Declara Silvia Dalzon Cruz, delegada de circunscripción con cerca de tres décadas en el cargo, para quien el Poder Popular es casi la razón de su existencia
Suele vérsele detener la moto para prodigar un saludo e indagar sobre el curso de algún problema, tocar a la puerta de un vecino enfermo, acompañarlo en su dolor. Suele acudir a ciertas oficinas de manera insistente, so pena de suscitar la ojeriza de este o aquel jefe.
No se formó como trabajadora social, aunque quienes la conocen mejor le llaman María Teresa de Calcuta. Adora a los niños, pero no tuvo hijos, así que ha hecho suyos los de sus compañeras de trabajo y ha acompañado a los del barrio en sus primeros pasos, desde la celebración de un nacimiento hasta la intervención en el problema innombrable de quien lo requirió, en virtud de la discapacidad familiar.
“Llevo la circunscripción 122 del municipio Sancti Spíritus desde 1986. Yo pudiera ser delegada toda la vida”, declara con una sinceridad que desarma y a continuación, con idéntica naturalidad, agrega una condicionante: “Si se resolvieran los problemas con la Empresa Eléctrica y con Acueducto, porque no puedo decir que no me atienden, pero los planteamientos son recurrentes”.
Luego de relatar los pormenores del salidero permanente en la calle Máximo Gómez, frente a la escuela Obdulio Morales, y de lanzar su enésimo lamento por la falta de repello en las paredes laterales y del fondo del colegio “que un día de estos se pueden caer, porque el trabajo lo dejaron a medias”, Silvita esboza una sonrisa y formula una segunda confesión: ha tenido más sinsabores que recompensas, pero se siente reconocida.
“Yo no seré buena delegada, pero procuro que cada asunto tenga una solución o, cuando menos, una respuesta razonable — apunta, en un exceso de modestia —. Siempre hay alguien que no te quiere, aunque me siento mayormente querida”, afirma.
Quizás le falte carácter para poner a correr al directivo a quien le hace recomendaciones sustanciales en aras de que sus unidades funcionen mejor. Quizás su bondad está en suma y su malicia en resta, mientras tantos se desentienden de lo colectivo. Pero ella no es de los que renuncian. Le inquieta lo mismo la ingestión de bebidas alcohólicas en centros estatales que la falta de percepción del riesgo ante la presencia del mosquito que provoca el dengue.
Cuando vas a gestionar un asunto, ¿te sientes atendida?
Hubo sus problemas hace un tiempo. Ibas a despachar los planteamientos y en vez de estar el director estaba la secretaria u otro cualquiera, cuando es el responsable, el jefe, quien tiene que dar la cara. Eso se ha ido solucionando.
Hace poco anunciaste, en tus reuniones de rendición de cuenta, que esas podrían ser las últimas, ¿por qué?
Hay en estudio, a nivel de país, un reordenamiento de las circunscripciones, según el cual estas deberán tener no menos de 1 500 electores, creo que algo más incluso; yo tengo bajo mi tutela una cifra bastante más baja, agrupada en cinco CDR. Mi población ha ido decreciendo porque su composición es, en buena medida, de personas de la tercera edad.
Pero cabe la posibilidad de que te propongan de nuevo, ¿aceptarías?
No voy a ser de la gente que pide cese de funciones. Este es un momento decisivo en que se necesitan personas verdaderamente dispuestas a ayudar y hay mucha apatía. También hay muchos delegados que se disgustan ante las pocas respuestas de las entidades. Yo trato, si me dan una tarea, de cumplirla. Hay quien me dice: ‘El día que te quiten eso yo no sé qué va a ser de ti’. Figúrate, llevo casi la mitad de mi vida como delegada.
Especialista principal en gestión de los recursos humanos en la Empresa Nacional de Proyectos Agropecuarios (ENPA), se las arregla para estar entre los trabajadores vanguardias de su entidad. La Asamblea Provincial del Poder Popular la cuenta entre sus delegadas más consagradas, allí es miembro de la comisión que atiende los asuntos productivos, que la ha puesto durante muchos años en función de los sinsabores en la comercialización de productos del agro y el otorgamiento de susidios, entre otras tareas.
Entre sus gratitudes hay una larga relación de hechos y emociones, desde la solidaridad del vecindario con el personal que acometió la pintura de fachadas hasta el traslado de los productos cárnicos hacia la bodega La Amistad, donde ahora nadie o casi nadie los pierde. Desconoce si en lo adelante le corresponderá o no continuar en sus funciones, lo que sí sabe es que, de suceder, le gustaría tener entre su electorado a quienes le han acompañado hasta hoy.
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