Después de fracasar el intento de golpe militar y abocada la oposición a otra derrota en las próximas elecciones parciales, EE.UU. se desespera y amenaza con la agresión militar directa a Venezuela
Decir que los Estados Unidos están en la última fase evolutiva como imperialismo agresivo y prepotente, pero también decadente, capaz de poner a la humanidad en peligro perentorio para su supervivencia, deviene verdad de Perogrullo ante las últimas acciones de Washington en distintos escenarios, lo que ahora alcanza su más reciente y peligrosa acepción en torno a Venezuela.
El mundo se despertó este 9 de marzo con la insólita declaración del Presidente estadounidense Barack Obama, al presentar ante el Congreso una Orden Ejecutiva según la cual “Venezuela es una amenaza extraordinaria para la seguridad de EE.UU.” y, en consecuencia, se le faculta para asumir poderes excepcionales a fin de afrontar ese peligro supuesto que no se apoya en ninguna base creíble, puesto que Venezuela está a miles de kilómetros de Estados Unidos y no dispone de armas estratégicas.
Habría que ser ciegos para no ver el derrotero más que preocupante que siguen las acciones del Gobierno de la superpotencia. En particular, las agresiones contra la patria bolivariana han ido siguiendo una línea sostenida y ascendente desde el fallecimiento del Presidente Hugo Chávez en marzo del 2013 y la asunción de la primera magistratura por Nicolás Maduro.
Washington apostó muy fuerte en torno a Venezuela cuando apoyó con dinero, presiones diplomáticas y su aparato mediático a la oposición representada por Enrique Capriles en las elecciones anteriores, comicios en que se acercaron a menos de dos puntos porcentuales de la posibilidad de arrebatarles el poder por vía institucional a los seguidores de Simón Bolívar.
Pero no lo lograron, y entonces echaron mano al plan B, consistente en tratar de desestabilizar el país por medio de la desobediencia civil y las guarimbas, las que también fracasaron. Pero en enero del 2014 se produjo en La Habana un acontecimiento político de primer orden, que fue la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), en la cual la unidad del subcontinente salió fortalecida, Cuba aumentó su prestigio y se declaró a la región como zona de paz.
Era demasiado para el país imperial acostumbrado a imponer su voluntad en lo que —al conjuro de la tristemente célebre Doctrina Monroe— siempre consideró su patio trasero. Por eso, la Casa Blanca dobló las apuestas y aquella oposición violenta se lanzó a las calles de 18 de los más de 300 municipios venezolanos para, con métodos y prácticas de gamberrismo y terrorismo, provocar la desestabilización para justificar una intervención militar humanitaria.
Ya se sabe que esa ofensiva guarimbera, combinada con una asfixiante guerra económica basada en la especulación y el contrabando de productos hacia la frontera colombiana, aunque han golpeado muy fuertemente la economía del hermano país de Suramérica, y su estabilidad interior, se han visto neutralizadas por oportunas e inteligentes medidas adoptadas por la administración de Nicolás Maduro.
Fue en ese escenario que se fue disponiendo un tercer golpe, el que se creyó sería definitivo, y que consistió en reclutar y manipular a ciertos elementos de la aviación militar, junto a individuos que en diferentes momentos habían desempeñado cargos importantes o cercanos a figuras prominentes del Gobierno, sus aparatos de seguridad o las Fuerzas Armadas, con los cuales se urdió una conjura que, de lograrse, habría terminado en un baño de sangre.
Manejados desde Miami y territorio colombiano por personas partidarias del expresidente Álvaro Uribe, el plan de putsch militar incluía el bombardeo de objetivos civiles y militares, el asesinato de Nicolás Maduro y la destrucción de la televisora Telesur, entre otras acciones violentas que facilitaran la toma del poder por los complotados.
Luego, al igual que en abril del 2002, el “gobierno provisional”, con total respaldo de Estados Unidos y algunos de sus vasallos en Europa y otras partes del globo, decretaría la anulación de todas las iniciativas desarrolladas por Chávez y sus herederos políticos, incluidas las misiones sociales y denunciaría sus pactos y alianzas para hacer de Venezuela un aliado incondicional de Washington y un caballo de Troya en el seno de los organismos regionales de integración.
Pero este último y arriesgado plan, encaminado a borrar de un tirón la institucionalidad democrática venezolana, fracasó también a mediados de febrero, cuando fue abortado por las autoridades de Caracas, y es aquí que el imperio decide inmiscuirse de forma directa en el problema, dándole voz a un grupo de exfuncionarios desertores y traidores, radicados en Miami, y anunciando medidas excepcionales contra Venezuela, enfiladas también contra toda América.
Y ello es así porque, de no movilizarse al máximo y con urgencia organismos tales como la Celac, el ALBA, el Mercosur, la Unasur e, incluso, la desprestigiada OEA, la agresión militar contra Venezuela pudiera concretarse y ya entonces sería tarde, pues esta parte del continente dejaría de ser una zona de paz y esa nación hermana se convertiría en otra Siria, desgarrada por una guerra interminable.
Es el ahora o nunca para los países latinoamericanos y caribeños, enfrentados a la disyuntiva de actuar en un haz apretado como la plata en las raíces de los Andes, al decir de Martí, y parar con sus ideas justas y su decisión inconmovible de defender al país amenazado, la agresión que se nos viene encima, o sobrevendrán desgracias sin fin y la posposición indefinida del sueño de Bolívar.
Ni entiendo el porque ni el motivo por el cual EEUU amenaza a un país soberano como Venezuela, que motivos oscuros mueve a los americanos.Sera el petróleo venezolano será que quieren colocar a los suyos en el poder ( la derecha)espero que el pueblo arrope a su presidente y luchen junto a el, quien yo se que no le va a fallar es el comandante Fidel. Viva Fidel besos para chavez
Venezuela debe de mejorar sus problemas economicos . Eso es lo fundamental para estabilizar al pais.