Con una hoja de ruta —en cuanto a expectativas— cumplida y superada por la realidad, la participación cubana en esta VII Cumbre de las Américas, recién concluida en Panamá, sentó pautas en un tipo de evento inaugurado en 1994 por iniciativa de Estados Unidos, el cual dejaba ostensiblemente excluido al país de la región con mejores índices en el ejercicio de derechos sociales de su pueblo.
Intervención de Raúl Castro en la Cumbre de las Américas en Panamá (video)
En cuanto a novedad, esta fue la única Cumbre del continente que ha logrado reunir a los representantes de sus 35 naciones, pero lo hizo en un momento de máxima tensión política, cuando la indignación cunde al sur del río Bravo por el disparatado, injusto y amenazante decreto del Presidente Barack Obama que declara a Venezuela “un peligro inusual y extraordinario” para la seguridad de la superpotencia.
Por tanto, el mandatario estadounidense se metió por propia iniciativa —ya próxima esta, su tercera y última cumbre durante su mandato— en un problema político mayúsculo que le ha explotado entre las manos, como se demostró en los dos días de sesiones de los jefes de Estado o Gobierno, y en la Cumbre de los Pueblos, que sesionaron casi de manera simultánea en la capital istmeña.
¿Qué pensó Obama cuando concibió el malhadado decreto?, ¿Creería que la fórmula de divide y vencerás, aplicada con tanto éxito por Washington en el Medio Oriente, funcionaría igual en Nuestra América; que nos echaría a pelear a unos contra otros, para al final lograr sus objetivos sobre la ruina de la incipiente unidad latinoamericana y caribeña tan arduamente construida?
Tanta desconfianza generó ese grave paso, ya próxima la VII Cumbre, que cuando el Presidente norteamericano anunció su intención de reunirse con los miembros de la CARICOM en la capital de Jamaica, en una escala del viaje a Panamá, todos vieron en ello la intención de torpedear Petrocaribe.
Fue como si el actual regidor del Imperio insinuara a esos pequeños Estados: “Mejor cooperen con nosotros y acepten nuestro ofrecimiento, porque luego van a quedar desamparados, ya que el presidente de Venezuela se va a caer, porque lo vamos a tumbar”.
Obama no tuvo en cuenta para nada el momento político que se vive en el subcontinente, ni la reacción del digno Gobierno de Venezuela y el pueblo bolivariano, ni la de las naciones hermanas de América, y cuando llegó a la Cumbre, ya iba con la condena de la Unasur, el ALBA, el Mercosur, la Celac, el Movimiento de los Países no Alineados, y el Grupo de los 77 más China, integrado por 133 estados.
En esas condiciones se presentó Obama en la Ciudad de Panamá, llevando en su gigantesco Jumbo Boeing 747, su limusina blindada, y a la vista pocas millas mar afuera, de un poderoso portaaviones de la armada yanqui, tal como hiciera Bush en la Cumbre de Mar del Plata, Argentina, en noviembre de 2005.
Allí, merced a la entereza y firmeza de principios del entonces presidente Chávez, y sus homólogos argentino, Néstor Kirchner y brasileño, Lula da Silva, el ALCA, un nefasto proyecto de dominación concebido en Washington, fue derrotado de forma contundente. Ahora, en Ciudad de Panamá, el recurso de ofrecer zanahoria a Cuba, para mitigar los ánimos antiestadounidenses en la región, mientras se ataca a Venezuela, también se fue al demonio.
Es cierto que algunos en el mundo, luego del 17 de diciembre y el anuncio de tentativas relaciones entre La Habana y Washington, echaron a volar dudas en torno a si ello mellaría la solidaridad cubana con la patria de Bolívar —y con Rusia, China y otros de sus amigos— pero el Presidente Raúl Castro, devenido principal personaje mediático de la Cumbre, se encargó durante su medular intervención de reafirmar la invariable posición cubana en defensa de la hermana República Bolivariana.
Con firmeza y dominio, Raúl expuso la historia de agresiones de la gran nación del norte contra nuestra patria, iniciada prácticamente desde el surgimiento de los EE.UU. como nación independiente; cómo evolucionaron a lo largo de décadas sus relaciones tempestuosas, y el momento actual, en el cual ponderó los méritos del Presidente Obama en sus esfuerzos por acercar a nuestros dos países y eliminar el bloqueo, al tiempo que reconoció que cuando esa guerra económica se inició, Obama ni siquiera había nacido.
La crítica velada del aludido al recurso de la historia como base de los discursos —pues ha sido una tradición de agresiones la de su país hacia el sur del Continente— encontró respuesta sólida de parte de la Presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, quien nos emocionó profundamente cuando dijo: “Cuba está aquí porque luchó 60 años con una dignidad sin precedentes, con un pueblo que sufrió y sufre aún muchas penurias, y porque ese pueblo fue dirigido por líderes que no traicionaron su lucha”.
Por la senda de Cristina, valiente y crítica hacia los desmanes de Washington y su par, el imperio británico, transitaron los discursos de Maduro, de Evo Morales, Rafael Correa, Dilma Rousseff y otros mandatarios, quienes celebraron la presencia de Cuba, y censuraron al máximo las amenazas a la patria del Libertador.
Tiempo hubo en la Cumbre y en torno a ella, para respetuosos encuentros de Raúl Castro con Obama, Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, y Thomas Donahue, presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos. También para que Nicolás Maduro dialogara con y Obama y este último reconociera que “Venezuela no es una amenaza para los Estados Unidos”.
Pero también, en la memoria de este evento transcendental, y su entorno, quedan para la posteridad la emotiva Cumbre de los Pueblos y la lección de decoro aportada por la delegación de la sociedad civil cubana frente a las provocaciones orquestadas por mercenarios y terroristas, de la calaña del hombre que vejó al Che prisionero y herido en octubre del 67, y que ordenó su asesinato por mandato de la CIA; un hombre vil, asesino y artero, que sufrió en Panamá el repudio de todos los hombres y mujeres dignos.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.