Siempre le gustó lidiar con niños pequeños, siempre supo que quería ser maestra. Quizás por complacerla en ambas cosas la suerte la condujo exactamente al lugar donde se encuentra hoy. En Fomento, donde ha echado más de la mitad de su vida, muchos ignoran que le deben su presencia al hecho de que en Güinía de Miranda, donde nació y residió en su infancia, no existieran escuelas secundarias básicas cuando ella terminó el sexto grado.
Educar es un árbol que nunca deja de crecer
Sancti Spiritus agasaja a sus maestros por el Día del Educador
Tan pronto egresó del noveno, la Escuela de Educadoras de Círculos Infantiles de Santa Clara la tuvo en su matrícula y al concluir, todavía adolescente, se instaló de plantilla en esa especie de nido que ha calentado hasta hoy.
“Empecé en Flores de Primavera en 1978, después de algunos años fue necesario dividir el personal y vine para acá, cuando se construyó este círculo”, declara en el salón de juegos de una institución amplia y acogedora, en cuya entrada un cartel anuncia: Campanitas de Cristal.
Entre sus muchas experiencias, la más gratificante de todas ha resultado ver a sus niños, ya mayores, acercársele y decirle: ¿Recuerdas cuando me cuidaste? “Las familias también, muchas siempre graban esos momentos”, apunta.
Ni la crianza de sus dos hijos o la ayuda en la atención a los nietos, ni la pérdida de su esposo nueve años atrás, ni el mismísimo período especial en su etapa más cruenta, cuando debían ingeniárselas para armar juguetes de papel maché o “estirar” las ropitas raídas por el uso, “aunque jamás faltó el plato proteico de los niños” —enfatiza—, mellaron su ánimo y su fe: siempre ha creído en el mejoramiento humano, en el efecto aleccionador de las buenas enseñanzas, en la gratitud de las personas y en Fidel, a quien califica de maestro mayor.
“Disfruto mucho sentirme parte de esa experiencia especial que significa transmitirles las primeras vivencias, que aprendan a coexistir en colectividad. Lo que más me satisface y a la vez me preocupa es el aprendizaje, que asimilen cada enseñanza nuestra”, dice al referirse a los niños. Entonces su rostro se enternece con el recuento del desvelo ante cada necesidad infantil, ya sea el sueño, la alimentación, el lenguaje o la entrega de amor. “Merecen mucho amor, somos para ellos su familia, a veces como sus propias madres”, subraya.
Más de un progenitor se ha asombrado con sus habilidades para lograr, a golpe de paciencia, que los nenes ingieran el menú rechazado en casa, socialicen con otros niños, rompan el silencio en la edad cuando ya se suele hilvanar frases. Pero nunca se regocija más que al presenciar a sus pupilos mientras simulan ser educadores, como ella, en los juegos de roles. Enfundadas en una diminuta bata rosada que preparó para tales momentos, Rosalía y alguna que otra niña le han sacado las lágrimas al imitarla en sus actuaciones o en los cantos que ella misma compone. “Figúrate, tienen dos o, a lo sumo, tres años”, se excusa con los ojos brillosos durante la entrevista.
“Nos acercamos mucho a la familia —dice— y a través de las escuelas de padres les orientamos cómo tratar a sus pequeños en cada uno de los procesos básicos”. Aunque conoce a magníficas cuidadoras, algunas de las cuales acuden al círculo infantil en busca de información precisa, se inclina por la educación institucional, carente, ya se sabe, de suficientes capacidades para tanta demanda.
Citas pedagógicas y foros científico-técnicos la han tenido entre sus protagonistas. En el evento internacional Pedagogía 2011 varios maestros de otras naciones latinoamericanas le procuraron los detalles de su ponencia sobre el trabajo con las cualidades morales en la primera infancia. “Trata sobre procederes que nos permiten reforzar el sentido de solidaridad, como el estímulo a que presten los juguetes, realicen encomiendas. También promovemos el amor y el respeto a todo lo que les rodea; ahí entra el amor a los héroes, símbolos patrios, la familia, los compañeritos”, especifica.
Una idea se desliza en esta parte del diálogo: la amistad que se precisa —usando sus palabras— trabajar mucho en estas edades. “Hay que verlos a todos por igual, sin excesos con ninguno de ellos. Por necesidad del centro trabajé dos años con niños de preescolar.
Percibí tendencias al regalo frecuente, a traer consigo objetos llamativos. Procuramos que aquí adentro no se muestre desigualdad; exigimos las pertenencias en una jabita de nailon; ni juguetes, ni adornos ostentosos”.
Luego habla de sus preferencias, donde ellos, los niños, ocupan el lugar cimero. Después la música, compartir con sus compañeras fuera del espacio puramente laboral, las fiestas populares.
“Los niños cubanos son muy privilegiados en el mundo, son motivo de preocupación constante, desde el hogar hasta la escuela y el Estado mismo. No me gusta verlos maltratados, no soporto que entre ellos se riñan, ni que nadie les pegue. Soy partidaria de la conversación, el convencimiento, el respeto pleno a sus derechos”, refiere finalmente.
Quizás porque le aterra ver a menores involucrados en ventas de productos, en la ingestión de bebidas alcohólicas o entre personas de conducta inapropiada a quienes se sientan impelidos a imitar sobreviene el desvelo cada mañana, cuando se despierta, por que ese día las cosas salgan bien. Y así siempre, pues para Haydée Hernández Pérez no hay nada más sagrado que los niños.
POEMA AL EDUCADOR
La palabra Educador
es tan grande lo que encierra
que no hay otra en esta tierra
que la supere en amor.
Cultiva la tierna flor
desde que el tallo la empina,
desafiando cada espina
que en ese empeño tropieza
y no oculta la tristeza
cuando un botón no germina.
Enseñar puede cualquiera
pero educar solo concibo
si se es Evangelio vivo
como flor en primavera.
Del maestro siempre se espera
toda la sabiduría,
con el viene la alegría
de tanto saber profundo
al abrirse todo el mundo
con su arte y fantasía.
Ser en Cuba educador
significa desprender
la magia de poder saber
como moldear el amor.
Es como ser escultor
cuando talla la figura
que no deja una fisura
al culminar el tallado
porque al final ha logrado
un ser lleno de cultura.
Enrique Bernal Valdivia