Este miércoles llegó a su fin la condena de los luchadores antimperialistas cubanos con el regreso a la Patria de Ramón, Gerardo y Antonio. El caimán de la Mayor de las Antillas se viste de fiesta
Hoy Cuba entera amaneció en vilo: ¿era cierto que después de años de lucha, de denuncia, de reclamos, por fin Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Gerardo Hernández regresaban a casa? ¿Era cierto que volverían a abrazar a sus madres, esposas e hijos? ¿Era cierto que esa suerte de frente que erigieron miles de naciones a favor de la causa de los Cinco había dado frutos?
Bastó apenas que el pueblo advirtiera a través de la cadena multinacional Telesur el tuit “Volvieron”, enviado por René González, el primero de los héroes liberados, para que la noticia se esparciera como pólvora y el pueblo entero se estremeciera como lo que bien pudiera calificarse el acontecimiento del año o, quizá, del siglo.
Volvieron: una palabra de nueve de letras devino una suerte de movimiento telúrico en el alma de los cubanos; una palabra de nueve letras dejó en ridículo a los incrédulos; una palabra de nueve letras inundó las redes sociales de mensajes de esperanza; una palabra de nueve letras arrancó lágrimas.
Entonces, supongo, que es cierto aquel refrán popular de que “el que persevera, triunfa”; que la injusticia es capaz de temblar y que la convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas, no resultan quimeras.
“Cuando los pueblos tienen dignidad, más tarde o más temprano cumplen sus objetivos,” manifestó la presidenta de Argentina Cristina Fernández en su intervención en la Cumbre del Mercosur. Y mientras las palabras resonaban, el pueblo todo se volcaba a las calles para lanzar vítores a la Revolución, diciendo que Cuba sí puede, con ese deslumbramiento imposible de traducir en palabras.
Así sucedió en Trinidad, donde, según confirmaron a Escambray, los visitantes extranjeros que circundaban la Plaza Mayor comenzaron a aplaudir desenfrenados en un ataque colectivo de euforia. Y enseguida sonaron los cueros y las trompetas. Allá, los creyentes atribuían el milagro a San Lázaro y, en un santiamén, la tercera villa, como toda Cuba, vistió de gala.
Embebido por el delirio de confirmar que, efectivamente, los tres ya están en casa, imaginé el regocijo de la madre de Tony al ver a su hijo bajar de la escalerilla; a Adriana volviendo a abrazar a su esposo después de más de 15 años de ausencia; a Ramón rodeado de sus hijas.
Hoy la bandera de la estrella solitaria se me antojó más grande y resplandeciente y constaté que los vaticinios pueden hacerse realidad cuando recordé aquella mañana de 2001 en que Fidel, con esa clarividencia tan suya, anunció públicamente: ¡Volverán!
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