Calificado por la documentalista y activista social Lizette Vila como expresión de la cultura individual que habita en cada fémina trinitaria y ejercicio de libertad creadora, el proyecto artístico socio-sociocultural Entre hilos, alas y pinceles conquistó La Habana
Al abrir las puertas no se escucharon más que suspiros. Frente a las obras, el público se perdía entre la urdimbre y los puntos de randa, entre los colores y las siluetas de las mujeres dibujadas en el lienzo, con la expresión de quien admira cómo las agujas y el pincel pueden hilvanar un mismo discurso artístico.
Las azucenas perfumaban el salón de la Casa de la Obra Pía, espacio que una veintena de artesanas de la tercera villa, lideradas por la pintora Yudit Vidal, transformaron este jueves en una suerte de universo femenino trinitario, al rebasar los límites territoriales para llevar sus hilos, alas y pinceles hacia la capital cubana; un proyecto que en apenas dos meses ha captado la atención de los medios de comunicación y que llega a La Habana con un enfoque sociocultural, mayor número de obras y una consolidada curaduría.
“Sencillamente hemos sido testigos de lo que puede suceder cuando las mujeres nos unimos en iniciativas conjuntas —confesó Lizette Vila, al frente del proyecto Palomas, quien colabora con la exposición—. Esta propuesta ha expresado la categoría concreta de la igualdad sustantiva de género, pues cada obra constituye un ejercicio de libertad y de expresión de la cultura individual, que es lo que entreteje el gran entramado para conformar el acervo inmaterial de esa tierra mágica llamada Trinidad”.
No en balde la doctora Alicia García Santana insistía durante la apertura: “Estamos en presencia de una pintura de género que pone en alto el nombre de miles de trinitarias cuyos nombres se perdieron en el tiempo, pero que desde el silencio y durante siglos mantuvieron vivo el arte de la lencería en la ciudad; una exhibición que demuestra que lo moderno no puede construirse desde un falso histórico o la imitación, sino desde la confluencia armoniosa entre el pasado y el presente”.
Vestidas con piezas emanadas de sus propias agujas, las artífices sureñas no imaginaron que su quehacer gozara de tanto prestigio fuera de la ciudad. Tras meses de faena, vieron el fruto del esfuerzo y experimentaron el placer de “sentirnos únicas, especiales, reconocidas porque no sabíamos que la lencería trinitaria gozara de tanta influencia en el país”.
Por eso no dudaron en compartir con sus colegas capitalinas parte de los secretos legados durante centurias y realizar una especie de intercambio de agujas, días previos a la inauguración, donde las habaneras aprendieron el arte de dar vida a La trinitaria, La barahúnda, El ojito de la perdiz y otros puntos de randa, mientras que las nuestras se adentraron en el universo de la muñequería. Tal retroalimentación siembra ahora las semillas de futuras colaboraciones, según declaró Janet Quiroga Llanes, directora de la Casa de la Obra Pía.
Y es que la magia de la urdimbre todavía seduce. Ahora hermanada con el pincel de Vidal Faife, pintan los muros coloniales, aspecto al que contribuye la minuciosa curaduría, a cargo del máster en Ciencias Carlos Enrique Sotolongo Peña, quien encontró en la distribución cromática y las propias labores de aguja la solución para el montaje de las obras.
Más allá de las formalidades, no obstante, tal vez la mayor recompensa yazca en el sencillo acto de conocer los rostros escondidos tras el aro de bordar y dignificar el término de artesanas con el calificativo de artistas.
En medio de vítores y el aroma de las azucenas, el reloj marcaba las tres de la tarde este jueves. Si en ese momento le preguntaron a alguien qué hora era, de seguro respondió que la misma cuando mataron a Lola. Sin embargo, yo les hubiese dicho —a riesgo de miradas dudosas— que era la hora en que, por fin, las agujas destruyeron los muros del anonimato para bautizarse con nombres propios.
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