La amplia edificación biplanta cercana al parque Serafín Sánchez nos vincula con los estudiantes de Medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871
Los ancestrales vínculos entre las villas del Santo Espíritu y Santa María del Puerto del Príncipe a través de familias radicadas en uno u otro lugar, que datan de la etapa de la fundación, no dejaron de reproducirse en el tiempo a pesar de la distancia de cerca de 200 kilómetros que media entre ambas primigenias ciudades.
Así, la familia espirituana de los Madrigal Mendigutía hubo de fundirse con la de los camagüeyanos La Torre, de cuya unión surgió un tronco común que sería forjado con sangre en la historia de Cuba por la insolencia criminal de la metrópoli española, al fusilar el 27 de noviembre de 1871 en la explanada habanera de La Punta a ocho estudiantes de Medicina, entre ellos, Carlos Augusto de la Torre y Madrigal.
Todo comenzó en 1864 cuando la yayabera María Candelaria Mendigutía adquirió una amplia mansión en la calle Rafael de la Aguilera, números 3 y 5 —antigua Real No. 62—, aledaña a la plazuela de Judas, entre las actuales calles Céspedes e Independencia.
Pasados algunos años, María Candelaria decidió otorgarle el inmueble en herencia a su hija Manuela Madrigal Mendigutía, quien contrajo nupcias con el hacendado azucarero camagüeyano Esteban de la Torre, y de esa unión le nacieron siete hijos que vivirían indistintamente en la tierra de los tinajones o en Sancti Spíritus.
Lo más destacable de esa prole es que de ella formaban parte el camagüeyano Carlos Augusto de la Torre y Madrigal, y el espirituano Alfredo, estudiantes de Medicina detenidos por los sucesos del Cementerio de Espada, por cuyos supuestos hechos fue fusilado el primero, y condenado a prisión el segundo, quienes ni siquiera estuvieron cerca cuando hipotéticamente fue profanada la tumba del furibundo integrista hispano don Gonzalo Castañón.
Cubanos acomodados, incluso ricos, los De la Torre Madrigal se fundieron con otras familias, y se radicaron principalmente en La Habana y en Sancti Spíritus, sin que consten hasta el momento datos fidedignos sobre su participación en las contiendas independentistas.
Sí pudo establecerse que, indultados por el Rey, Alfredo y sus compañeros condenados a presidio, el espirituano logró irse a Europa y estudiar Medicina y Cirugía en la prestigiosa Universidad de Montpellier, Francia, donde se graduó en julio de 1883, y posteriormente se hizo obstetra ya de regreso en la capital cubana. En lo adelante nunca se desvincularía de su ciudad natal, donde residió por largos años en la calle Real —Independencia— No. 11, hasta su muerte, el 15 de abril de 1902.
Lo cierto es que años después y luego de un complicado proceso legal, la casa pasó a manos de José García Cañizares, sobrino segundo de Manuela Madrigal y, por tanto, pariente de su descendencia. Don Pepe —como lo llamaban— era un emprendedor farmacéutico oriundo de Sevilla, España, que obtuvo cuantiosos ingresos a partir de la creación de remedios basados en la llamada medicina tradicional.
El sevillano fundó en 1889 la farmacia Santa Isabel en la confluencia de las calles Independencia y Rafael de la Aguilera, con el frente para la primera y el costado para la plazuela que luego se llamaría de Judas.
Pero, debido a sus ideas separatistas, García Cañizares se vio obligado a emigrar y dejó su conocida farmacia Santa Isabel al licenciado Pedro Mencía Cepeda, integrante de una familia de ricos terratenientes.
Una vez destruido el dominio de España en Cuba, el hijo de Sevilla retornó a su patria adoptiva e ingresó en el Partido Liberal, de José Miguel Gómez, del cual fue un activo miembro.
Gracias a su solvencia económica, decidió ampliar y modificar la mansión que fuera de su tía, por lo que le añadió una segunda planta y la convirtió en una magnífica casona de estilo ecléctico. Pero la suerte le dio un vuelco cuando sobrevino la gran crisis mundial capitalista de 1929-1933 y sus ingresos se vieron muy mermados, por lo que tuvo que hipotecar sus propiedades.
Abrumado por deudas, García Cañizares vio cómo la mansión caía en manos de su acreedora, Consuelo Mas Cabrera, primera de una sucesión de inquilinos a partir del alquiler de moradas en su planta superior, que gracias a la Reforma Urbana pasaron después de 1959 a propiedad estatal en usufructo de sus ocupantes.
Entretanto, en el piso bajo, lo que es ahora la cremería El Yumurí, en la esquina a Céspedes, fue en la década de los años 80 un conocido merendero en el cual se expendían batidos y perros calientes hasta altas horas de la noche, y en la parte central con el frente hacia la estatua de Judas Tadeo Martínez-Moles, radica una dependencia de la Empresa de Servicios de Protección Sociedad Anónima (Sepsa).
En la sección que da a la calle Independencia continuó funcionando hasta inicios de la década de los años 90 del pasado siglo la farmacia Santa Isabel, ya nacionalizada. Luego, el local fue centro gastronómico y actualmente una cremería.
Esta es la impronta de un señero edificio espirituano que nos vincula al 27 de noviembre de 1871 y a la vida de familias a cuya iniciativa se debió paso a paso la construcción de las miles de obras que hoy conforman el fondo inmobiliario de esta ciudad medio milenaria, casi en el centro de Cuba.
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