Como mecanismo financiero, la efectividad del Seguro Agropecuario no radica precisamente en indemnizar, sino en garantizar que el bien exista
En el ámbito agropecuario el 2015 será muy recordado porque ha puesto en apuros todo cuanto produce el campo; mas, en Sancti Spíritus este período devela una singularidad quizá nunca antes vista: sin vivirse siquiera una fase informativa por la amenaza de intensas lluvias o huracán, la entidad de Seguro está envuelta en la indemnización más grande de los últimos tiempos en el territorio.
Según datos de la Unidad Empresarial de Base Dirección Provincial Seguro Sancti Spíritus, hasta septiembre se han indemnizado más de 9 millones de pesos por daños en diversos renglones agrícolas, causados principalmente por la sequía, las plagas y enfermedades, en tanto en ello repercute el aumento del precio en las producciones.
De acuerdo con los estimados recogidos en la cartera de pérdidas, esa protección financiera debe superar al cierre de año los 21 millones de pesos, monto que ubica al territorio, junto al vecino Ciego de Ávila, entre los de mayor incidencia del fenómeno sequía dentro de la actividad agropecuaria en la región central del país.
Tanto dinero no expresa, por sí solo, las interioridades que giran alrededor del respaldo financiero. El beneficio llega a las bases productivas que aseguraron previamente sus bienes, cosechas y otros renglones contra los riesgos eventuales que amenazan ese escenario a cielo abierto, entre ellos, la falta de precipitaciones.
Hasta septiembre, Seguro cuantificó 249 reclamaciones por sequía, 35 de ellas radicadas en Trinidad, con un significativo monto de la indemnización para cubrir daños en las hortalizas –tomate y calabaza—, el cultivo con mayor repercusión a nivel provincial en el resarcimiento financiero.
Si bien la indemnización por el impacto de la sequía se reporta en todos los municipios, vale aclarar que dicho respaldo no borra el riesgo ni muchos menos la huella del daño, porque el bien, en este caso el producto, dejó de existir, solo que el cosechero recuperó una parte de la inversión.
Aquí radica, tal vez, la mayor enseñanza derivada del mecanismo de asegurar la producción contra determinados riesgos y la vida ha demostrado que no solo acechan ciclones, intensas lluvias, truenos o tormentas severas; es hora ya de considerar la sequía como unos de los más peligrosos enemigos del campo.
Sin desconocer que acudir a este mecanismo presupone, primero, pagar una póliza de interés y no todos los campesinos y formas de producción gozan de una salud financiera que les permita asegurar, no se puede ignorar la ventaja que entraña una compensación monetaria ante daños de este tipo.
Pueden ponerse muchos ejemplos de cuán atinado resulta asegurar las plantaciones, el ganado o los cañaverales; también de cuánta cultura falta para comprender la utilidad y el alcance que tiene pagar una prima de seguro.
Los campesinos arroceros de La Sierpe confiaron otra vez en pagar los gastos con las utilidades porque a fin de cuentas llevaban varios años de buenas cosechas; pero la naturaleza se interpuso, decayó la producción y ahora la Empresa Sur de El Jíbaro espera para cobrar una deuda superior a los 10 millones de pesos, mientras las cooperativas carecen de financiamiento para cubrir ese impago.
Otra fuera la historia si se hubiese acudido al mecanismo de asegurar contra el riesgo de la sequía, pues las señales de la presa Zaza no eran alentadoras y tampoco se debió confiar en que apareciera un ciclón que transformara la actual crisis arrocera.
Sin embargo, en esos mismos predios hay ejemplos diferentes y actualmente Seguro indemniza con casi un millón y medio de pesos a las UBPC Mapos, Sur del Jíbaro y Las Nuevas porque aseguraron el cultivo contra el riesgo de una microavalancha, evento lluvioso de vientos fuertes lineales, que ocurrió en determinado momento del primer semestre y provocó afectaciones.
Otro caso donde se demuestra la importancia del Seguro se vivió en la parte final del 2014, en Yaguajay, cuando persistentes lluvias dañaron los sembrados de frijoles y los campesinos que habían protegido financieramente el cultivo recibieron indemnización, lo que les permitió después reanudar la siembra.
No se trata de mandar en el bolsillo de los hombres y mujeres que pasan la vida entre surcos y potreros, sino de llamar la atención sobre una protección que tiene un costo, pero también ofrece ventajas cuando se le mira desde el prisma de que es preferible pagar la póliza a tener pérdidas sin la posibilidad de recuperar nada o contraer deudas.
Tampoco Escambray aspira a sustituir a la entidad de Seguro en su conquista del mercado, mas vale recordar que desde hace un tiempo el presupuesto del Estado dejó de cubrir pérdidas de este tipo.
En tal coyuntura puede resultar preocupante que el sector cañero haya descuidado tal práctica y pocas unidades acudan a este sistema desde el 2012 hacia acá. ¿Acaso apuestan solo al riesgo de los huracanes? ¿Será siempre una cuestión de solvencia financiera que, por ejemplo, la UBPC Paredes asegure el cultivo contra la sequía y la mayoría no lo proteja?
Como mecanismo financiero, la efectividad del Seguro Agropecuario no radica precisamente en indemnizar, sino en garantizar que el bien –en este caso la comida— exista. De sobra se conoce la repercusión que provoca la sequía en las tarimas, sobre todo, en el precio que toman los renglones agrícolas.
De ahí la validez que el Seguro penetre cada vez más en las bases productivas para que las personas sobre las que descansa en buena medida la alimentación popular puedan resarcir parte de los daños ante eventualidades de este tipo y estén en mejor capacidad para volver a producir.
En los tiempos actuales, en que ni el más sabio de los guajiros puede adivinar cuándo llegarán las castañuelas, acudir a la protección financiera de las cosechas y demás producciones se torna como uno de los trillos más estratégicos a coger por quienes viven de la tierra.
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