El 18 de noviembre de 1896 a un costado del río Zaza cayó en combate contra una nutrida columna española el más grande de los patriotas espirituanos
Cuando en marzo de 1892 José Martí escribió a Eduardo Hidalgo Gato, rico industrial y patriota cubano asentado en el sur de La Florida, para recomendarle a su amigo Serafín Sánchez, necesitó apenas una oración para revelar los méritos combativos de aquel batallador: “De soldado se anduvo toda Cuba”, le dijo.
Y seguidamente abundó: “(…) adquirió gloria justa y grande. Es persona de discreción y de manejo de hombres, de honradez absoluta y de reserva y como usted lo ve tiene de columna hasta la estatura”.
Ya por aquel entonces el general espirituano acumulaba en su hoja de servicios casi un cuarto de siglo entre guerras, exilio y conspiraciones y todavía le estaba reservado un capítulo repleto de hazañas a favor de la causa cubana.
Serafín se había levantado en armas a los 22 años de edad, el 6 de febrero de 1869, al frente de 45 hombres en Los Hondones, cerca de Bellacota, y en el lapso de unos pocos meses participó en decenas de combates y vio morir a dos de sus jefes: Honorato del Castillo y Ángel Castillo.
En la zona central resiste como puede la presión del enemigo y la escasez de avituallamiento hasta que se produce el éxodo masivo de los patriotas villareños hacia Camaguey y Oriente. Es entonces cuando combate bajo las órdenes de Agramante hasta la muerte de este en 1873 y después con Máximo Gómez en La Sacra, El Naranjo, Mojacasabe, Palo Seco, Las Guásimas…, gana grados militares y autoridad entre sus hombres, alfabetiza soldados, se foguea por días.
A propósito de la invasión a Las Villas de 1875, Serafín Sánchez regresa a la jurisdicción espirituana, donde libra decenas de acciones combativas y se mantiene sobre las armas hasta que sobreviene el fatídico Pacto del Zanjón.
ENTRE GUERRA Y GUERRA
Entre el fin de la Guerra Grande y el inicio de la Chiquita transcurren apenas algunos meses, en los que el revolucionario se ve en el difícil trance de negociar la salida del país de Ramón Leocadio Bonachea, quien a pesar de la paz zanjonera se mantiene sobre las armas, y a la vez conspirar por la independencia definitiva de la patria.
Serafín en uno de sus viajes a La Habana se entrevista con Arsenio Martínez Campos en el Palacio de Gobierno, con quien trató el espinoso caso de Bonachea, perseguido a más no poder por el mando peninsular, negociación que según su biógrafo Luis F. del Moral Nogueras provocó acusaciones injustas que el espirituano supo sufrir pacientemente.
Los hechos se suceden a una velocidad vertiginosa: Bonachea sale del país en abril de 1879, Serafín, que ha contraído matrimonio en junio de ese año, vuelve a la guerra el 9 de noviembre y un mes más tarde es reconocido como jefe del movimiento en Sancti Spíritus por Calixto García, presidente del Comité Revolucionario Cubano, exiliado en EE. UU.
Fracasada la efímera guerra, comienza su peregrinar por Nueva York, Nassau y Dominicana, donde logra asentarse en medio de una pobreza que conmueve.
Máximo Gómez, jefe y maestro en el Camagüey y la invasión a Las Villas, decide dejar de fumar para reunir dinero y comprar una leva nueva a su discípulo y compadre. Versiones familiares confirman también que en otro momento Serafín y el general Francisco Carillo, a pesar de la significativa diferencia en sus respectivas tallas, alternaban el único par de zapatos disponibles para sus trabajos de proselitismo.
“(…) escríbale al general Gómez, escríbale a los demás jefes de la guerra, que estén dentro y fuera de Cuba y dígales a todos sus amigos que nosotros estamos dispuestos a luchar de nuevo y a triunfar a toda costa”, le pide a Martí en su empeño reconciliador desde el sur de La Florida, donde se radica como un tabaquero más hasta su regreso a Cuba.
