Inmersos en la batalla para la segunda vuelta de las elecciones, los observadores y el público todavía se preguntan cómo pudo votar una mayoría por el candidato de la guerra mientras tanta gente permanecía indiferente en casa.
Pocos dudaban que el pasado domingo 25 de mayo el candidato oficialista colombiano Juan Manuel Santos saliera delante con una cómoda mayoría, si bien insuficiente para evitar ir a una segunda vuelta, pero la realidad tozuda le deparó una derrota que ha disparado las alarmas en ese país suramericano, y más allá.
Parecía que a Santos le bastaría con presentar los logros de un proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia—Ejército del Pueblo (FARC—EP) que transcurre en La Habana desde noviembre de 2012, y donde ya se alcanzaron acuerdos en los tres primeros de los cinco puntos de la agenda, masla sola consigna de la paz no bastó por si sola para inclinar la balanza a su favor.
Oscar Iván Zuluaga, el candidato del tristemente célebre expresidente Álvaro Uribe Vélez, al frente del llamado Centro Democrático, que no tiene nada de centrista, ni de democrático, pues representa a la extrema derecha reaccionaria, ganó esa primera vuelta con el 29. 21 por ciento de los votos, al superar a su principal contrincante, que obtuvo el 25.45.
Mirado desde afuera, parece un contrasentido lo que ocurrió en las urnas, sobre todo cuando se recuerda la larga historia de fechorías y crímenes innumerables que han cometido la oligarquía nativa, el Ejército y las bandas paramilitares contra el pueblo colmbiano a lo largo de más de 60 años, llegando a extremos como la eliminación física de todo un partido político: la Unión Patriótica, y de tres candidatos a la presidencia: Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán Sarmiento y Carlos Pizarro.
La historia política colombiana, directamente influida también por el flagelo del narcotráfico, ha sido una constante de violencia e inseguridad ciudadana, de crímenes políticos, de la eliminación física de líderes obreros y de luchadores por los derechos civiles, en una orgía sin fin de muertes, atropellos, despojo de tierras, abusos contra las minorías indígena y negra; en fin, un marasmo de terror, inseguridad e injusticia galopante.
Y al observador externo le parece que resulta suficiente que un candidato ofreciera la posibilidad cierta de acabar con esa pesadilla de una vez por todas, como para arrastrar tras de sí a la inmensa mayoría del voto popular, pero en Colombia eso no ocurrió, a pesar de que el derechista Zuluaga ha afirmado que si obtiene la victoria acabará con el proceso de paz y pondrá todo su empeño en destruir a las guerrillas por medio de la guerra.
¿Qué pasó entonces? ¿Por qué Santos no arrasó, si tenía la ventaja del poder político en sus manos en su condición de candidato—presidente? La respuesta es compleja, por cuanto inciden en ella factores de índole objetivo y subjetivo.
Partiendo de los antecedentes descritos, la victoria habría ido supuestamente a las manos de Clara López, candidata por el Polo Democrático—Unión Patriótica, que agrupa a las fuerzas de izquierda; sin embargo, ella obtuvo solo un 15.32 por ciento de los votos y quedó en cuarto lugar después de la conservadora Marta Lucía Ramírez, con 15. 58. En último lugar se ubicó Enrique Peñalosa, del Partido Verde que sumó 8.35 por ciento de los sufragios.
Hay que decir que antes de los comicios nadie daba posibilidades presidenciables a los otros candidatos fuera de Santos y Zuluaga, pero todos coincidían en que la cita en las urnas serviría para vivenciar la fuerza real de cada una de esas candidaturas.
Con varios meses de antelación al “Día D”, el analista Horacio Duque Giraldo cuestionaba en Rebelión.org las posibilidades del actual mandatario en un artículo titulado “A Santos se le hundió la reelección y la paz necesita una Asamblea Constituyente”.
Advertía Duque Giraldo que la candidatura del Presidente se resentía en sucesivas encuestas y que la opinión de los ciudadanos sobre su gestión había registrado severos retrocesos.
“La salud sigue en crisis por cuenta del neoliberalismo, igual la educación pública, los ‘nuevos’ empleos son una basura que degrada, la corrupción es una verdadera epidemia social con la denominada Prosperidad democrática, sigue la violación de los derechos humanos, la reforma tributaria aprobada se hizo para favorecer a la plutocracia financiera y golpear a la clase media y trabajadora”, añadía el analista.
Y agregaba Duque: “La Ley de víctimas y restitución de tierras quedó refundida en los archivos de la burocracia, despedazada por los caciques clientelares y la ineficiencia de los jueces”…
Pero la opinión de Duque era una entre un sinfín de apuestas diversas y pocos la tuvieron en cuenta, partiendo del —supuesto— deseo de los colombianos de una paz a toda costa. Incluso así, pudiera preguntarse: ¿por qué el 60 por ciento de los electores permanecieron en sus casas mientras en las urnas se decidía la opción entre la paz y la guerra? ¿Por qué esa mayoría que se abstuvo no se unió al 15 por ciento que votó por Clara López y al 6 por ciento cuyos votos fueron anulados?
La respuesta es obvia para los entendidos dentro y fuera de Colombia: la candidatura de Clara López es nueva, vacilante y, aun cuando fuese llevada al Palacio de Nariño, su poder real para poner fin al conflicto no estaría en sus manos, sino en las de la todopoderosa oligarquía y su instrumento: el Ejército. Por tanto, una vez despejadas las incógnitas de la primera vuelta, solo queda el febril ejercicio político que ahora tiene lugar con vistas a la segunda el próximo 15 de junio.
Entretanto, el candidato-presidente Santos se ha lanzado a la palestra con un grupo de iniciativas para tratar de inclinar la balanza a su favor. Ya cuenta con el 80 por ciento de los legisladores correspondientes al Partido Conservador de Marta Lucía Ramírez, la que optó con una minoría por seguir a Zuluaga; la izquierda se proponía pronunciarse este jueves, seguramente que por el mal menor, y Peñalosa decía que pensaba dejar libre albedrío a sus electores.
Santos tiene en contra sus veleidades de derecha, errores y concesiones a la oligarquía de donde procede, pero su postura indica un fraccionamiento dentro de esa misma oligarquía y él se muestra cada vez más activo en su afán de reunir votos sobre la base de una especie de frente amplio por la paz.
De ganar Zuluaga, todo el mundo sabe que será una guerra sin fin la que espere a esa hermana nación suramericana y que las amenazas contra Venezuela se incrementarán partiendo de las declaraciones de su tutor, Uribe Vélez, quien llegó a confesar que si no había atacado al país vecino durante su mandato había sido por falta de tiempo. Una victoria de Zuluaga, con toda probabilidad, convertirá a Colombia en un país marginado del actual proceso de integración latinoamericano y caribeño, y cercano peón de Washington y la OTAN en este continente.
Sr Pastor Guzmán: el pueblo colombiano no quiere una paz con impunidad, guerrilla que secuestra niños para ponerlos de escudo humano, matan personas civiles que no tienen nada que ver con el conflicto. Explotan niños, secuestran, son narcotráficantes, explotan la minería ilegalmente. Pero Santos los quiere premiar dandoles curul en el gobierno. Que puede pensar un país, nuestros jovenes, que pueden delinquir y no pasa nada, Borron y cuenta nueva. «Noooo». Los atropellos de este grupo terrorista tiene que ser condenados. ¡Que pasa con el pensamiento Latinoamericano? la guerrilla no representa el pensamiento Colombiano, para nosotros no dejan de ser delincuentes, y su mal llamada ideología, que se la quieren meter a cuanto ignorante que se deja influenciar por un plato de lentejas.