La 44 Asamblea General de la OEA celebrada en Paraguay, demostró que EE.UU. está cada vez más solo en su política de aislar a Cuba del resto del mundo.
La reciente 44 Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) celebrada en Asunción, la capital paraguaya, demostró que Estados Unidos está cada vez más solo en su política de aislar a Cuba del resto del mundo, algo que viene intentando desde enero de 1959.
Aunque el tema no aparecía en la agenda oficial, el debate sobre la participación de la Mayor de las Antillas en la próxima Cumbre de las Américas —que se llevará a cabo en Panamá el próximo año— centró buena parte del evento, que se extendió entre el 3 y el 5 de junio pasado.
En realidad, no es este un asunto que se decida en el seno de la OEA, sino que es una decisión soberana del país que organice la cita. Es visible que nuestros hermanos de la región no están dispuestos a convivir otros cincuenta años con la injusticia y no han desperdiciado la oportunidad de hacerlo saber. Con sólidos argumentos, las naciones de la región reiteraron que no se podía aceptar un nuevo encuentro sin la asistencia cubana.
Algunos se sorprendieron de la fuerza que tomó el asunto, pero lo cierto es que las señales eran evidentes y estaban ahí desde mucho antes.
La asistencia de Cuba a estos eventos que reúnen cada tres años a las Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno del continente, es un reclamo histórico de la comunidad latinoamericana y caribeña desde que se celebró la primera cita en Miami en 1994.
Tanto en la V Cumbre realizada en 2009, en Puerto España, Trinidad y Tobago, como en la VI en Cartagena, Colombia, en 2012, se dejó bien claro que dejar fuera a Cuba era un error histórico que debía enmendarse cuanto antes.
Además, los mecanismos de integración regional que cobran cada vez más protagonismo en la región también habían sentado posiciones.
El VIII Consejo Político del ALBA-TCP introdujo en Caracas, en febrero de 2012, el concepto de que la participación de Cuba es “un derecho que no puede ser conculcado o sometido a condicionamientos violatorios de su soberanía”.
En septiembre de 2013, en la IV reunión ministerial CARICOM-CUBA, celebrada en Saint George, Granada, los países de la comunidad del Caribe coincidieron en que dicha asistencia se debía dar sin “condicionamientos de ninguna índole” y en “un plano de igualdad soberana”.
El Consejo de Ministras y Ministros de Relaciones Exteriores de la UNASUR, reunidos en mayo de 2014 en Puerto Ayora, en las Islas Galápagos ecuatorianas, emitió una declaración similar.
Entonces, la sensación de extrañeza solo puede provenir de aquellos que ignoraron la unanimidad expresada en la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) respecto a la plena integración de Cuba a la región y a la comunidad internacional, contra el bloqueo y otras exclusiones unilaterales.
SI CUBA ES EXCLUIDA, AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE TAMBIÉN
El tema salió desde el mismo comienzo de la 44 Asamblea. Nicaragua inició la ronda de intervenciones con un llamado de atención de su representante, Dennis Moncada. El diplomático recordó que era “imposible celebrar otra Cumbre de las Américas sin la presencia cubana”, como ya se había dicho en Cartagena.
A lo largo de los tres días de reunión, se sucedieron intervenciones de cerca de una veintena de países en apoyo a Cuba. Roy Chaderton, embajador permanente de Venezuela ante la OEA, insistió en acabar con las “precondiciones y vetos” a Cuba.
Aunque la delegación de San Vicente y las Granadinas ratificó la firme posición de todo el CARICOM, a cuyo nombre habló, el canciller de Santa Lucía, Alva Baptiste aprovechó la oportunidad para destacar los logros de Cuba en la salud y la educación como evidentes derechos humanos, y resaltar que hasta el pueblo norteamericano, mayoritariamente, quiere un cambio en la política de Washington hacia la Isla.
La posición de rechazo frontal a la exclusión, unida a la advertencia de ausentarse de la VII Cumbre si nuestro país no es invitado, fue liderada una vez más por Ecuador, Nicaragua, Venezuela y Bolivia. A este grupo se unió la Argentina, cuyo canciller Héctor Timerman resumió la situación de la siguiente manera: “Si Cuba es excluida, también nos consideraremos excluidos”.
“A la historia de nuestros pueblos les quedan pocas páginas ignominiosas para dar vuelta, y esta es una de ellas”, expresó por su parte el canciller uruguayo, Luis Almagro, en nombre de otro de los países que ya han advertido que no convivirán con una nueva ausencia de Cuba en la cita de Panamá.
El propio secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, reconoció al concluir el evento que una gran mayoría de países sostuvieron la necesidad de que después de 20 años de Cumbres de las Américas todos los países asistieran. “Si hablamos de inclusión, no podemos excluir a nadie. Tienen que estar todos los países de esta región y el Caribe”.
DEFENDER LO INDEFENDIBLE
Así de solas tuvieron que mantener sus indefendibles criterios las representantes de Estados Unidos, tanto la subsecretaria de Estado para administración y recursos, Heaffer Higginbottom, como la enviada permanente de Washington en la OEA, Carmen Lomellín, quienes solo lograron un “breve y tibio” respaldo canadiense, según los asistentes al evento.
