Solo el milagro salvó la vida de dos mujeres venezolanas durante la masacre de La Victoria, dirigida por el connotado terrorista Posada Carriles
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Las hermanas Brenda y Marlene Esquivel mueren de vez en vez por el horror de sus recuerdos. El 3 de junio de 1972 en el estado de Aragua, Venezuela, Luis Posada Carriles, bajo el seudónimo del Comisario Basilio, dirigió personalmente la masacre de La Victoria, donde fueron asesinados cuatro integrantes del movimiento político Punto Cero, al cual ellas pertenecían. No solo el milagro salvó la vida de estas mujeres.
La jefatura de la Policía Uniformada de La Victoria y las dependencias de la Dirección General Sectorial de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) en Maracay y Caracas fueron los principales centros de tortura para Brenda y Marlene, los niños Edmundo y Alberto, de siete y cinco años, respectivamente, y Orlans, de solo 24 días de nacida.
A 42 años de aquellos sucesos, una foto amarillenta acusa, se viene encima. Duelen el fusil y la culata que golpea la espalda de una joven con su bebé en los brazos. Todavía la orden “¡Acábalos a todos!” se oye envuelta en el humo de los últimos disparos.
MARLENE: TESTIGO DEL CRIMEN
Septiembre del 2014. Tarde gris; llovizna en la ciudad de Caracas. Mi primera mirada de forastera choca con las paredes rojizas de más de 200 años del cuartel colonial de San Carlos, uno de los principales reclusorios para los izquierdistas miembros de las guerrillas venezolanas en la década del 70 del pasado siglo.
Cuando el viejo portón de madera cierra, de las celdas —mudas desde 1994— parecen escucharse en lontananza las voces de los torturados y desaparecidos, de los difuntos acribillados con saña y maldad.
A este sitio lleno de fotografías de familiares y compañeros de lucha retornan Marlene y Brenda, quienes aún viven el sobresalto. “Esa pesadilla me persigue todos los días —aclara Marlene—. Mi familia, mis camaradas éramos perseguidos constantemente; teníamos que emigrar de casa en casa por los allanamientos, hasta ese 3 de junio en que no pudimos escapar.
“Llegaron gritando que abriéramos la puerta; luego comenzaron los disparos. Mataron a cuatro de nuestros camaradas, entre ellos a mi esposo; el día antes habían asesinado al compañero de mi hermana. A Francisco Hernández Cruz, miembro del grupo, le dieron como 14 tiros; pero estaba vivo y pidió que saliéramos nosotras dos con los niños. ‘Háganlo por mis hijos y por la niña’, imploraba. No queríamos porque sabíamos que afuera sería peor; yo miraba a mi hija y eso me enternecía. Salimos después de casi cuatro horas de tiroteo.
“Un joven de origen español, llamado Francisco Acosta, nos siguió; llevaba un palito de gancho de ropa con un pañal blanco de mi niña, como en son de paz. Ya en la calle, Posada Carriles lo separó a unos seis metros de nosotras; le apuntó por la cara y le disparó. Mandó a sacar al papá de los niñitos que aún estaba vivo; lo zumbaron en el piso, le dieron patadas, de todo. Cuando los niños se iban a acercar para abrazarlo, los lanzaron para un lado, como si fueran animales. Y ahí mismo lo acabaron de rematar”, recuerda Marlene.
“Uno de los policías preguntó: ‘Comisario Basilio, ¿qué hacemos con las mujeres y con los carajitos (niños)?’. La respuesta fue: ‘¡Acábalos a todos!’. Nos pusieron contra un muro y cargaron las armas. Brenda tenía los ojos cerrados y le dije: ‘Abrázame, manita, y los niños también’. En eso empezó a bajar la gente y a gritarles: ‘Asesinos, no maten a esas mujeres y a los niños’. Yo apenas tenía 21 años y Brenda, 20.
“Uno de los policías preguntó: ‘Comisario Basilio, ¿qué hacemos con las mujeres y con los carajitos (niños)?’. La respuesta fue: ‘¡Acábalos a todos!’.
“El pueblo nos salvó porque se abalanzó sobre ellos. De todas formas tiraron bombas lacrimógenas, dieron peinillazos; fue horroroso. Un periodista que apareció de repente tomó la foto en la que está el policía detrás de mí con un arma diciéndome que levantara las manos. Cuando le respondí que no podía, que tenía un bebé en los brazos, me dio un culatazo por la espalda que me caí”, narra Marlene.
BRENDA: EL HIJO QUE NO PUDO TENER
Las carnes magulladas no dejan de doler. Brenda se sumerge en los recuerdos; aún aquella bañera de agua fría entumece sus huesos, paraliza su vientre.
En la jefatura de la Policía Uniformada de La Victoria lo primero que hicieron fue encerrarme en un calabozo donde había hombres desnudos y les dijeron: ‘Miren, aquí tienen para que se diviertan’. Había borrachos, drogadictos, delincuentes. Cuando venían para arriba de mí a violarme, uno de ellos se paró y me preguntó: ‘¿Ustedes son de los guerrilleros que se están batiendo a tiros allá afuera?’. Y le respondí: ‘Sí’. ‘Aquí nadie la toca’, gritó.
“De ahí nos pasaron a la comisaría de la Policía Técnica Judicial, también de La Victoria, donde no cesaron las torturas psicológicas. Ya en la DISIP de Maracay no tuvieron clemencia, allí estaba Posada Carriles. Yo tenía ocho meses de embarazo. Uno de los funcionarios al verme dijo: ‘Comisario Basilio, esta mujer está preñada, ¿qué hacemos con ella?’. ‘Termina con esa semilla antes que nazca; esa va a ser comunista igual que su papá’, le respondió. A mi compañero lo habían matado el día antes en El Paraíso.
