La veterana activista de la clandestinidad y colaboradora del Ejército Rebelde, falleció en la ciudad de Sancti Spíritus a los 94 años de edad.
La combatiente revolucionaria Dulce Jiménez Carús, activista de la clandestinidad y colaboradora del Ejército Rebelde, falleció en la mañana de este viernes 28 de febrero a los 94 años de edad.
Procedente de una familia obrera de Zaza del Medio, municipio de Taguasco, Dulce trabajó desde los 16 años como conserje en una escuela en Tunas de Zaza, donde permaneció hasta que contrajo nupcias con otro joven revolucionario, Carlos Peraza Neira, con quien tuvo cuatro hijos cuya crianza no les impidió dedicarse de lleno al combate contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Militante del Partido Socialista Popular desde 1950, ingresa en 1957 en una célula del Movimiento 26 de Julio en Sancti Spíritus y es una de las más diligentes activistas repartiendo propaganda, haciendo labores de sabotaje y como organizadora de un pequeño taller de costura que confeccionaba uniformes para los combatientes del Ejército Rebelde en las montañas.
Por eso sufrió persecución y los esbirros registraron su casa, sin que lograran que cejara en su continuo accionar contra el régimen. En los días finales de diciembre de1958, Dulce integró las Brigadas Femeninas del Movimiento 26 de Julio.
En enero de1959 triunfa la Revolución y Dulce se multiplica como interventora en los comedores escolares donde se comienza a elaborar alimentos para las fuerzas rebeldes y participa en la organización de las Milicias, de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), organización de la cual llegó a ser su máxima dirigente en Sancti Spíritus.
El 11 de octubre de 1961 perdió a su hijo Enrique Peraza Jiménez, de 16 años, cuando alfabetizaba en la zona del central Jobabo —hoy Perú— en la actual provincia de Las Tunas, víctima de un accidente con arma de fuego. El puesto del occiso fue ocupado por Ricardo, otro retoño suyo, quien terminó de alfabetizar a los alumnos de su hermano.
Con ánimo estoico, esta madre se sobrepuso a la tragedia y arreció su accionar revolucionario, multiplicándose en las guardias cederistas, en las movilizaciones de las Milicias —como cuando la Crisis de Octubre de 1962— y en los trabajos voluntarios, hasta el extremo de casi no parar en su casa, al igual que su esposo Carlos, a quien por aquellos años casi no veía.
Dirigente de los CDR y de la Federación, cuadro de la Defensa Civil, directora de círculo infantil, ideológica, activista, Dulce se ganó el respeto y la admiración de quienes la conocieron y estimaron. A esta recia mujer cabe perfectamente la expresión: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”.
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