Arisbel Guelmes Gómez, un experimentado operador de grúa, tiene sobrados motivos para seguir siendo constructor.
Por una razón muy lógica, junto a dos o tres más siempre es el primero en llegar a una obra en ciernes, no importa dónde, cuánto tiempo, o cómo; el problema es que todo lleva cimientos y alguien tiene que hacer los huecos.
Para Arisbel Guelmes Gómez nada de eso tiene ciencia ni se estudia; se lleva en la sangre y eso es ser constructor, algo que aprendió a lo largo de 43 años como operador de grúa, y confirmó desde el día que alguien le dijo: “Arranca, que vas a construir el pueblo de La Sierpe”.
Y allá se fue directo a la candela, porque eso es ser miconero, aunque te fastidiara que después de terminar los primeros 10 huecos ya tuvieras marcada otra decena, no como ahora que existen máquinas multipropósito, si no que, a pantalones limpios, debías abrir zanjas para instalaciones pluviales y eléctricas a base de mandos mecánicos, de esos que parecen tuercas y tenías que estar bien plantado en el asiento de la grúa para que no se te desarmara el cuerpo.
Sus 64 años pueden parecer muchos, pero no tantos para quien se ha pasado la vida de lado a lado “fundando” pueblos como San Carlos, Aridanes, Tres Palmas, Managuaco y Dos Ríos, o aguantara tranquilamente que le entregaran varias hectáreas de monte virgen y le dijeran: “Aquí van los repartos Olivos I, II y III”, incluido un edificio 12 Plantas que llevaba cimientos de casi cuatro metros, además de una Facultad de Medicina y una Escuela de Iniciación Deportiva Escolar.
Arisbel o Guelmes, como le llaman todos, sabe como nadie que miconero también es trabajar sin tiempo fijo cuando hay que salvar la presa Zaza de las trombas de agua con palizadas que traen los temporales, o en grandes obras como los modernos repartos de la cabecera provincial y los acueductos porque son kilómetros y kilómetros de zanjas sin que medie mucho descanso.
Con los años hasta la familia aprendió que el oficio hace al hombre, por eso María del Carmen, la esposa y sus hijos se adaptaron pronto a esperarlo solo hasta las diez de la noche porque, constructor al fin y al cabo, para él “primero está el trabajo y después la casa y si te fijas me paso más tiempo trepado en la grúa que dentro de mi cuarto”.
Pero si de alguien se celan es de la vieja grúa Oleomat de nacionalidad francesa que les arrebata al hombre de la casa, una máquina que hace 43 años llegó virgen a sus manos, una novia de siempre “que no hay quien me la toque porque yo mismo la reparo y esa es la que le da de comer a mi familia”.
Quizás por eso ninguno siguió sus pasos, tal vez por eso no se equivocaron quienes lo reconocieron como vanguardia en múltiples ocasiones y cuando recibió diplomas firmados por Fidel y Raúl, pero el orgullo mayor fue cuando le dieron aquella Oleomat; solo por eso, dice siempre Guelmes, volvería a ser constructor.
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