La muerte del felino más famoso de Zimbabwe ha devuelto al debate mediático el tema del respeto a la vida animal. Las redes sociales, indignadas con la cacería como forma de entretenimiento
Que un león haya muerto a manos de un cazador adicto a emboscadas y safaris pudiera parecer lo más común en África, un continente que los medios occidentales venden como una inmensa pradera colocada al sur de Europa para que el Primer Mundo pruebe que es temerario.
Pero ha muerto Cecil, un león en la vida real, no en los animados de Disney; un león que era, por demás, el más querido de Zimbabwe, un felino que según las agencias de noticias internacionales era también el más famoso del planeta. Y debe ser así —no me pregunten por qué— si vivía especialmente protegido y llevaba un GPS en el collar para que las autoridades de la reserva natural de Hwange no le perdieran ni pie ni pisada.
A pesar de los cuidados, sin embargo, lo perdieron: el primero de julio Cecil fue abatido por una flecha, posteriormente despellejado y decapitado en un acto de barbarie solo comparable con la depredación animal, incluidos de los propios leones, o con ciertos “ajusticiamientos” del Estado Islámico.
Desde entonces, los medios han exacerbado el morbo natural de la noticia y le han exprimido minuto a minuto los detalles: que si el cazador era un ciudadano español todavía sin identificar que había sacado al león del parque con argucias de niño de primaria; que si el felino vagó dos días herido antes de que el asesino lo rematara; que si ya está confirmado que el depredador de Cecil es un odontólogo estadounidense, Walter James Palmer, quien pagó 50 000 dólares por una cacería que consideraba legal; que si fue guiado por dos zimbabwenses que este miércoles comparecieron ante la justicia del país africano…
La ira no ha parado desde entonces en las redes sociales. Sometido a duras críticas en Twitter y Facebook, fundamentalmente, el dentista norteamericano se vio obligado a cerrar la clínica y sus páginas promocionales en Internet. Desde entonces, cientos de indignados colocan flores y peluches de animales salvajes en una suerte de improvisado memorial que se levanta a las puertas del inmueble, según destacan reporteros locales y replican en sus mensajes millones de usuarios de la web.
En una historia a la que le crece por minutos la melena, lo más grave sigue siendo también lo más minimizado, preterido a los párrafos finales de los reportes de prensa: que este acto de barbarie llevado al paroxismo por la viralidad de las redes sociales no es en modo alguno un hecho aislado, sino que viene a engrosar la ya kilométrica lista de cacerías furtivas y comercio ilegal de ejemplares que saquea, lenta y solapadamente, la diversidad natural de África, como si no fuese suficiente con la desatención crónica que el resto del mundo prodiga al continente olvidado. Ese “olvidado” debía decirnos algo.
Ojala de verdad que estas salvajadas terminen, los humanos somos los animales más salvajes y asesinos que existen, miren las guerras y asesinatos que ocurren por tantas partes del mundo, niños, mujeres, ancianos inocentes. Esto es tan salvaje como eso, es una forma de acabar con la vida en la tierra. Estoy seguro que ese señor que gasta 50 000 a cada rato y más en sus diversiones (aunque es su dinero), estoy seguro que no se brinda a curar a pobres que no pueden ni asomarse a su clínica, su corazón no le da para ayudar y brindarse para acabar con tanta miseria, por eso nuestra gente tiene que estar claro del valor que tienen nuestros médicos y población en general.
Qué manera de divertirse el niño….. Porque en vez de estar acorralando animales, no escoge cerrase en un colchón a manos limpias y fajarse con Mijaíl López o con Savón, hasta que uno salga desguazado…
Sencillamente mi colega es un depredador de la vida animal mas valiosa, y deberia ser castigado.