El proyecto de desarrollo local de Trinidad se afianza como vanguardia dentro de las nuevas formas de manejo cultural. El encuentro homónimo traza nuevas estrategias para el beneficio del territorio
Al principio, los tildaron de locos. Impulsar el desarrollo municipal a partir de la cultura no resultaba un plan convincente. De ahí que el expediente cayera en el ostracismo de las gavetas hasta que, años más tarde, las conciencias maduraron para darle el visto bueno.
Tal vez por las veleidades sorteadas desde que la idea rondaba al puñado de artistas de la plástica, el proyecto de desarrollo local Artes visuales en beneficio de la cultura, de Trinidad, prefirió los hechos concretos como estandarte, y no tanto el discurso efímero u oportunista; hechos traducidos en revitalizar espacios moribundos, tender manos a los creadores o sustentar más de una actividad cultural.
A tal punto llega la capacidad de convocatoria que en apenas una semana la villa sureña devino epicentro del debate, el diálogo sin pelos en la lengua a través de Una cultura en tiempos de cambio, encuentro donde quedó demostrado que la cultura puede ser rentable, sin caer en la marisma de la mercantilización.
Desde el comienzo Alain Fernández, al frente del proyecto, lo advirtió: “Esta es una cita familiar, un encuentro atípico, itinerante, como la idea que defendemos”. Y la inteligencia de no callar voces con excusas de horarios ceñidos se erigió como clave del éxito, acaso porque una conversación profunda no conoce límites.
“El evento resulta osado, más en un sitio declarado Patrimonio de la Humanidad —sostiene Nelson Herrera Ysla, especialista del Centro Wifredo Lam—. Creo que Trinidad debe cuidar que nada ajeno la contamine o deforme. Hasta ahora nos hemos cocinado en nuestra propia salsa, pero cada vez existen más opiniones encontradas con las de los decisores porque la gente ha perdido el temor de decir lo que piensa. Los proyectos de desarrollo local son básicos para el progreso de las comunidades, los territorios, las regiones y, algún día, serán decisivos para el desarrollo del país. Lo local gesta el valor universal de las acciones”.
De tal premisa bebieron los gestores de la iniciativa de desarrollo en el terruño, quienes supieron dilucidar el camino correcto en la búsqueda de la prosperidad. “Nosotros existimos gracias a la cultura, vivimos de la cultura y añoramos las glorias de antaño de Trinidad en tal sentido. Por eso nos dimos la tarea de buscar un mecanismo factible para desarrollarla y que los beneficios redunden en la población y la ciudad misma”, afirma Alain, también presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) en el municipio.
Así, prescindiendo de créditos bancarios, los emprendedores desafiaron los peligros de la autogestión e iniciaron tímidas intervenciones, comenzaron a juntar manos para rescatar la cultura institucional y sumaron la producción simbólica emanada del sector cuentapropista (en algunos casos más promotores de identidad que los centros estatales), pese a las miradas de soslayo de muchos.
Paso a paso, resistiendo el recelo y la desconfianza de sus propios émulos, Artes visuales en beneficio de la cultura ha derrumbado ciertas políticas de parcelas para convertirse en el “único proyecto de su tipo en el país con un impacto social y cultural palpable”, según Daisel García Bello, jefa del Departamento de Economía y Planificación de la Asamblea Provincial del Poder Popular, al frente de la iniciativa municipal de desarrollo local en la provincia.
Si fuera preciso recurrir a las estadísticas bastaría ilustrar que, a poco más de dos años de andanza, alrededor de 100 empresas solicitan servicios, que ya suman más de 1 400 personas adscritas, que las acciones realizadas sobrepasan las 1 200 e incluyen desde la intervención en el Jardín Botánico Nacional, la decoración de un parque infantil, hasta el traslado a otras villas que han celebrado el medio siglo de existencia con el propósito de trastocar ruinas en esplendor.
Ahora, la biblioteca municipal, la casa de cultura, el sitio de ensayo de la banda trinitaria de música, junto al establecimiento de prismáticos en la torre del Museo Nacional de Lucha contra Bandidos, la del antiguo palacio Cantero y la de Manaca Iznaga figuran entre sus prioridades.
Puede que todavía no logren sacudirse el estigma de ser “el proyecto de Alain”, una cooperativa de artistas, los cuentapropistas pretenciosos o que algún decisor desinformado solicite más de un documento para verificar la legalidad del asunto. Este ejército de quijotes, sin embargo, no sucumbe ante la política del timbiriche u otras prácticas ajenas a su génesis para engrosar bolsillos, sino que continúa derrotando molinos de viento para demostrar que la cultura puede salvar la ciudad.
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