Manuel Pérez González, consierado el Puentero Mayor luego de ejecutar más de 170 viaductos, sigue en el mundo de los vivos a sus 94 años.
Sin premeditación, he matado a un hombre dos veces; al confesarlo, se me ponen los pelos de punta. La primera vez, ni la víctima se enteró; la segunda —días atrás—, los teléfonos de Escambray se vinieron abajo. Hasta el sábado pasado, yo daba por muerto a Manuel Pérez González, el Puentero Mayor.
Hace tres años, cuando trenzaba ideas y palabras en la crónica “Nacido en el Sol de la noche”, una fuente periodística, de cuyo carné de identidad recuerdo, me aseguró que Manolo, leyenda en la construcción de puentes en Cuba, Iraq y Nicaragua, había fallecido, lo cual era razonable: de vivir, mi difunto tendría para ese entonces 91 años. Pero, sin malsana intención, el funcionario me tiró bola y me descolgué tras esta.
Mientras yo sacaba del juego a Manolo, él disfrutaba de los altibajos de los Gallos en la Serie Nacional, se bañaba temprano para deleitarse con el dominguero Palmas y Cañas y sacaba del cuarto, de vez en vez, la jaba de nailon y cartucho, donde guarda un álbum manoseado y cuanto recorte de periódico y revista mencionara su nombre en sus más de cuatro décadas dedicadas a levantar puentes.
El error pasó inadvertido para todos, incluso para los vecinos del barrio de Colón, quienes, boquiabiertos, se aparecieron en bandadas en la casa de Manolo, luego de leer el reportaje “Puente que nace torcido…”, publicado en la edición del 26 de julio de Escambray, donde se da al Puentero Mayor como desaparecido físicamente.
—Ojito, ¿Manolo está vivo?, me preguntó Carmen, la autora, cuando se disponía a escribir el susodicho material.
—Noooo, le espeté ni corto ni perezoso en la Redacción.
Ante mi segunda pifia, me quedé sin opciones. Con una agenda discreta y sin previo aviso, me presenté en la casa de este hombre —ejecutor de algo más de 170 viaductos—, quien salió del cuarto, con un bastón, en son de guerra, pensé yo.
Contra mis pronósticos, no se armó la de San Quintín —célebre batalla donde los españoles hicieron trizas a los franceses—, y en minutos la supuesta víctima se dejó llevar por las preguntas del reportero que lo había conocido hacía casi 25 años cuando Manolo, en imitación de un equilibrista, caminaba sin camisa por las vigas del esqueleto de hormigón del puente sobre el río Zaza.
Mas, ni en esa ni en otras oportunidades le solicité entrevista alguna; por ello, ahora supe de otro equívoco no revelado, que subyace tras la foto que les tomaran a él y a Fidel el 27 de julio de 1986 durante la inauguración del paso peatonal sobre el río Yayabo y que cuelga en la sala de su casa.
—Ve temprano para allí, le aclararon la víspera de ese encuentro.
A punto de montarse en la bicicleta destartalada, Manolo, quien conocía al Comandante en Jefe desde la construcción del puente de Rancho Luna, Cienfuegos, se dijo:
—Deja llevarme mi oficina porque Fidel no me va a coger de atrás pa’lante.
Y se fue al puente con su oficina a cuestas —una jaba desaliñada, repleta de planos, libretas garabateadas— para aguardar por la comitiva.
—Viejo, ¿qué usted hace aquí?, le preguntaron los agentes del Orden.
—Me dijeron que esperara al Comandante, le respondió Manolo, quien no andaba vestido de etiqueta para la ocasión.
Una y otra vez la misma pregunta; una y otra vez la misma respuesta.
—Mire, mi viejo, móntese en ese carrito, le ordenaron.
—No, esos carritos nunca me han gustado.
Al final, tuvo que obedecer y el vehículo patrullero solo paró frente la Estación de la PNR, donde el constructor seguía enclochado, hasta que se le alumbró la cabeza:
—Llamen a Joaquín Bernal; él les explicará, pidió con los genes de isleño de guardia.
—Ustedes están locos; suelten a ese hombre, aclaró el entonces Primer Secretario del Partido en Sancti Spíritus.
Ya en libertad, cogió su bicicleta y masticando la incomodidad fue a disipar la ira en casa de una hermana. Después del mediodía y sin decir palabra alguna sobre el incidente, se apareció en la vivienda de un hermano que vivía en la punta del viaducto peatonal. Cuando Bernal lo divisó en medio de la multitud, casi le grita.
—Mi’jo, ¿dónde tú estabas metido?
De ese otro equívoco, quizás no sabían hasta ahora ni los propios vecinos que irrumpieron en su casa, blandiendo el error de Escambray en sus manos, como tampoco de su poema —escrito dos años atrás— dedicado, en un rapto de sensibilidad, a Encarnación, La Negra para los conocidos, o “mi novia de siempre”, como la llama aún hoy el Puentero Mayor, el mismo que, medio en broma, medio en serio, me sacó la vergüenza a la cara, cuando fui a presentarle mis disculpas.
—Vas a hablar con un muerto.
Muchas felicidades Manolo, para mí usted siempre seguirá siendo El puentero Mayor, Hoy desde la Empresa de Aprovechamiento Hidráulico reciba nuestro agradecimiento por tantos y tantos puentes que realizó en este y otros muchos países.
El puente sobre el Aliviadero de Cayajaná, es uno de nuestros simbolos , por dejar pasar el agua hasta su destino final cuando los eventos meteorológicos así lo precisan.
El próximo 10 de agosto celebraremos el Dia del Trabajador Hidráulico. Usted, estará como uno más entre nosotros. Felicidades nuevamente ingenioso constructor.