Asegura Raida Cañizares Pérez, una mujer que cambió temprano el aula por la tierra y ahora es asociada a la Cooperativa de Créditos y Servicios Beremundo Paz, en la zona de Cruz de Neiva.
Con Raida Cañizares Pérez hay que quitarse el sombrero; no es mujer de mucho hablar ni campesina de estar detrás del fogón. Prefiere el surco, mandar la yunta de bueyes, cabalgar por el potrero, llamar cada animal por su nombre y ordeñar las vacas, aunque no le guste tomar leche.
“Desde vejiga siempre trabajé”, dice con brillo en los ojos y sin esperar preguntas aclara: “No estudié, soy bruta para eso, lo mío es el campo, el ganado y las bestias me encantan, parece que lo llevo en la sangre; nadie me enseñó a ordeñar, aprendí mirando a mi papá”.
A los 32 años nada del campo le asusta, ni siquiera porque, siendo aún niña, una vaca la pateó. Con esa estirpe dejó atrás su natal Taguasco, pidió tierra y sembró su vida campesina en la zona de Cruz de Neiva, asociada a la Cooperativa de Créditos y Servicios Beremundo Paz.
No ha tenido mejor maestra que ella misma, por eso aprendió dando tropiezos, con los golpes de la vida, aferrada a una voluntad que le brota desde la cuna.
“Cogí la finca y empecé sola, luego en el camino me casé; no sé lo que es el miedo, tampoco creo en los perros a pesar de que tengo ocho. Comencé con unas vaquitas y poco a poco me fui ampliando; hoy tengo 36 animales en una caballería. Entrego tres o cuatro quesos a la semana y cuando abran el termo aportaré leche”.
Revela que si algo disfruta es llamar los animales y ver cómo vienen a su encuentro. “Usted no me lo creerá, pero converso con las reses, las trato bien y se ponen mansitas. Estoy muy pendiente de las vacas, vigilando cuándo están en celo para echarles el toro”.
A Raida le escasea el tiempo; su día se reparte entre animales, atender los sembrados del sitio, cocinar y todavía en la noche saca energías para vigilar su patrimonio.
“De vez en vez cogemos un fin de semana para la recreación, no se puede salir mucho de aquí porque te roban; claro, ahora somos dos y nos repartimos mejor el trabajo. Él se llama José Luis Yánez, es de Las Minas; sí, lo enlacé fácil, y nos unimos”.
Cuentan por allí que cuando ella viste su atuendo de vaquera y sale los domingos a caballo, los hombres del caserío voltean la mirada hacia el camino. En la cooperativa comentan que había que verla en plena seca cortando caña y buscando comida para el ganado.
“Hay que trabajar, pero también sacar un tiempito para la peluquería y esa cosas, por estar en el campo una no deja de ser mujer ni nada de eso”.
La jovial y recia ganadera no sueña con lujos ni grandezas, solo pide “otro pedazo de tierra para entregar más leche y que Dios me acompañe para seguir prosperando. Lo que hecho es a pulmón, en esta última etapa tengo más apoyo de la cooperativa, pero esto es de sacrificio y tiene que gustarte el campo; quien quiera ver lo que es una mujer trabajar, que venga por acá”.
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