EE.UU. asumió los costos de la guerra encubierta contra Cuba teniendo como centro la zona del Escambray
A ciencia cierta, nadie dispone de la cifra exacta que costó a los contribuyentes en los Estados Unidos la guerra no declarada contra Cuba que sucesivos gobiernos norteamericanos mantuvieron por décadas, incluido el auspicio y sostenimiento de las bandas armadas que operaron en la isla y, especialmente, en la región del Escambray, en el periodo comprendido entre 1959 y 1965.
El problema de fondo es casi tan complicado como calcular el volumen de agua contenido en los océanos. Y ello resulta así porque durante demasiado tiempo Washington ha hecho malabares para esconder el monto y las fuentes de financiamiento con que asumió los costos de un proyecto cuyo principal objetivo era —y es— forzar un cambio de régimen en el archipiélago cubano.
Si se quiere tener una idea de la complejidad del problema, súmesele el carácter secreto de esos planes, la forma truculenta de proceder de las autoridades, las prácticas al uso de la CIA y otras agencias de inteligencia de USA, el involucramiento de entidades y fundaciones estatales y privadas y la forma fragmentada de la información desclasificada disponible, y se tendrá una madeja casi tan difícil de desentrañar como los misterios del universo.
EE. UU. SE QUITA LA CARETA
Casi desde el instante mismo del triunfo de la Revolución cubana, el Gobierno de los Estados Unidos se involucró en acciones destinadas a ejercer coacción sobre las nuevas autoridades con el fin de plegarlas a sus intereses.
En fecha tan temprana como los primeros meses de 1959 empezaron los lanzamientos de armas en paracaídas destinadas a grupos irregulares, el envío de otras por mar e infiltración de comandos para reforzar a las primeras bandas armadas.
La promulgación de la Ley de Reforma Agraria, el 17 de mayo de 1959, fue como un parteaguas en cuanto al talante y las acciones asumidas por el Gobierno estadounidense hacia la isla. Si hasta entonces habían mantenido una actitud hipócrita y a la vez hostil, en lo adelante ya no esconderían sus turbios designios, y se lanzaría a una cruzada continental “contra la Cuba de Castro”.
Ya en octubre de ese año el Presidente Eisenhower, a propuesta del Departamento de Estado y la CIA, aprobó un programa de acciones encubiertas contra Cuba, que incluía ataques piratas por tierra y aire, así como el fomento y apoyo a grupos irregulares dentro del país, lo que incluía sabotajes, quema de cañas, bombardeo de centrales y otras acciones terroristas.
El paso de 1959 a 1960 aconteció bajo una escalada de agresiones que se intensificaron con la puesta en práctica de la Operación Silencio desarrollada entre enero y marzo, cuando fueron realizados en el Escambray cinco grandes lanzamientos de armas destinados a las bandas contrarrevolucionarias.
En sucesión continua, el Gobierno de los Estados Unidos aprobó la llamada Operación 40 y el Plan de Operaciones Encubiertas contra Cuba, del 16 de marzo de 1960, que confluirían en la Operación Pluto, de invasión mercenaria por el centro-sur de la isla en abril de 1961, para lo cual, de inicio, se destinaron 13 millones de dólares, cantidad que resultaría ínfima comparada con los costos totales de aquella fracasada aventura.
Y es que no se viste, calza, arma y entrena a 1 500 hombres y se pone a su disposición una flota mercante artillada y 36 aviones de transporte y combate para una invasión a precios “módicos”.
DÓLARES EN UN BARRIL SIN FONDO
El costo de mantenimiento de las cerca de 300 organizaciones contrarrevolucionarias en la isla, el sostenimiento de decenas de bandas armadas —en el Escambray llegó a haber 136— y su avituallamiento aéreo y por mar, así como el funcionamiento de la emisora Radio Swan, inaugurada el 17 de mayo de 1960 en ese territorio insular de Honduras, resultó forzosamente multimillonario.
La cuantiosa ayuda para el fomento y sostén de bandas armadas encargadas de realizar acciones terroristas como el asesinato de civiles y la destrucción de obras sociales, entre otras, no hizo más que incrementarse con el llamado Plan Mangosta, adoptado semanas después de la derrota de Bahía de Cochinos, destinado a promover las condiciones que justificasen una invasión directa a la isla, la cual debía producirse a finales de 1962.
Como se sabe, todo este esfuerzo del Gobierno estadounidense se malogró como resultado de la Crisis de los Misiles de ese año, y Washington se tuvo que comprometer a no invadir a Cuba. Aún así, la ayuda a las bandas armadas se mantuvo hasta la derrota de la contrarrevolución interna, proclamada por Fidel el 26 de julio de 1965 en Santa Clara, durante los festejos por el duodécimo aniversario del asalto al cuartel Moncada.
Cuba hace rato ha dado a conocer su estimado de los daños humanos y materiales ocasionados por las agresiones del Gobierno de los Estados Unidos contra nuestra patria, así como los derivados del bloqueo que desde hace más de medio siglo la superpotencia ha aplicado contra este país, pero, ¿cómo calcular la suma del dinero gastado por Washington para subvertir e imponer un régimen a su gusto y medida?
De seguro que, salvo en Vietnam, en ninguna otra parte echó el Imperio tanto dinero en el basurero para comprar derrotas.
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