En la madrugada del 16 de mayo de 1895 un grupo de patriotas de la jurisdicción espirituana se alzó en armas en la finca La Cueva, cerca de Tunas de Zaza, a dos meses y 22 días del Grito de Baire
Misión difícil la de concertar todas las voluntades patrióticas en la jurisdicción espirituana en un esfuerzo coherente para ir a una nueva contienda, sobre todo después de los fiascos descorazonadores de la guerra de Céspedes —1868-1878— y la Chiquita —1879— y el auge pacifista y colaboracionista de un partido como el Autonomista, resurgido con fuerza redoblada en la penúltima década del siglo XIX.
Ese partido daría verdaderos dolores de cabeza en los afanes por movilizar nuevamente a los veteranos luchadores de los pasados conflictos bélicos, pues sus gestores políticos se esforzaron por captar a figuras conocidas, de las adornadas con los blasones de las armas insurrectas, como Marcos García Castro —quien llegó a detentar la alcaldía de Sancti Spíritus—, pero también el trinitario Juan B. Spottorno, el villaclareño Machado y otros, que se convirtieron en adalides de la pacificación y de la lealtad a España.
Ante este panorama, compuesto por personajes, la mayoría de los cuales estuvieron involucrados en un acto de lesa patria como la deposición y humillación del hombre que dio el grito de Independencia o Muerte de La Demajagua, había que hilar muy fino para romper la inercia de un país devastado por dos guerras, y convocar a otra con la esperanza de un nuevo y superior destino.
Afortunadamente, ahora se contaba con José Martí y su sapiencia política inagotable, sus dotes de organizador nato, su valentía y su voluntad de servir. Y Martí podía contar con el fraterno dominicano Máximo Gómez, con los hermanos Maceo, Serafín Sánchez, Calixto García y muchos otros, dispuestos a continuar una obra que ya no sería regida por la desorganización y la improvisación, sino por la preparación y la organización más esmeradas.
En lo que a Sancti Spíritus concierne, en realidad la comarca nunca estuvo del todo pacificada, pues se mantuvo el espíritu de rebeldía con incidentes y conspiraciones frecuentes y una lucha ideológica constante contra la dominación colonial y el autonomismo. Si bien los paladines más señalados no estuvieron de forma permanente en el territorio, si surgieron figuras nuevas con ánimos de hacer algo… y pronto.
Ya en 1890 un prominente ciudadano local, Luis Lagomasino Álvarez inicia contactos con los revolucionarios de Cayo Hueso y, en correspondencia con esa línea, este espirituano preside el 10 de febrero de 1891 una reunión política en el teatro municipal de la villa del Yayabo, a la cual asisten 25 conspiradores.
En junio de 1892, Lagomasino se traslada de nuevo a Cayo Hueso y, en una reunión celebrada en el Club Yara, propone un plan de alzamiento de Oriente y Las Villas a ejecutar el 25 de agosto de ese mismo año, pero como ya avanzaban las gestiones impulsadas por Martí, aquel empeño no llega a mayores. Martí se preocupa y atribuye esos prematuros —y contraproducentes— intentos de Lagomasino, a su ignorancia de lo que se preparaba…
De ahí la decisión de enviar a sus comisionados a la isla con el propósito de coordinar esfuerzos. Su enviado, Gerardo Castellanos, recibe la misión de neutralizar de forma sutil la labor proselitista y pacificadora que viene desarrollando el alcalde Marcos García, y al mismo tiempo exponerle bien a Lagomasino el plan del Partido a fin de que contenga sus impulsos.
Se convoca entonces un encuentro en el hogar del maestro Manuel Jané Román, al que asisten 16 personas. Allí se crea una delegación del PRC, de la cual se elige a Jané Román como presidente y a Lagomasino como secretario.
Dura es la realidad histórica cuando tiene que señalar errores a hombres íntegros, pero lo cierto es que Lagomasino y sus principales seguidores persistieron en la idea de provocar un alzamiento armado en la región a espaldas de la línea del Partido, y que lo intentan en marzo y mayo 1893 y en abril de 1895, esfuerzos que fracasan, pero que demuestran la impaciencia de los espirituanos por ser libres.
Por fin, el 24 de febrero de 1895 estalla en Cuba la guerra organizada por Martí. Focos de lucha libertaria se extienden por Oriente, Matanzas y otros puntos, pero la mayoría fenece y solo se mantienen en tierras indómitas. Entretanto, los autonomistas locales confían en que en Sancti Spíritus todo está bajo control.
Es ahí cuando Lagomasino y los suyos se crecen, porque, confinado él por las autoridades españolas en Tunas de Zaza desde su detención el 11 de abril, se escapa el 15 de mayo y en unión de Manuel Gómez, Ramón Solano, José Salina, los hermanos José y Francisco Rosendo, José Cabrera y Rafael Mursulí, con apenas tres armas largas y unos pocos cartuchos, se van a la Finca La Cueva, cerca del actual apeadero de Tayabacoa, y allí, en las primeras horas del 16 de mayo, hicieron resonar su grito de guerra.
Se habían equivocado los autonomistas, hicieron el ridículo los timoratos, lavaron sus máculas los impacientes, y quedaba listo el escenario para la llegada el 24 de julio de ese año, de la expedición de Punta Caney, la que ciertamente potenció aquel esfuerzo magno de beligerancia independentista en el centro de Cuba.
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