Con solo 24 años, Yaradna Ordúñez González encontró el sentido a la vida entre la tiza y la pizarra, el dictado y las operaciones de cálculo
El poblado donde nació, bien cerquita de la costa, le estampó el color del cielo y el agua salada en la mirada. A nadie le sorprendió cuando anunció su vocación por la Pedagogía; era demasiado evidente: la herencia materna, el apego a sus profes Felina e Ileana, las clases imaginarias a las muñecas a toda hora, en cualquier lugar, hasta bien entrada la adolescencia.
Un año y medio atrás era la alumna de prácticas preprofesionales de la facultad de Ciencias Pedagógicas; hoy, es Yaradna Ordúñez, la maestra más joven del claustro de la escuela primaria Eduardo García Delgado, en Trinidad, la líder del aula de tercer grado, la segunda madre de 25 niños que a diario la sorprenden con dibujos, cartas breves, una flor…
“Al principio quería ser maestra de lenguas extranjeras, pero luego la Enseñanza Primaria me atrapó gracias a la delicadeza de los niños”, confiesa en un diálogo donde respeto e imaginación resultan palabras recurrentes, porque con ellas traza su rumbo cotidiano en el camino de la enseñanza.
“El respeto es lo primero. La antigua profesora del aula tenía más de 20 años de trabajo, le asignaron el cargo de jefa de ciclo en otra escuela, entonces empecé aquí. Desde el principio dejé claro que no venía a tomar el lugar de nadie, pero siempre pueden quedar reservas. ¿Cómo me gané el respeto de los niños, los padres y de mis compañeros? Trabajando, haciendo avanzar a los alumnos, con mucha entrega y, por supuesto, respeto por quienes te ofrecen su ayuda, un consejo…”.
La imaginación tiene lugar cada jornada, cuando hace despertar a Lapicín, Margarita, Cocodrilín, el Capitán Plín, Elpidio Valdés; esa suerte de ejército que anima cada clase. “Enfrentarse a los niños no es nada fácil, cada uno piensa diferente, analiza diferente, y tienes que llegar a todos de la forma más interesante posible”. Yaradna recuerda las noches con colores y cartulinas en mano, fabricando medios de enseñanza para avivar la llama del estudio en los educandos.
“Ser maestro es difícil. Dar clases es el menor de los problemas. Es tener presente todo el tiempo que eres el punto de mira de niños en formación, ellos están pendientes de cómo hablas, cómo vistes, cómo te comportas… para después imitarte. Un maestro es un ejemplo a toda hora. A veces tienes muchos factores en contra: la desmotivación social, contextos familiares adversos para el estudiante”.
Tal vez sean esos preceptos los que llevan a Yaradna a afirmar que, hoy día, el maestro, más allá de su rol desde lo académico, está llamado a ser un formador de valores, “pero solo como complemento de lo que debe fomentar la familia. Todavía se carga al profesor con la responsabilidad de la formación vocacional cuando, en realidad, debe ser el hogar quien los siembre para nosotros cultivarlos”.
Atrás quedó la incertidumbre de cuando estuvo frente al aula por vez primera. Nunca más se ha quedado en blanco, como sucedió aquella vez. Ya no se sonroja…
Ahora desanda calles similares a las que su madre recorrió en sus tiempos de educadora, desafía la distancia entre su pueblo y la ciudad, siente nostalgia por el día en que deba despedir a quienes hoy tiene a su cuidado. Por eso aprovecha hasta el último minuto con ellos, gigantes de pañoleta azul, e invade el aula repleta de números, letras, historias, personajes, canciones y juegos. Quisiera vivir la experiencia de la enseñanza en alguna comunidad del Plan Turquino. Pretende llegar a licenciarse en Psicología. “Pero del aula no me voy”, sentencia con la mirada puesta en la pizarra; esa mirada traslúcida, bendecida con los colores del mar y el cielo, con que ilumina el rumbo de 25 pequeños a quienes considera sus hijos.
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