El proyecto de un fotógrafo espirituano valida la necesidad de espacios alternativos para la apreciación del arte.
Lejos ya los tiempos del artista Henri Cartier-Bresson y su teoría del instante decisivo; lejos también los años en que los grandes fotógrafos cubanos documentaron la efervescencia social de los 60, la imagen capturada por el lente continúa fascinando al público, no solo por su valor testimonial, sino, sobre todo, por su capacidad polisémica.
Sin embargo, desde los mismísimos inicios de la fotografía, en pleno siglo XIX, quienes se dedicaron a ella debieron enfrentarse a un mare mágnum de prejuicios: que si se trata de un arte menor, que si la posibilidad de reproducción en serie compromete su condición de obra única e irrepetible, que si las pretensiones comerciales superan a las artísticas…
Con semejante cadena de recelos ha debido lidiar durante años el espirituano Álvaro José Brunet Fernández, arquitecto de carrera y fotógrafo por vocación, quien se ha mantenido apretando el obturador de su cámara en las más disímiles circunstancias: por encargo, primero —la fotografía sirve también, nadie lo dude, para llenar la mesa—; luego, para satisfacer la tan apremiante necesidad de expresión.
De si ha conseguido comunicar o no pueden dar fe quienes asisten a las numerosas exposiciones que, ya sea en recintos yayaberos o en las más prestigiosas galerías de la capital, devienen manifiesto de su muy particular estética: la de colocar objetos, una vez despojados de su significado original, en contextos que sugieren otras lecturas y casi siempre señalan como un dardo aristas polémicas de la realidad.
Pero no es por su discurso que ha venido ganando notoriedad en los últimos meses, sino por la osadía de abrir una escuela sui géneris en Sancti Spíritus —que nada tiene que ver, por cierto, con el sistema de enseñanza institucional—: la Academia de Artes El garaje fotográfico, un proyecto que, con el apoyo del Fondo Cubano de Bienes Culturales, pretende erigirse en un espacio alternativo para el fomento del panorama artístico de la localidad.
¿Controversial? Por supuesto, como cualquier escenario que en la Cuba de hoy se proponga conciliar gusto estético, economía e iniciativa privada; pero igualmente válido, siendo —como es— un reducto para la creación y apreciación de la fotografía y, mejor aún, del arte contemporáneo en sentido general.
Para elevar el rigor profesional, El garaje… se ha valido desde su fundación, en junio de 2013, del criterio autorizado y el concurso de especialistas como Ibraín Pilar Zada, Aliosha Díaz, Rigell Ramos y la mismísima Elvia Rosa Castro, curadora y crítica de arte que, al decir de Brunet, hace las veces de representante del proyecto en la capital.
A esa suerte de mecenazgo que la intelectual espirituana ejerce sobre El garaje… se deben las numerosas conferencias que ha dictado a los alumnos de la academia; la promoción a nivel nacional de esta iniciativa que, según Elvia Rosa, constituye la más lograda de su tipo en el país, y buena parte de la información documental que hoy archiva la galería-taller de Álvaro Brunet, un fondo que se enriqueció con el título Detrás del muro, catálogo de excelente factura que ha sido presentado únicamente en Nueva York, La Habana y, el pasado sábado, en Sancti Spíritus.
El texto, que compendia la obra de 25 artistas participantes en la Oncena Bienal de La Habana, apuntala la pretensión de Brunet de desbordar en su academia los estrechos límites de la fotografía para invadir los predios de las artes visuales contemporáneas, un terreno que demanda creatividad y, por supuesto, actualización constante.
En esas lides, las de proveer a los artistas en ciernes del arsenal teórico y práctico necesario, se aventura desde hace ocho meses El garaje…, un proyecto que, no obstante los resultados palpables, aún deberá lidiar con los prejuicios que sortearon a golpe de talento los fotógrafos de antaño.
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