Testimonio del joven espirituano que restauró la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre.
(Por: Elisdany López Ceballos y Oscar Salabarría Martínez*)
De pie, frente a ella, ni una partícula de su cuerpo se movía. Antes, las monjas del Santuario despejaron con sus tres llaves el acceso a la urna.
“Cuando el párroco de Santiago de Cuba descendió por la escalinata y me dijo que tomara a la Virgen de la Caridad del Cobre, solo alcancé a balbucear: imposible, no puedo. Por más de una hora estuve observándola. Tenía la historia del país mirándome a la cara: defensora de los mambises, de los rebeldes, de los deportistas, los emigrados, de las madres que lloraron en su presencia implorando bendiciones para sus hijos”…
La piel de Niorlis Vilvey Hernández, graduado de restauración y conservación en el Instituto Superior de Arte (ISA), todavía pierde la tesura habitual cuando en los poros mismos se refleja el impacto de aquel momento. Escogido para cuidar hasta el más mínimo detalle de los muebles y elementos litúrgicos que empleara el entonces Papa Benedicto XVI en las misas celebradas durante su visita a la Isla, revive el encuentro con la Patrona de Cuba como el “culmen” de la inigualable experiencia.
“Pulimos la bola de plata, los ángeles, la corona; además, sacudimos el manto y alisamos su pelo, todas estas labores de conservación habituales para la simbólica pieza. Fue una jornada cubanísima, muy espiritual, privada. Ni los miembros del equipo que me acompañaron ni yo pronunciábamos palabra. El silencio era sepulcral”.
Aquel día la imagen de la Virgen de la Caridad bajaría del Altar Mayor y correspondió a Niorlis alistarla para la ocasión.
“Ya no como restaurador, sino como cubano, jamás podré explicar cuánto te hablan y te hacen hablar los ojos de la Virgen”. Sin embargo, antes de estar a solas con ella, el joven yayabero pasaría dos meses en El Cobre y serían sus manos las curadoras de todo deterioro impreso por el tiempo”.
“Toqué muebles únicos en el país; entre ellos, la cátedra donde se sentó Antonio María Claret, primer obispo de Santiago de Cuba y hoy santo de la iglesia. También Juan Pablo II usó esa especie de butacona y tuvimos que limpiarla, barnizarla y cambiarle el tapiz”.
Iniciado en el mundo de la restauración hace unos 15 años, Vilvey Hernández toma el aire como superficie para reproducir con un trazo las molduras, los fragmentos, detalles y características de cada obra en la que dejó el alma.
“Quienes trabajamos con el patrimonio le encontramos sentido a la naturaleza de las piezas, es como si nos retroalimentáramos de todo lo que ellas tienen que contar. Previo a la visita del Papa, conservamos los vasos sagrados, el mobiliario completo que utilizó la curia, las mesas, la lampistería, todos los reclinatorios que estarían en la plaza Antonio Maceo.
“Además, pulimos los candelabros de plata, pertenecientes al primer Santuario del Cobre, escogí el moblaje que ocuparía la sacristía papal, de acuerdo con su diseño y antigüedad… En fin, estuve al frente de un equipo que asumió un sinnúmero de elementos reconocidos en la documentación, pero que para la mayoría de los restauradores son al una utopía”, afirmó.
A su criterio selectivo le confiaron la elección del Cristo que atestiguara, desde el altar pontificado, la afluencia de los fieles a la plaza santiaguera. Y si algo marcó al también licenciado en Estudios Socioculturales fue conocer que, un tiempo después, el huracán Dennis arrasó el templo y dejó solo esa imagen en pie.
En ese mundo de retazos y formas, de líneas modelando historias, de objetos parlantes en el mudo estado de sus estructuras, parecería que Niorlis Vilvey Hernández ha tocado fondo; eso si no le resultara apasionante el ofrecer una segunda vida a cada pieza que lo amerite.
“En esta profesión debemos tener en cuenta el contexto; no es lo mismo conservar una cúpula aquí que en otra urbe donde existan varias de ellas. Tuve la oportunidad de restaurar la de la Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena, única en el territorio. Fue un proceso complejo porque requirió un andamiaje de 30 metros, materiales y personal que a veces no tenemos. Sucede mucho que las carencias dificultan el trabajo con una pieza, más que cualquier otra cosa.
“Puedo asegurarles que si me falta preparación o los materiales precisos, no toco la obra; así me enseñaron los excelentes profesores que he tenido. Es mejor aplazar la conservación que causar un daño irreversible. Lo nuestro es como la medicina del arte, sería fatal errar en el diagnóstico”, confirmó.
Las cuatro pechinas de la Iglesia de Santa María del Rosario, creadas por el máximo exponente de la pintura barroca en la isla, José Nicolás de la Escalera; el arpa de los Valle Iznaga, una de las familias mas opulentas de Sancti Spíritus y de Cuba en el siglo XIX; consolas, espejos antiguos e interiores figuran entre los renacimientos provocados por Niorlis Vilvey.
Y aunque deje a jirones la piel de sus manos en el ácido que purifica las figuras o en las mezclas para lograr colores precisos, lleva en el tacto la redención de lo añejo. Grácil aliciente. Siempre suyo el don de perpetuar lo significante, la fortaleza de un espíritu impenitente que le roba el sueño cuando está en medio de un proyecto; el mismo don que una vez lo dejara inmóvil ante la testigo incondicional de 500 años de historia.
Oscar Salabarría estudia Periodismo en la Universidad Central de Santa Clara
Me parese fantastico gracias por lo que has hecho, todos los cubanos con nuestra virgen de la caridad del cobre que nos proteja y mucha salud.Un saludo del mundo.
Excelente trabajo que todo los cubanos vamos a agradecer.
Muy buen testimonio. Gracias por compartirlo.
Sin lugar a dudas, el mejor restaurador de Sancti Spíritus, y uno de los mejores del país.
Un abrazo para Niorlys, y muchas felicidades…
Maikel