José Alberto Portilla, cajero del Banco por más de 30 años, también considera que el respeto al cliente es lo primero.
Cada día, desde hace más de 30 años, convive con una tentación nada desdeñable: fajos y fajos de billetes. Mucho dinero, pero ajeno. Difícilmente, quien haya llegado una jornada de estas a su ventanilla pueda describir otra imagen de José Alberto Portilla que no sea la de un hombre atento, competente, muy profesional.
Este perfil, con una larga hoja de servicios, lo comparte con otros colegas, también experimentados y diestros, como Clara Lourdes Sada, Orestes Loyarte, Josefa Gutiérrez, Alfreda Marina González y Martha Martín, entre muchos otros.
Portilla se mantuvo seis años como Vanguardia Nacional, lleva las riendas del sindicato en el centro y generalmente aparece en la nómina de los trabajadores destacados de la Sucursal 5232 del Banco Popular de Ahorro, la que se encuentra ubicada en el bulevar de la ciudad espirituana, la más grande de la provincia, donde labora desde los años 90 y ahora responde —entre sorprendido y tímido— esta entrevista periodística.
Nacido en Placetas y criado en Sancti Spíritus comenzó a trabajar en el sistema bancario desde 1983, primero como auxiliar de contabilidad y luego como cajero, a pesar de que su formación nada tenía que ver con este oficio pues se había graduado como técnico en Geodesia y Cartografía.
¿Cómo pudo asumir las responsabilidades y exigencias propias del Banco sin la debida preparación en la rama económico-financiera?
Cuando comencé los veteranos que había allí y sabían mucho me enseñaron bastante, la disciplina, la discreción, que debemos mantener y cumplir cada día. Aquí existe un código de conducta que regula todo. En ese entonces no existían las máquinas de hoy, ahí cogí la destreza para trabajar con el dinero y desenvolverme en la bóveda. También empecé a estudiar Contabilidad por dirigido, pero no puede terminar por complicaciones familiares.
Con el tiempo en las sucursales muchos prefieren dejar la caja por otro puesto, ¿por qué usted se ha mantenido con las sabidas complejidades que implica atender al público?
Me gusta este trabajo, atender al público, siempre he tenido buena comunicación y respeto por el cliente. Trato de hacerlo lo mejor que puedo, siempre superándome cuando entra algo nuevo.
En pocos años todo cambió con la computación y las nuevas tecnologías, ¿cómo enfrentó ese nuevo reto?
Fue un reto para todos, ninguno sabíamos. El Banco tuvo la preocupación de que aprendiéramos, en horas extras, con las máquinas y poco a poco lo fuimos logrando. Antes utilizábamos máquinas heredadas del capitalismo, sumábamos con una manigueta, luego entraron las calculadoras grandes y después las computadoras. Todo salió haciendo mucha práctica. Hoy tenemos monitores modernos, el Banco se ha ido desarrollando.
Usted cuanta dinero todos los días y con los billetes cualquiera se equivoca, ¿nunca ha errado?
Como todos también me he equivocado, pero no con mucha diferencia, 20 pesos o 10 porque se me ha pegado un billete, sobre todo cuando comencé porque luego aprendí, cogí agilidad. Al principio uno trabaja presionado, los depósitos grandes te impresionan, pero los compañeros te ayudan, te enseñan a rectificar y a recontar. Contando el dinero no hay problema. La última diferencia que reporté fueron 10 centavos sobrantes. Si tienes diferencia no cobras el estímulo y llevo rato cobrándolo.
¿Cómo se experimenta la incitación de contar tanto dinero cuando muchas veces la billetera anda ociosa?
Uno tiene que estar preparado para eso y tener una educación. Yo no lo veo como dinero, uno se adapta, es como un papel más. Lo veo como mi trabajo, aunque muchas veces ande con 3 pesos en el bolsillo como todo el mundo.
A partir de su experiencia, ¿qué fórmulas propone para ser un buen cajero en un Banco casi siempre atestado como este?
Primero, tiene que gustarte el trabajo, tener una buena educación, saber cómo tratar a las personas, saludarlas, mantener la discreción. Luego, hay que ir creando la agilidad. El trabajo hay que llevarlo de corazón, hay que sentirlo para poder ayudar y atender bien al cliente. Esa es nuestra razón de ser. Nunca he tenido una queja por haber tratado mal a alguien. Quiero reconocer también en este sentido el trabajo de mis compañeros de la sucursal, que incluso ahora sin aire acondicionado prestan un buen servicio. Lo más importante es que el cliente se lleve una buena imagen de la institución. Hay que tener sentido de pertenencia, prácticamente el Banco es mi segunda casa.
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