OTRA VEZ EN SUELO PATRIO
11 de noviembre de 1895. Bernabé Boza, jefe del Estado Mayor del Generalísimo, no oculta su admiración por el militar espirituano que tiene en frente: “(…) este jefe es, después de Gómez y Maceo, el mejor general que tenemos en la guerra hoy”, escribe en su diario.
Serafín había regresado a suelo patrio el 24 de julio por Punta Caney, al sur de Sancti Spíritus, junto a los generales Mayía Rodríguez y Carlos Roloff con la que se considera la primera gran expedición de la Guerra Necesaria, un compromiso contraído con Martí luego del fracaso de La Fernandina.
La llegada de Serafín acabó de levantar a Las Villas. Un día después de su arribo se le suman Federico Toledo y Quirino Amézaga con 100 hombres y meses más tarde, cuando entra a la zona de Lázaro López el contingente invasor procedente de Oriente, ya los villareños reunidos bajo su mando suman 2 000 hombres.
La invasión es toda gloria: combates en Iguará, Casa de Tejas, Boca del Toro, Mal Tiempo, Jovellanos, Coliseo, Calimete… En el antiguo central Godínez carga de tal manera contra una formación enemiga que el propio Gómez debe interceder ante el empecinamiento del espirituano:
— Deje eso, general Sánchez, ya se ha hecho bastante, lo calma su jefe.
A las puertas de La Habana Serafín es designado para resolver urgencias en Las Villas y posteriormente, en su condición de nuevo Inspector General del Ejército Libertador, viaja a Oriente por órdenes expresas de Gómez a enfrentar complejos problemas en el campo insurrecto. Allí se entrevista primero con Calixto García y luego con José Maceo y aprovecha la ocasión para rendir tributo a Martí en Dos Ríos.
EL ÚLTIMO COMBATE
Tiempo después de los trágicos sucesos de aquel 18 de noviembre, cuando libró su último combate el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, el entrañable amigo y compañero de lucha Enrique Loynaz del Castillo, también jefe de su Estado Mayor, reveló en su libro Memorias de la guerra que aquella acción militar surgió como una especie de duelo entre el patriota espirituano y el Coronel Armiñán, del mando español, al que ya había derrotado en Manajanabo en febrero de ese año.
Serafín y Armiñán se habían encontrado al atardecer del 17 de noviembre en la zona de Manaquitas de Capiro, Cabaiguán, donde al cabo de dos horas de fuego cruzado sin mayores contratiempos los peninsulares abandonaron el campo de batalla. Es entonces cuando, de acuerdo con la versión de Loynaz del Castillo, Serafín, a través de un prisionero español, hace saber al oficial enemigo que al día siguiente lo esperaría para un nuevo encuentro en el Paso de las Damas.
Según han logrado cotejar los historiadores Rolando Fernández y Pedro Marín, el General espirituano aseguró las posiciones más ventajosas para las tropas mambisas en la margen izquierda del río Zaza, pero no contó con que a la columna española se unirían significativos refuerzos comandados por el General López Amor, quien se encontraba en Sancti Spíritus.
Es así como alrededor de la una de la tarde del 18 de noviembre de 1896 estuvieron frente a frente las tropas insurrectas —unos 800 hombres en total, de los cuales sólo 300 estaban en disposición combativa— y las españolas, integradas por unos 2 mil 600 efectivos de infantería, artillería y caballería.
Bajo una verdadera lluvia de balas y en evidente desventaja numérica los cubanos lograron detener al enemigo durante varias horas, pero sobre las cinco de la tarde, al escasear el parque, Serafín dispuso la retirada ordenada de las huestes cubanas para evitar un innecesario número de bajas. Mientras dirigía personalmente el repliegue, exactamente a las 5 y 15, una bala lo alcanza, provocándole la muerte casi instantánea.