Ambas diplomáticas solo atinaron a repetir el estribillo de que les gustaría ver una “Cuba democrática” antes de aceptar su presencia en una Cumbre de las Américas.
Seguramente sin saberlo, Lomellín y Higginbottom estaban respondiendo una pregunta que había lanzado 52 años antes el Comandante en Jefe Fidel Castro en el discurso de la Segunda Declaración de La Habana.
“¿Hasta cuándo tendrán la desvergüenza y el cinismo de hablar de democracia?”, dijo Fidel.
“Si democracia quiere decir pueblo, si democracia quiere decir gobierno del pueblo, entonces, ¿qué es esto?”, añadió frente a los cientos de miles de personas reunidos en la Plaza de la Revolución de La Habana en Asamblea General del pueblo de Cuba, ante las decisiones de la OEA en su reunión de Punta del Este, Uruguay, donde se acordó, por presiones de Estados Unidos, la expulsión de Cuba del organismo.
Fidel aseguró entonces que siempre íbamos a tener con nosotros “la solidaridad de todos los pueblos liberados del mundo” y “de todos los hombres y mujeres dignos del mundo”. Y aclaró también que quien había hablado en Punta del Este en 1962 era la voz de las oligarquías y no de los pueblos.
UNIDAD EN LA DIVERSIDAD
Precisamente esa nueva voz se sintió en la capital paraguaya, no solo para respaldar a Cuba, sino para establecer una posición común sobre los principales problemas que enfrentan los pueblos de la región.
Bajo el criterio de unidad dentro de la diversidad, en Asunción se acordó una vez más reclamar a Gran Bretaña que se siente a dialogar con Argentina sobre la situación en las Islas Malvinas. Los oradores hicieron énfasis en el respaldo a la soberanía argentina sobre esos territorios ocupados por la fuerza y que constituyen un lastimoso enclave colonial en pleno siglo XXI.
Nada cómoda se debió sentir en este acápite la delegación norteamericana, cuyo país no dudó en violar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca para dar su apoyo a Gran Bretaña durante la guerra de las Malvinas en 1982.
También concordaron los asistentes al evento en otorgar su respaldo al gobierno de Venezuela ante las agresiones que está sufriendo por la extrema derecha de su país, amparada por actores foráneos, cuyas acciones fueron amplias, documentadas y valientemente denunciadas por el canciller Elías Jaua.
Según fuentes que estuvieron presentes en la Cumbre, a los estadounidenses les causó cierto escozor una declaración del propio Insulza respecto a Venezuela: “Estamos convencidos de que la solución debe encontrarse en la sociedad venezolana y por ello pedimos a la comunidad internacional que exprese su respaldo al proceso interno de Venezuela de manera positiva, sin presiones y sin sanciones”.
La OEA emitió asimismo una resolución de apoyo a los diálogos de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, que se llevan a cabo en la capital cubana desde noviembre de 2012. La canciller colombiana, María Ángela Holguín, agradeció a todos los países por su apoyo, y en especial a los garantes del proceso Cuba y Noruega y los acompañantes Venezuela y Chile.
Los estadounidenses también se vieron obligados a aceptar la Declaración de América como Zona de Paz, Cooperación y Solución Pacífica de Controversias. El texto de la resolución no escondía que uno de sus referentes era la Proclamación de América Latina y el Caribe como zona de paz, adoptada por la CELAC en La Habana.
Asimismo, tuvieron que sumarse, no sin previas reticencias, a una declaración que condena el uso de la tortura y los tratos degradantes, especialmente de las cárceles secretas, en nombre de la seguridad nacional y la lucha contra el terrorismo. El texto no lo decía, pero a todos quedó claro que eso solo ocurre en las cárceles del territorio ilegalmente ocupado de la base naval de Guantánamo.
VOTOS POR LO JUSTO
El futuro de nuestra América está en la integración, en espacios como la CELAC, la UNASUR, el ALBA y otros. Se ha evidenciado que es posible construir la unidad desde la diversidad, con respeto a nuestras historias y culturas, y sin discriminaciones injustas.
Son esos y no otros los valores que reconoce la inmensa mayoría de la comunidad internacional que anualmente vota en la ONU en contra del bloqueo que mantiene Estados Unidos contra Cuba, que exige la exclusión de nuestro país de la espuria lista de patrocinadores del terrorismo, que demanda el reconocimiento a nuestra patria como parte inalienable de las Américas y que reclama en estos días en Washington, que se haga justicia en el caso de los cinco héroes cubanos y sean devueltos a su pueblo y a su familia los tres que aún guardan prisión.
Ahora, cuando aumentan también las voces al interior de EE.UU. llamando a un cambio de política respecto a su vecino, cabe preguntarse si el Gobierno continuará secuestrado por los sectores minoritarios y radicales que defienden la continuidad de las agresiones y la subversión.
¿Hasta dónde podría llegar el irrespeto estadounidense por la soberanía de los pueblos al sur de sus fronteras? ¿Continuará aislándose cada vez más de los procesos que se suceden en América Latina y el Caribe? ¿Sería capaz el Gobierno de Estados Unidos de boicotear las Cumbres que ellos mismos crearon por el miedo de compartir el mismo aire que un líder revolucionario?, son solo algunas de las preguntas que quedan en el aire ya terminada la 44 Asamblea de la OEA.
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