Exponen muestra colectiva de fotografía en la galería Fayad Jamís de la sede espirituana de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
Hay un grupo de jóvenes espirituanos quienes, bajo el liderazgo de su profesor Álvaro José, están dispuestos a demostrar que la fotografía puede traspasar las fronteras del testimonio gráfico explícito. Son los alquimistas del lente capaces de reordenar una historia mediante la manipulación y el rejuego compositivo.
A los que deseen comprobar este aserto, los exhorto a visitar la galería Fayad Jamís, de la sede espirituana de la Uneac, para que aprecien la exposición colectiva Los ángeles de la guarda, un manojo variopinto de instantáneas presentadas por 10 autores. Se sorprenderán de que las propuestas constituyan un ejercicio para la reflexión y la posibilidad de adentrarse en los vericuetos de la imaginación pura.
Desde que en 1839 el francés Joseph Nicéphore Niépce creara el daguerrotipo como principio de la fotografía hasta el presente ha habido múltiples tendencias en las que primó durante un tiempo su función testimonial, de donde derivaría el fotorreporterismo. Pero con la llamada fotografía academicista, artística o pictorialista de finales del siglo XIX, los fotógrafos intentaron darle valor agregado a sus instantáneas. No bastaba registrar la realidad sino, sobre todo, recrearla bajo las preceptivas académicas.
Con la aparición del conceptualismo, enunciado a principios del siglo XX por Marcel Duchamp y desarrollado en la década de 1960 por otros artistas, el arte transformó sus presupuestos estéticos al considerar la idea como fundamento esencial del objeto. Para ellos no bastaba con recrear o reflejar el mundo concreto sensible, había que dinamitarlo y convertirlo en motivo de análisis mental.
Bajo esta perspectiva de lo que podríamos llamar conceptualismo fotográfico, crean estos jóvenes quienes, ante todo, intentan explicarse y alertar sobre la época convulsa en que vivimos. No se extrañen si aprecian cierta humorada mordaz o desencanto en el discurso visual. Ellos son testigos del tiempo, tan saturado de interrogantes y disyuntivas prepositivas de escasos márgenes para la grandilocuencia épica, la sonrisa cómplice.
Aunque todos se definen por cierta tendencia al minimalismo, la limpieza de las imágenes propia del diseño gráfico, el excelente uso de la iluminación y los colores en función semántica, haré referencia a algunas obras para ejemplificar los diversos caminos por donde han transitado estos potenciales artistas del lente tomados de la mano por Álvaro José, guía y mentor de los jóvenes talentos.
Silencio, de Mildrey Betancourt (1981), sintetiza el posible vientre materno fertilizado a través de dos huevos protegidos por una copa transparente invertida. ¿O será que asistimos a la alegoría del nacimiento imposible ante la falta de oxígeno, como indicara una espectadora? ¿Podría hablarse entonces de un enfoque de género ante la delicadeza de la imagen que a la vez que angustiosa puede ser motivo de satisfacción vital?
En Play, de Eblis Díaz (1973), estamos en presencia de un tablero de ajedrez donde las piezas son las dos monedas al uso en Cuba: CUP y CUC. Todo está dispuesto como el enunciado del cambio de moneda que estar por venir, pero que se mantiene en incógnita. ¿Ser o no ser? Como diría William Shakespeare a través de su personaje Hamlet y que aquí se aprecia cual si fuera un juego de ajedrez complejo y tenso.
La constitución, de Nelvis Jacomino (1987), se entronca con el humor sardónico. Una réplica del documento y un botón rojo en el centro anuncia “Por favor pulsar solo en caso de emergencia”. ¿Quién se acuerda en medio de la vorágine cotidiana de que estamos protegidos por una constitución, documento rector del país para organizar y regir nuestros destinos ciudadanos? Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, podríamos decir.
Yelena Lorenzo (1985) acude a la combinación de fotografía y dibujo para darnos, en Vía de escape, una composición lírica y sugestiva donde apenas muestra con el acto de volar de mariposas transformadas en bisagra sobre un jardín de flores abocetadas, la necesidad espiritual de buscar otros paisajes más íntimos y placenteros. La dureza de la bisagra deriva en puertas que se abren.
En una cuerda de sólido minimalismo descansa Cruz, de Álvaro José (1974). Si bien la mandarria erecta puede referirse al dogma religioso con la cabeza de acero ubicada a mitad del mango semejando una cruz, la lectura puede alcanzar los ribetes de quienes con mentalidad conservadora convierten su poder ilimitado en freno al conocimiento humano.
Quizás estos ejemplos, que podrían ser más, sirvan de motivación para el visitante, quien podrá apreciar hasta fines de mayo la muestra colectiva. En ella prima la calidad, el buen gusto, la sensibilidad y el destacado manejo del photoshop para trasmitir ideas y conceptos tan necesarios en estos tiempos de molicie mental.
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