Nostalgias, carcajadas, remembranzas… despertó el cantautor cubano Pedro Luis Ferrer al regalar su voz a Trinidad durante la noche de este miércoles en el Museo Municipal de Historia
El tiempo se detuvo cuando puso el primer acorde en la guitarra y saludó al público. Quienes sobrepasan o rozan la edad de la “media rueda”, como se dice por estos lares cuando los años suman medio siglo de existencia, les costaba creer que el hombre barbudo y regordete en el escenario fuera Pedro Luis Ferrer, aquel que los había hecho reír, llorar, enamorarse… en la etapa de la adolescencia, en los pasillos de la Vocacional de Santa Clara.
Bastó escucharlo, sin embargo, para disipar dudas, pues a pesar de los años conserva intacta la melodía de su voz, la risa ancha, dibujada entre las barbas de profeta, la chispa, la ocurrencia… y la gracia de arrancar lágrimas de nostalgia.
Acompañado de su hija Lena y su hermano Raúl Ferrer, el trovador nacido en Yaguajay hace más de seis décadas recordó a la audiencia que “en la luna, cuando más, se puede estar un me´, dos me´, tres me´, cuatro me´ quizá, pero ‘sin comé’ no se puede estar”; que aunque peina canas tiene sueños de niño, deseos de saltar por los caminos, lleva en la sangre el sol de su infancia y que la Madre Natura fue sabia al crear un carapacho pa´ la jicotea.
Entre canción y canción evocó las noches familiares de compartir tonadas y hacerle el coro a su abuela paterna: “una mujer muy entusiasta, con mucho sentido del humor, amante del juego de palabras, que me alimentó con trabalenguas, jitanjáforas; ingredientes que me incentivaron el apetito a la hora de escribir Mario Güe, La trabazón, entre otros temas, porque el arte también se nutre de la realidad artística, y no siempre de la realidad propiamente”.
Soltó la guitarra, agarró el tres e invitó a cantar a su hija el tema Mariposa, regalo del padre antes de ella nacer. Entonces la audiencia conoció que el autor había bebido de un poema declamado por su tío, el pedagogo Raúl Ferrer, para escribir la letra:
Tengo una mariposa / del aire dueña y de la luz del día, / sutil visitadora de la rosa / que vuela de regalo a mi alegría. / Perla de miel para mi sed ansiosa, / si viene un arcoíris de poesía, / brilla en el aire de la tarde hermosa / y si se va del beso desdeñosa; / queda la copa del amor vacía, / y todo el verso se me vuelve prosa / y el ansia de vivir melancolía. / Pero mi corazón sabe una cosa, y ella también: / la mariposa es mía. /
En medio de los recuerdos llegaba el chiste, la cuarteta, la anécdota hilarante, como “la vez en que le llevé a mi tío un poema donde había escrito la palabra ámbito con H al inicio. ‘¿Y esto que es?’, me preguntó al ver la falta de ortografía. ‘Bueno, quizás con la mecanografía toqué la H sin querer’. Él sonrió ante mi endeble justificación. A los pocos días me envió unas décimas con mi padre: Ese ámbito con H que parece un apellido, / a lo mejor fue el descuido de la tecla en el remache. / Pero más parece un bache que hizo al burro tambalear. / Te quiero recomendar un Manual de Ortografía / pa´ que me des la alegría de escribir sin rebuznar. / ”
En una esquina del patio colonial, Pedro Luis desnudaba el alma sin reparos. La risa daba paso a la melancolía; la melancolía se coloreaba con la risa. La noche se convertía en canción, las parejas intercambiaban miradas cómplices, volaban al pasado y comenzaban a soñar para comprobar la veracidad de la sentencia proclamada por Ferrer al comienzo: “las personas con imaginación sufren menos los avatares de la vida”.
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