Perseverancia y optimismo constituyen los principales ingredientes de una especie de bálsamo que ha devuelto la movilidad y la voz a un pequeño que padece de hipoacusia y parálisis cerebral infantil.
— ¿Cuántas mariposas hay aquí? ¡Vamos a contar!— indica la maestra.
El pequeño frunce el entrecejo, y no precisamente por temor a responder de forma incorrecta, sino porque no simpatiza del todo con las figuras pegadas en el cartón.
—Ah, no te gustan mucho las mariposas —repara la educadora—. Pero, mira, aquí hay carritos.
Y sustituye las láminas por las de unos autobuses verdes en miniatura. Entonces el joven aprendiz cuenta las figuras con la cadencia y el tono de quien escuchó su propia voz a los cinco años.
Parálisis cerebral infantil e hipoacusia resulta el diagnóstico de Edelvys Ernesto Reyes García, natural de San Carlos, La Sierpe; un niño que, a juzgar por los designios de la vida, permanecería en un mundo inerte y silencioso, tal cual sucedió durante los primeros años.
Mas, apenas se acercaba la edad escolar, llegaron a oídos de Elisbel García González, su madre, los ecos del trabajo de los profesionales de la Escuela Especial para Niños Sordos e Hipoacúsicos Rafael Morales González, en la cabecera provincial. “Empezamos a buscar información, nos entrevistamos con la directora de la escuela para plantearle la complejidad de nuestro caso y buscar una solución para ver si el niño podía desarrollar, al menos, algunas capacidades”, recuerda Elisbel.
Inició así el peregrinar, los primeros movimientos para desarraigar poco a poco la rigidez, los ejercicios para derrocar el muro del aislamiento, los susurros para iluminar el silencio, los ardides para convertir rasgos imprecisos, desperdigados por la hoja, en trazos más definidos… Y las barreras, montañas, abismos e incertidumbres se fueron allanando, al punto de que, a solo seis meses, apenas asoman en el camino.
Basta subir la escalera del salón principal de la escuela espirituana y llegar al aula de Edelvys para notar cómo sus pasos ganan en estabilidad cada semana, escucharlo decir su nombre, edad, mencionar e identificar los colores con una voz ronca, pero transparente.
“Ha sido verlo crecer desde cero —comenta Olga Amador Marante, quien supo desde el principio el desafío que suponía en su desempeño profesional—. Tengo 15 años de experiencia como licenciada en Educación Especial y nunca me había enfrentado a un caso tan complejo, pero gracias al trabajo en conjunto de la logopeda, la psicopedagoga y la colaboración de compañeros de otras escuelas del territorio hoy Edelvys tiene un tono de voz más elevado, habla con más fluidez, su lenguaje ya es casi oracional, porque antes lo hacía palábricamente, y muestra una mejoría notable en cuestiones motoras”.
Cada miércoles y jueves, hasta la diez de la mañana, continúa el trabajo para perfeccionar, además, la posición articulatoria de la boca y la agilidad en el trazado. Llegan las actividades de lengua materna, los análisis fónicos, las nociones de Matemática donde agrupa por conjuntos, asimila las figuras geométricas y aprende qué es largo, corto, grande, pequeño, y las orientaciones espaciales. De ahí parten a la fisioterapia en el Hospital Pediátrico y la equinoterapia, en la Feria Agropecuaria, que complementan los avances.
“Cuando nació él era un vegetal, no se movía, no hacía nada. Esto es como si volviera a nacer: verlo en la silla, señalar donde queda arriba y abajo, agarrar el vaso, pueden parecer cosas pequeñas, pero para nosotros son como récords de deportistas”, señala Elisbel.
Con un aparato que se yergue de la cintura a los pies, Edelvys parece una suerte de caballero en ciernes resguardado por su armadura; un caballero —eso sí— al que le gusta el pan mojado, ya sea con leche o refresco; un héroe de apenas cinco años que cada día afianza su transitar por el universo de los sonidos y el movimiento. Basta mirarle a los ojos para corroborar que no se precisa de milagros para labrar un rumbo mejor. La constancia es suficiente.
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