Entre el polvo y la sequía sobrevive una comunidad cuya gente trabaja, sueña, confía
Un bostezo y… se hace el polvo. No es preciso estornudar. Lo mismo la calle principal de la comunidad que el vial de acceso a ella, cuando se ha doblado a la izquierda de la carretera que conduce desde la cabecera provincial hasta La Sierpe, son una especie de Sahara.
“Si hubiera venido 10 días atrás habría visto los huecos por donde quiera. Aquí hasta las ambulancias se resistían a entrar en tiempo de lluvia”, advierte un lugareño. Adriaris Martínez, la enfermera que ha laborado en el consultorio médico durante casi tres años, afirma sin cortapisas: “El camino acaban de arreglarlo, pero eso ha provocado más brotes de gripe y crisis de niños asmáticos; son padecimientos que se agudizan con el frío y ahora el polvo es insoportable. Si no iban a asfaltar o a echar un rocoso debían haberlo dejado como estaba”.
A Escambray le consta que hasta hace poco el panorama en Las Yayas era otro. Lo describía al detalle una carta firmada por Digna Bertalina Estrada Ibarra, quien narraba lo escabroso de la carretera por donde no pasaban ya ni las noticias de la prensa escrita y en la que hasta los carros encargados del traslado de enfermos veían roto su itinerario al atascarse. Cuentan que menos la leche, proveniente de una UBPC cercana, todo dejó de entrar como era debido.
Santiago Pérez Alonso, delegado del Poder Popular en la circunscripción, había sido exacto cuando, vía telefónica, se excusó por no poder estar allí durante la visita y adelantó: “Tenemos tres problemas fundamentales: la carretera, el agua y el alumbrado público. Lo otro que nos afecta son los productos de aseo personal, pues no nos suministran. Lo demás ya usted verá, funciona bien”.
Desde el abuelo que esperaba la cura de su pie quemado, ritual que hasta el día de nuestra visita repitió varias veces luego de viajar en el carretón del hijo desde su casa, algo distante, hasta el trabajador por cuenta propia, coincidieron en que allí las cosas marchan bien. Pero aun así especifican: bien, si por ello se entiende la llegada en tiempo de la canasta básica e incluso la presencia de disímiles mercancías, la funcionalidad de la escuela, la estabilidad del doctor que aquel miércoles asumía su guardia en el Policlínico Sur o la existencia de medicamentos imprescindibles. En la pequeña farmacia la boticaria afirma que el surtido entra de mes en mes y algunos como la Dipirona, el Paracetamol, el Kogrip y algunos antibióticos orales suelen tener mucha demanda. Los del tarjetón, en cambio, hay que ir a buscarlos al pueblo.
La satisfacción llega al límite cuando se habla de puntualidad, pues desde el médico hasta varios maestros que no residen en Las Yayas dependen de los vaivenes del transporte. Igual sucede con los que aspiran a salir de allí desde el amanecer para asistir al trabajo, al turno médico o a otras gestiones porque no hay carro que los incluya en su ruta. A menudo ni los ómnibus que van o vienen de La Sierpe —afirman— dan la “botella” salvadora. Sin embargo, ninguna otra irregularidad o carencia provoca tanta alharaca cuando se habla de ella como la relativa al agua; ni siquiera la usual ausencia de jabón y detergente líquido, artículos que es preciso ir a buscar a La Junta, a 5 o 6 kilómetros de distancia. “Tenemos que aventurarnos allí o en las tiendas de la ciudad, que usted sabe cómo se ponen, porque en los planes de Comercio esta unidad no reza como punto de aseo”, afirma Marisely, la bodeguera.
DE LO SECO A LO OSCURO
Encaramada en una especie de meseta o colina, la comunidad comenzó a padecer de sed en el justo momento en que, por lo menos seis años atrás, modificaron su sistema de abasto del recurso hídrico. Cuentan que antes venía desde los tanques elevados de la UBPC, del mismo nombre que el asentamiento, pero ahora la bombean directo desde un pozo en la parte baja del extremo derecho, mirando desde la tienda mixta, que está situada en el centro del caserío.
Unos más tímidos, otros desinhibidos, los moradores hablan de sus problemas: “Esta es una población con deseos de trabajar, aquí la gente mayormente produce en el campo y quiere, cuando llega a descansar, tener las condiciones mínimas” aduce José Abad, el administrador de la unidad comercial. Alguien atiza la polémica: “Excepto cinco o seis casas, y son casi 90, a nadie le llega el agua. La traen en pipas, pero la última vino 29 días después de la vez anterior”, afirman algunos habitantes
Otros se quejan de las noches oscuras, en las que se divisan solo dos postes con sus luminarias, cercanas entre sí. “No me he cansado de plantearlo, no entiendo que la Circunvalación esté como una pista de baile y nosotros así”, explicó el delegado.
En la escuelita rural Antonio Rodríguez Pentón, que acoge a 47 niños de preescolar a sexto grados, el busto de José Martí permanece sin flores. Animados por la visita de reporteros, los niños recitan sus lemas, cuentan peripecias y evocan los escritos del Maestro.
En la modorra seca de sus días, en la penumbra de sus noches Las Yayas esperan. Más temprano que tarde alguien sacudirá sus ramas y rociará de vida su follaje. Ojalá para entonces los gorgojos aún no hayan devorado todo.
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