El joven policía Gustavo Iglesias Arias revela para Escambray los detalles de la captura de un peligroso delincuente en la ciudad de Sancti Spíritus.
Con la mano en el cabo de la pistola, solo atinó —en un rapto de temeridad que sopesaría luego— a lanzarse de la Yutong, en las inmediaciones de La Rotonda espirituana, y a detener aquel coche que vagaba con dos hombres a cuestas. Lo presintió acaso, mas le bastó mirar los ojos espantados del cochero para delatarlo: aquel pasajero era el mismo ciudadano que horas antes había mantenido en vilo a las fuerzas policiales por haber matado, sin causa, a un hombre en Olivos II durante las festividades del Santiago espirituano y herir a un policía. Eran más de las cinco de la mañana del 27 de julio pasado; justo a esa hora el agente Gustavo Iglesias Arias se salvó en tablitas.
—Por favor, bájese del coche —ordenó Gustavo—. Enséñeme su identificación.
—No tengo —confesó el sujeto sacándose la billetera del bolsillo con un sigilo desmedido.
—Voy a cachearlo —advirtió Gustavo.
Fue entonces cuando, ante la sospecha de la captura, el prófugo le lanzó los primeros golpes. “Ahí empezó una serie de combates —rememora Gustavo—. Cuando él vio que no podía conmigo huyó para atrás con los ojos muy abiertos, asustado, y ahí mismo sacó el revólver y se echó para un lado; yo desenfundé la pistola reglamentaria del combatiente y me corrí para el otro lado, porque él me gritó: ‘Te voy a matar policía descarado’. Cogí mi pistola y le dije apuntando hacia arriba todo el tiempo: Tú no vas a matar a nadie, y entonces me disparó; me efectuó cuatro disparos que no se me olvidan”.
«…y ahí mismo sacó el revólver y se echó para un lado; yo desenfundé la pistola reglamentaria del combatiente y me corrí para el otro lado, porque él me gritó: ‘Te voy a matar policía descarado’. Cogí mi pistola y le dije apuntando hacia arriba todo el tiempo: Tú no vas a matar a nadie, y entonces me disparó; me efectuó cuatro disparos que no se me olvidan”
Lo narra sin un ápice de grandilocuencia, como si tal arrojo fuera un acto intrascendente. Y es que Gustavo no presume de heroicidades ni se lo creyó tan siquiera el pasado martes, cuando muchos de sus compañeros de la Policía Nacional Revolucionaria y los vecinos del barrio cabaiguanense que lo vieron nacer se congregaron para homenajearlo.
Solo entonces se supo a ciencia cierta que la valentía no es un mito y que los héroes no son únicamente los que se esculpen en bronce, porque el muchacho de apenas 24 años se le encaró a la muerte por la vida de otros.
“No me puse nervioso —confiesa—, apunté bien a donde hay que apuntar y me defendí como haría cualquier ciudadano y policía de esta Revolución. Le efectué los disparos y al ver que él me gritó: ‘Me jodiste’, me di cuenta que lo había herido; pero me quedé sin balas y él tenía todavía, entonces salí para la carretera, paré un carro, pedí un celular y pedí apoyo a mis compañeros del comando y de toda la policía que estaba movilizada en Sancti Spíritus para que no escapara ese delincuente connotado. Cuando ellos llegaron fui sin miedo, sin balas, sin pistola hasta donde él estaba armado para esposarlo. Lo cargué por el torso y se lo entregué a los compañeros para que lo auxiliaran”.
Ni en ese momento temió por su vida. Únicamente cuando soltó el gatillo pensó en su niña, su esposa y sus padres, las mismas personas que este martes, mientras los micrófonos ensalzaban hazañas quizás desconocidas, enjugaban alguna lágrima de orgullo o brotadas tal vez por la emoción de saberlo a salvo. Hasta los aplausos presagiaban los agradecimientos y las fotos interminables y los besos de aquellas vecinas que aún lo llamaban Gustavito, aunque ahora hubiese acabado de crecer ante sus ojos.
Y él esquivando honores. Quizás le cueste saberse héroe, pero de su intrepidez hubiese podido dar fe, antes de escuchar esta historia, desde el instante en que lo encañoné con mi grabadora:
—Habla sin miedo; es solo para luego transcribir —dije para disipar nervios.
—Verás cómo estoy vivo —contestó—. ¡A qué le voy a tener miedo yo!
Felicito al agente que ha librado a la sociedad de un delincuente asesino.Un policia que esta arriegando su vida a cada instante y que no se le suministre un celular..No lo puedo creer..y si necesita llamar aurgencias y no pasa nadie..Como se las arregla?
El delincuente era negro. Me parece una muestra de racismo, como el policia es blanco, entonces el negro tuvo la culpa, los mismo que en Fergunson.