Aturdida por la conmoción artística que experimentara como sede del V Festival de Teatro René de la Cruz in memóriam, Trinidad recibe el agradecimiento de las comunidades rurales donde llegaron las agrupaciones
El sopor del mediodía provoca a los pioneros de algunas escuelas de Trinidad la alucinación de ver títeres caminando por los pasillos, asomando por la puerta del aula, asidos a las manos de payasos. Delirio similar domina a muchos habitantes de los asentamientos rurales del terruño, quienes miran la calle principal de sus respectivos parajes con la esperanza de que en pleno lomerío ancle de nuevo el ómnibus de Transportes Escolares, tripulado por un clan de gitanos con bártulos al hombro, donde guardan la indumentaria justa para romper la inercia cotidiana.
Semejantes evocaciones ha dejado el paso del V Festival de Teatro René de la Cruz in memóriam, cuyo telón abrió por vez primera fuera de la capital provincial; terremoto gracias al cual la villa recordó sus días de gloria en el arte de las tablas, cuando los escenarios abrazaban a figuras de las artes escénicas en la isla.
Aun cuando el encuentro estaba concebido bajo la perspectiva del trabajo comunitario, el afán de llevar el teatro al público para invertir la fórmula de que sea este quien deba trasladarse a las sedes habituales así como la interacción con pioneros de distintos niveles de enseñanza, los trinitarios solo necesitaron advertir la credencial de los participantes para iniciar la persecución del programa. Y es que la sed cultural no se calma con cerveza o música ensordecedora. No obstante, llegaron las decepciones al corroborar que las agrupaciones subirían la cuesta e invadirían centros estudiantiles, pero las plazas de la urbe permanecerían inmutables.
Así, Condado, Algarrobo, Alberto Delgado, entre otros sitios, fueron invadidos por gremios artísticos como el espirituano Cabotín Teatro, la compañía Parabajitos, La Trinidad, el grupo de teatro La Gruta, procedente de la Isla de la Juventud, entre otros invitados cuyas propuestas abarcaban todos los gustos: títeres para los niños, obras para adultos, teatro más apegado a lo tradicional, teatro espontáneo…
Los aplausos al término de cada puesta ratificaban que no se precisan cuantiosos recursos ni artistas de renombre para llevar un arte orgánico y sincero; basta, por ejemplo, acercarse al folclor (cultura perteneciente al pueblo mismo) para entablar un diálogo con el ciudadano común, pues, de acuerdo con Eugenio Barba, director italiano e investigador teatral, existen tres arquetipos que conmueven: el recuerdo de las humillaciones recibidas, la necesidad de ser amado y el recuerdo de aquello que nos han prohibido; experiencias vividas por René de la Cruz, “un hombre de pueblo, nacido en La Sierpe, que prefería alojarse en casa de un guajiro y tomar el café recién colado”, según lo describiera su hijo.
De ahí que el primogénito enfatizara en más de una ocasión: “Este no es un festival de élite ni para las élites, sino para aquellos que disfrutan del teatro en sentido general y, sobre todo, para quienes, por circunstancias geográficas, ni siquiera lo conocen”.
Mientras el lomerío vestía sus mejores galas, la zona urbana permanecía en silencio. Quizás aquí falló una pieza del engranaje: no tomar por asalto parques o arterias empedradas de la ciudad para una función. Al respecto, Juan Carlos González Castro, presidente del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, explicó: “Pretendemos regresar en el mes de mayo con algunas obras representadas en las comunidades porque estos espectáculos no tienen que efectuarse necesariamente en el marco del festival”.
Igualmente, cabría replantearse los horarios de las presentaciones y una mejor coordinación entre líderes comunitarios, directivos de centros estudiantiles con los miembros del comité organizador para agilizar la preparación de los escenarios a cielo abierto, a criterio de González Castro.
Tales imprecisiones, sin embargo, constituyen apenas sombras débiles frente a las huellas de esta fiesta de las tablas. Aun cuando no gozara de amplia divulgación, tampoco fue necesario: en el transcurso crecieron los adeptos porque cuando la vida de un territorio yace sumida en una parálisis cultural, y la presencia de determinadas manifestaciones artísticas como el teatro figura solo en la memoria de generaciones puntuales, valen mucho los empeños por despertar episodios al borde de la desaparición, aun cuando, desafortunadamente, se trate de una resurrección efímera.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.