamente la masiva oposición del orbe al criminal bloqueo, esa posición prepotente y desafiante se erosiona cada vez más a la luz de las nuevas circunstancias, pues muchas cosas han cambiado o variado en el planeta desde la última cita en el organismo mundial para discutir un tema que ya se ha hecho recurrente.
En la actual coyuntura internacional, en que Estados Unidos y su cancerbera, la OTAN, se disponen a retirarse de Afganistán, están enzarzados en una lucha inédita contra el estado islámico en el Medio Oriente y con la humanidad entera amenazada por el mortal brote de ébola en África, no parece el momento adecuado para continuar violando las leyes que rigen las relaciones entre los estados, ni para proseguir burlándose de la opinión pública internacional.
Si a esto se une que dentro de la propia nación americana el sentir de los ciudadanos estadounidenses y cubano-americanos ha ido evolucionando favorablemente a la idea de la eliminación del bloqueo y el establecimiento de relaciones normales con la isla —según lo reflejan recientes encuestas— se puede deducir que ese entramado diabólico y perverso que es el bloqueo ha perdido progresivamente su base de sustentación pública, algo que, por necesidad, debe tener impacto político.
Si se mira bien, ya lo está teniendo, pues en las últimas semanas conocidas figuras de la política estadounidense como la exsecretaria de estado Hillary Clinton, en un libro de memorias y en declaraciones a la prensa, se ha pronunciado en contra de ese engendro sobreviviente de la época de la Guerra Fría, y otras personalidades, como el exgobernador de la Florida, Charlie Christ y el senador demócrata James McGovern, entre otros, empiezan a pronunciarse por el fin del bloqueo.
Y lo que ha comenzado a proliferar en el estamento político de los dos partidos hegemónicos del poder en Washington: una especie de batalla de ideas —e intereses— a favor y en contra de lo que eufemísticamente ellos llaman embargo, ha pasado a los medios; por ejemplo, en tanto The Washington Post ha manifestado: “No hay que premiar a Cuba eliminando el bloqueo, mientras esta mantenga la línea que le dio origen”, otro influyente diario, The New York Times, plantea todo lo contrario.
El neoyorquino Times ha publicado tres editoriales seguidos sobre el tema Cuba: uno para reconocer el aporte singular de la isla en la lucha contra el ébola, y dos para cuestionar el bloqueo y defender el principio de su eliminación, pues hace rato que esa guerra económica genocida contra una pequeña nación de apenas 11.2 millones de habitantes le está acarreando al país que lo aplica fuertes contradicciones y fricciones con la comunidad internacional, incluidos sus aliados más estrechos.
Precisamente por lo anterior, se le hace cada vez más difícil al embajador estadounidense en la ONU, Ronald Godard, tratar de justificar lo injustificable y, naturalmente, fracasa en la misión imposible de intentar hacer ver que el tema del bloqueo es un asunto bilateral entre Washington y La Habana.
Hundidos en sus asientos en el enorme hemiciclo de la Asamblea General, Godard y sus colaboradores tuvieron que escuchar, literalmente aplastados por el peso de los argumentos vertidos, la opinión condenatoria de la comunidad mundial.
Ante esta realidad en que gobiernos, parlamentos, prominentes figuras políticas, premios Nobel, y organizaciones internacionales, además de países y grupos de países, apoyan abrumadoramente el fin del bloqueo, como acaba de ocurrir en la ONU, da la impresión de que, quiéralo o no, al Presidente Obama, o a su probable sucesora Hillary Clinton no les quedará más remedio que emprender el camino de la normalización de las relaciones con Cuba.
Él neoliberalismo es quien tiene problemas de credibilidades sí alguna persona lo duda está aún reciente la victoria en la ONU por un embargo qué nunca tuvo la razón de ser ahora los neoliberales de Norte América pueden derrumbar la barrera de falacias y desidias de apátridas esquizofrénicos y volver a la senda del bien con respecto a Cuba pues de los errores siempre se aprenden más aún cuando está a la vista los Magnánimo solidarios de los cubanos y cubanas.Lázaro Izquierdo Martínez