El singular personaje de Dora Alonso regresa a los retablos espirituanos
Ya son recurrentes en el panorama teatral cubano las representaciones de textos de la escritora matancera, Premio de Literatura en el año 1988, Doralina de la Caridad Alonso Pérez o, como todos la conocen: Dora Alonso, una autora que cuenta con el aval de ser la más publicada y traducida en la historia de la literatura infantil cubana. Su fuente de inspiración es la naturaleza bucólica del campo, sobre la cual ha construido sus obras.
Entre ellas destaca la saga de Pelusín, su personaje emblemático, una de cuyas historias fue recientemente llevada a las tablas por Pedro Venegas y los titiriteros del Guiñol Paquelé con un espectáculo que titularon Pelusín y el pescador pescado, exhibida en el Teatro Principal.
Al analizar el texto que propone Venegas con una trama relativamente sencilla, resulta perceptible la necesidad de dialogar con el público sobre conflictos latentes relacionados con la falta de comunicación que cada vez se hace más frecuente entre las personas.
Pareciera que tuviera una deuda con el muñeco por excelencia de nuestro entorno teatral campesino y la salda con el público espirituano que asiste a las salas para disfrutar cada nueva aparición de este travieso inmortalizado en la imaginación de cada niño —y los no tan niños— que alguna vez advirtieron su hechizo.
Sin embargo, revelar la memoria de estos personajes, dar soluciones específicas y espontáneas, manosear emociones y hacer reflexionar con el matiz jocoso de las décimas quedan todavía como cabos sueltos, pendientes por lograrse en la puesta en escena.
El director creó para la puesta en escena una artesanía que los actores, salvo en puntuales excepciones, aún se empeñan en defender. Pero numerosas fallas atentan contra la salud de la propuesta; en la dramaturgia del espectáculo, por ejemplo, en ocasiones los textos eran imprecisos, débiles de contenido y no permitía que la fábula se esclareciera.
La raíz de estos desniveles funcionales están condicionados en que el autor acude a diálogos insustanciales que se confunden muchas veces con morcillas; por otro lado, figuran las intermitencias en la energía de los actores, principales responsables de que sus muñecos gocen de vitalidad.
En el orden particular me gustaría acentuar el trabajo actoral de Yeney Juviel Ávila, que captó con su Pelusín la esencia del cubano. En la excelencia de la manipulación, la proyección escénica que le inoculó a su muñeco y la economía de energías que bien supo regular en los diferentes estados emocionales se ganó el aplauso de quienes disfrutaron su labor titiritera.
El retablo sin grandes ambiciones en su diseño, aunque colorido, cumplió con la función de marcar espacios y contextos según las exigencias de la propuesta. Las luces entonaron sin mucho vuelo y la banda sonora respondió a los reclamos de la trama.
Pelusín y el pescador pescado es mucho más que una secuela. Es un homenaje de Pedro Venegas y su guiñol Paquelé a Dora Alonso que nos recuerda la frase de Blanca Felipe Rivero: “El títere es hipérbole y, a la vez síntesis, debe tener contrastes atractivos, pero también una fuerte necesidad de sugerencia. Se trata de la paradoja de decir y no decirlo todo”.
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