Los cubanos, impactados por la pérdida de su jefe, aun cuando iban en retirada, lanzan una frenética carga sobre el enemigo, que se ve obligado a recruzar el río y retroceder con significativas pérdidas en sus filas. Ya en horas de la noche, con el General Francisco Carrillo al frente de las tropas, los mambises se retiran definitivamente del escenario llevando consigo el cadáver de Serafín, a quien se le rinden máximos honores militares.
En el improvisado campamento Loynaz del Castillo completa los apuntes más tristes de todo el Diario de la Inspección General:
“Oh, funesto día. Hoy la desgracia nos abruma. Los que han peleado como buenos están llorando. ¡El Mayor General Serafín Sánchez ha muerto! (…)
El ayudante Capitán Vivanco era herido; Tte. Vicente Carillo perdía su caballo. El Gral. Carrillo recibía una contusión en la cara. El Gral. Sánchez se volvía a ver el movimiento enemigo cuando lo atravesó del hombro derecho hacia el izquierdo el proyectil de un Máuser. —¡Me han matado!, dijo y luego: Eso no es nada; ¡Siga la marcha!”
EL GENERAL SERAFÍN
El más grande paladín
que en esta tierra nació
y que su vida ofrendó
fue el General Serafín.
No hubo un solo confín
de Cuba en que no estuviera
defendiendo la bandera
con el machete mambí,
junto a Gómez y Martí,
cabalgando o en la trinchera.
Hijo de buena familia
con algunas propiedades,
no concibió vanidades
el lucro ni la perfidia.
Hombre sin ninguna envidia,
bien sano y de noble hacer,
así se le vio crecer
entre el campo y la ciudad
dando pruebas de bondad
con su justo proceder.
Fue maestro, agrimensor
y además de gran guerrero,
con su pluma y el tintero
también fue buen escritor,
Tuvo dotes de orador,
de poeta y periodista,
hombre sumo y altruista,
valiente, firme y humano,
orgullo de espirituano
y de Cuba Socialista.
Caminó montes y sierras,
y estuvo en la emigración
defendiendo la nación
con firmeza en las tres guerras.
Los combates de estas tierras
en Mayajigua inició
los que luego prosiguió
en Las Yanas, Judas Grandes
y a la altura de Los Andes
en El Jobo se fajó.
A Cabaiguán liberó
de las inmundas guerrillas
y de Guayos las pandillas
de españoles ahuyentó.
En Paredes atacó
y destruyó el fortín,
en El Jíbaro dio fin
a los abusos que había
y ya España conocía
de quien era Serafín.
Proseguía la paliza
en la finca San José
como también se le ve
peleando en La Ceniza.
No hubo tiempo para misa
en sus intensas jornadas,
combatió en Las Coloradas,
con arrojo y ningún cejo
y San Luís con Polo Viejo,
fueron batallas ganadas.
En Las Yaguas, Palo Seco
su machete hizo luz
y en La Sacra y Santa Cruz
también replicaba el eco.
En Las Guásimas un hueco
le propinó al invasor
y desbordando valor
en Jimaguayú se le vio
aquel día en que cayó
Agramonte, El Mayor.
Fue firme en el Manifiesto
que proclamó Bonachea
de no truncar la pelea
y seguir la lucha apresto.
Quiso continuar su puesto
en el combate cabal
por eso en Hornos de Cal
quedó claro en Serafín
que en la guerra no había fin
sin la victoria total.
Con Martí fue hombre de ley
y estuvo en la Fernandina
pero al ver que no germina,
vino por Punta Caney.
Mientras en España el Rey
confundido en su fortín
había declarado el fin
de la guerra libertaria,
la ofensiva temeraria
continuaba en Serafín.
¿Qué ha dejado Serafín
para el presente y futuro?:
un ejemplo limpio y puro
como destino y confín.
El día que llegó su fin
en fatídica avalancha
¡ no importa, siga la marcha!
le salió del corazón
cuando la bala un pulmón
mataba un hombre sin mancha.
Enrique Bernal Valdivia. 18/11/20134