Una de las agrupaciones de más largo aliento entre los espirituanos desgrana su historia en un texto publicado por Ediciones Luminaria
Mientras leía El gallo que es fino y canta, libro que relata la historia de la Parranda Típica Espirituana —escrito por la investigadora y narradora Saylí Alba Álvarez— recordé que las primeras décimas cantadas de que tenemos memoria en Cuba datan de 1604, cuando el poeta canario Silvestre de Balboa compuso un motete para celebrar el rescate del obispo Juan de las Cabezas Altamirano, secuestrado en Yara por el pirata francés Gilberto Girón.
Serían entonces dichas décimas, y no las octavas reales que configuran el Espejo de paciencia, las que tendrían el mérito de ser la primera composición literaria criolla conocida. Tras estos poemas, la siguiente obra fue publicada en 1730: El príncipe jardinero o Fingido Cloridano, de Santiago Pita; una comedia en versos donde, entre otras estrofas, también destaca el empleo de la décima.
De tal modo, no sería aventurado presumir que durante ese lapso de aparente mudez literaria se continuaron componiendo décimas en Cuba, un elemento que ayudaría a explicar por qué esa estrofa hoy constituye uno de los más importantes signos de identidad nacional.
Con exactitud no se conoce cuándo surge el punto guajiro cubano: no es hasta 1836 que se registra el término en el Diccionario casi razonado de voces y frases cubanas, de Esteban Pichardo. Sin embargo, es sabido que —tanto como el galerón venezolano, la trova puertorriqueña, el torbellino colombiano y la payada argentina— el punto guajiro cubano es heredero del trovo alpujarreño andaluz, una manifestación musical muy famosa por sus decidores o trovadores de repente, y de la cual se conservan testimonios que datan del siglo XVI.
A finales del siglo XVII Sancti Spíritus tenía una población de unos 1 600 vecinos libres que ya contaban con tradiciones populares como la fiesta del Santiago, y desde la primera mitad del siglo XVI también había en la villa una significativa presencia de negros. El régimen de esclavitud en aquellos tiempos era de tipo patriarcal, diferente a la explotación intensiva —y muy segregada— de siglos posteriores, de modo que la estrecha relación cultural entre africanos y peninsulares podría explicar la evolución sufrida acá por el trovo alpujarreño.
A los instrumentos de cuerda tradicionales españoles: la guitarra, el laúd, la vihuela…, de pronto se le unía la percusión africana: clave, maraca, güiro, marímbula; amén de otros provenientes del propio entorno como por ejemplo el machete; y por lógica elemental esa mezcla tenía que sonar distinto.
Debo aclarar que si me he extendido en detalles históricos es por tres razones. Primero: tal vez de ninguna otra manifestación artística popular los espirituanos pueden presumir una más larga data. Segundo: esto pudiese explicar por qué el punto guajiro ha conseguido calar tan hondo en la tradición espirituana, y, tercero —confieso que este es el verdadero motivo de la disquisición—: porque los dos elementos anteriores me permiten subrayar el mérito sociocultural que tiene la investigación realizada por Saylí Alba Álvarez en su libro El gallo que es fino y canta.
Por ciertas razones, de las cuales ahora no quiero acordarme, en Sancti Spíritus se ha publicado muy poco sobre el fenómeno del repentismo y las tonadas, de modo que este volumen llega para saldar viejas deudas. Y nada mejor que hacerlo contándonos la historia de la Parranda Típica Espirituana, fundada en 1922 por los hermanos Sobrino: una agrupación que contra viento y marea se ha mantenido activa por más de 90 años y que, sin dudas, es de las emblemáticas del género en Cuba.
Para evidenciar esta última afirmación, baste ver cómo el punto espirituano emerge con fuerza y particular virtuosismo por sobre otras variantes del punto cubano: el camagüeyano, el matancero, la seguidilla; y si acaso goza de una menor popularidad y divulgación que el punto vueltabajero es porque sus ataduras al acompañamiento musical y la armonía de voces lo hacen inapropiado para el pie forzado y la controversia.
Escrita con una prosa amena —ganancia de sus habilidades como narradora— esta investigación de Saylí no es de las que descansan con el punto final, sino de las que retan y abren múltiples entradas a futuros investigadores. Por ejemplo, no puede escribirse la historia de muchos ilustres espirituanos como Teofilito, Serapio, Miguelito Companioni o Marcial Benítez sin mencionar lo que a ellos legó la Parranda. Tampoco puede hablarse de tradición, idiosincrasia e identidad local si excluyéramos esa herencia.
Saludamos entonces la edición de este libro por Luminaria: una obra estereoscópica no solo por el resalte de sus primeros planos —testimonios, obras tradicionales, miradas y valoraciones—, sino también por el relieve que se intuye en los objetos de fondo.
Soy de Arroyo Blanco y me acuerdo de las parrandas cuando era niño. Vivo en los Estados Unidos.
Tengo en mi poder algunas grabaciones de las parrandas de Arroyo Blanco. Para mi son un Tesoro pues vivo fuera de Cuba hace 50 años. Soy sobrino de Serafin Sanchez y tengo varias biografias de el. Un saludo
para ustedes Tomas Calderon
Realmente Arroyo Blanco, en cuanto a música campesina, constituye una reserva patrimonial, de incalculable valor. La semana pasada, estuve en varias zonas cercanas, como Los perejiles y Matacaballo y quedé asombrada como los campesinos se saben tantas décimas y saben tocar tantos instrumentos. son muy lindas las parrandas que aun se conservan. Hace dos años las parrandas de Arroyo Blanco grabaron por la siquera bis music, un disco que se llama parrandeando entre las lomas, que tiene un exelente documental que realizó Sonia días Casola, la esposa de Barbarito Torres.
Este pueblo siente orgullo
de sus fiestas santiagueras,
por la ferias ganaderas,
y sus canciones de arrullo.
Abrazan a modo suyo
a sus dignos trovadores,
compositores, cantores
como Gallo, Teofilito,
Rafael y Miguelito,
D´Gómez y Miraflores.
La Parranda espirituana
con tonadas de Marcial
casi no tienen igual
en la música cubana.
Y desde data lejana
para orgullo del enclave
se escucha el sonido suave
o contagioso y rotundo
casi único del mundo
que tiene el Coro de Clave.
A Enrique:
Los cantadores de la parranda típica le dan las gracias por las décimas escritas y quieren saber si pueden incorporarlas como parte de su repertorio, igual que han hecho con otras décimas que usted les ha regalado. También si nos puede dar su correo para invitarlo a actividades realcionadas con la cultura campesina, que se realizan en la Universidad José Martí. Saludos, Saylí Alba.