“Me subieron al segundo piso; llenaron una bañera y me metieron, trataron de asfixiarme. Varias veces me entraron y sacaron la cabeza. No les importó las condiciones en que yo estaba; todo esto era para que hablara. Cuando Posada vio que no conseguía nada, dio la orden de que mataran el hijo que traía en mi vientre. Me dieron todas las patadas que quisieron hasta matarlo.
“Los niños también recibieron torturas psicológicas porque les ofrecían comida; pero cuando la iban a agarrar se la quitaban para que dijeran dónde estaba su mamá Dilia Rojas, quien fue asesinada en la masacre de Yumare. Los niños finalmente fueron regalados a una familia chilena.
“En medio de todo aquello yo escuchaba el llanto de la niña de Marlene; pensé que era hambre. Hacía como dos o tres días que estábamos ahí y a la niña no le daban ni agua. Mi hermana tenía los senos secos por tanto susto.
“Empecé a caminar a como pude —relata Brenda—; vi que comencé a botar sangre. Bajé los escalones y encontré a mi hermana abrazando fuertemente a su hija y temblando. ¿Qué le pasó a la niña?, le pregunté. ‘Me la están quemando con la colilla de un cigarro para que yo hable’”.
SILENCIO DE CUATRO DÉCADAS
Se hace una pausa en la remembranza. El olor del cigarrillo viaja en el aire, se impone de pronto con la misma brutalidad de aquellas horas horribles, interminables para Marlene. “Pensé que me iban a quemar y cuando vi que le pegaron el cigarro varias veces en la piernita a la niña, sentí…., bueno, esa criaturita se me estremecía en los brazos de una manera…
“Posada Carriles es un hombre que mide casi 1.90 de alto; tiene las manos grandes. Él le tapaba la nariz y la boca a la niña para asfixiarla, y yo sin poder quitarle la mano ni nada por el temor a que me la pudieran zafar de un tirón y meterla en la bañera.
“Posada Carriles es un hombre que mide casi 1.90 de alto; tiene las manos grandes. Él le tapaba la nariz y la boca a la niña para asfixiarla, y yo sin poder quitarle la mano ni nada por el temor a que me la pudieran zafar de un tirón y meterla en la bañera».
“La tortura también fue psicológica, nos ponían grabaciones —añade Marlene—. Yo escuchaba unos gritos y me decía: Esa es Brenda, la están matando. En un momento que me quedé sola subí corriendo las escaleras. En una de las dos oficinas que vi con la puerta abierta había una grabación.
“Fueron cinco días seguidos de terror. Ya mi hija se estaba muriendo. Yo que soy enfermera sabía que estaba deshidratada. Cuando le levantaba el pellejito del estómago se le quedaba pegado.
“A Brenda y a mí nos llegaron a esposar juntas. De momento, iba una mujer subiendo las escaleras y le dije a Brenda: ‘Voy a entretener al policía y tú lo empujas para yo correr y entregar a la niña. De lo que me acuerdo fue que agarré a la señora por atrás y le dije desesperada: ‘Hágame un favor, salve a mi hija; me la están matando’. Cuando se viró, era mi cuñada que había ido a reclamar el cadáver de mi esposo Luis Eduardo Cools González; entonces se llevó a la niña para una clínica. No la vi más hasta después de siete meses”.
En los sótanos de la DISIP, de Caracas, en el escaso espacio de una celda, solo había oxígeno para dos. Hasta allí bajaron a Marlene y a Brenda que durante seis meses creyeron no poder escapar de aquel vía crucis.
“Duré 17 días con el niño muerto en el vientre; tuve fiebre, mal olor en mi cuerpo completo. Trataba de lavarme y lavarme y nada. Mi mamá se movilizó con el Comité de Defensa de los Derechos Humanos, presidido por el doctor José Vicente Rangel, quien fue a vernos. Subió primero mi hermana y le contó que me estaba muriendo en el sótano. Recuerdo que dio la orden inmediata para que me trasladaran a la Maternidad Concepción Palacios. Al llegar allá me pasaron directamente al quirófano; sin embargo, a la semana me pasaron de nuevo al sótano. Nuestro caso pasó a los tribunales militares; nos dieron la libertad a los seis meses.
“Supimos que ese hombre horrible que tantos nos torturó era Luis Posada Carriles cuando la voladura del avión cubano (6 de octubre de 1976). Al publicar las fotos, Marlene me dijo: ‘Manita, este es el mismo Comisario Basilio’. Ahí fue donde nos dimos cuenta en las manos de quién estuvimos.
“Cuando fuimos a denunciar las torturas que sufrimos, el Fiscal General de la República nos advirtió: ‘Miren, cállense la boca. Dejen eso así porque pueden aparecer con un poco de moscas en la boca’. Solo después de 40 años pudimos dar este testimonio”.
Las hermanas Brenda y Marlene Esquivel mueren de vez en vez por el horror de sus recuerdos. A 42 años de haber sido torturadas salvajemente por el terrorista Luis Posada Carriles, exagente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), una foto amarillenta con la imagen de Marlene y su hija en brazos trae de vuelta la orgía cruel, rutina en la vida del Comisario Basilio en Venezuela. La macabra exhortación “¡Acábalos a todos!” aún se escucha envuelta en el humo de los últimos disparos.
* Luego de ser liberadas Brenda y Marlene Esquivel pasaron a la clandestinidad y fueron encarceladas nuevamente en el cuartel de San Carlos y en la sede del Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA), ambos en Caracas.
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