Una sui géneris exposición del artista espirituano Hermes Entenza revela su rigor conceptual y destreza técnica.
Horror vacui es una expresión latina que describe el relleno de todo el espacio disponible en cualquier superficie pictórica. Más que una característica formal inherente a ciertas manifestaciones de las artes plásticas, el concepto define un sentimiento experimentado por los escribas egipcios, los arquitectos barrocos y los pintores naif, renuentes a dejar en sus composiciones ni un solo segmento si decorar.
No es casual que este conocido latinismo dé título a la más reciente exposición personal de Hermes Entenza: una delicada selección de 15 piezas elaboradas sobre papel manufacturado que por estos días acoge la sala expositiva del hotel Plaza.
En esta breve pero significativa muestra, el miedo al vacío no remite a las atmósferas opresivas y desordenadas de los interiores victorianos, ni a la excesiva acumulación de ideogramas o motivos decorativos; más bien todo lo contrario, pues los fragmentos “ausentes” de cada composición devienen claves sine qua non para comprender el significado último de las obras.
Así, objetos varios, fenómenos meteorológicos y accidentes topográficos están significados por su ausencia, lo cual, paradójicamente, los hace más potentes, más misteriosos. O sea, que deslumbran por aféresis, por su anulación exprofeso, recordándonos el temor visceral a la nada en estado puro, al signo que hiere y mata, a la capacidad destructiva de lo sagrado, que usualmente necesita filtros para manifestarse y no destruirlo todo con el terrible empuje de su presencia.
Asimismo, la museografía de la muestra, dispuesta de forma lineal a lo largo de una pared, ofrece un breve recorrido por la historia de la humanidad mediante núcleos temáticos que, partiendo de la naturaleza como fuente de origen, reflejan el surgimiento del hombre, el descubrimiento de la magia, la fundación de la arquitectura, el establecimiento del poder, la época de los grandes descubrimientos, el desarrollo de la ciencia y la técnica y la enajenación del hombre contemporáneo, y culmina con tres piezas que reflexionan sobre problemáticas inherentes a la Cuba de hoy.
Ante todo, Horror vacui establece punto y aparte con la apabullante monumentalidad que caracteriza a gran parte del arte actual. Es como si su autor nos recomendara volver los ojos al oficio benedictino, al trabajo concienzudo del artesano copista o del iluminero monacal, capaces de recrear el mundo con pigmentos y pinceles sobre un trozo de pergamino púrpura.
Solo que Hermes lo hace desde una perspectiva contemporánea, aunando rigor conceptual y destreza técnica para manifestar lo sublime sin desacreditar la calidad pictórica, estrategia seguida por el artista desde hace algún tiempo, y que ahora retoma una vez más, embebido como está por el espíritu medieval que aún caracteriza a la antigua villa del Espíritu Santo.
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