Aseguraron los cooperantes espirituanos que combatieron el ébola en Sierra Leona. Caluroso recibimiento de las autoridades de la provincia y trabajadores del sector de la Salud
¿Usted es su esposa? Indago tras el largo abrazo, del que él se aparta para saludar a otras personas. El sitio donde acaban de descender del ómnibus procedente de La Habana es una confusión total, en la que se mezclan los recién llegados, sus familiares, amigos y compañeros de trabajo con autoridades del sector de la Salud, gente curiosa que se acerca a mirar y la prensa, al acecho de cualquier detalle que refleje vivencias acerca de la epopeya protagonizada por estos tres espirituanos. Llegan enfundados en sus batas blancas y sonríen, entre el estupor y la alegría.
“Estoy contentísima, después de casi seis meses, contenta, contenta —subraya—, para qué, muy orgullosa de él. Sí, tuve mis dudas, uno tiene miedo ¿ve?, pero gracias a Dios regresó él y todos sus compañeros”, declara Janetzky Fernández, en tanto Sabina, la hija quinceañera, apenas atina a expresar su alegría con gestos.
“Más que sentirse a salvo, es un regocijo regresar después de vivir tanta muerte. Estar en Sancti Spíritus, y… ya llegaré a Trinidad”, expresa ante cámaras y micrófonos Francisco Prada Morales, licenciado en Enfermería, quien labora en el Policlínico No. 1 de la añeja villa, pero al momento de partir hacia la misión prestaba servicios en la Clínica Internacional de aquel municipio.
¿Recuerdos?
“Los niños. Venían muy enfermos, con los síntomas ya agravados: fiebres, hemorragias…, era deprimente no poder salvarlos. Salvamos a niños y eso nos reconforta. Demostramos que cuando llegan a tiempo se puede lograr; es el miedo que tienen ellos, les impide acudir a tiempo: no saben que es ébola, piensan que es paludismo u otra enfermedad y se quedan en las casas.
“Aquí en Cuba aprendimos a salvar vidas, principalmente. Allá teníamos el impedimento del traje, a veces no nos alcanzaba el tiempo, por el excesivo calor, para hacer todo el tratamiento completo: se nos empañaba la máscara, entonces no podíamos canalizar bien la vena, pero siempre hacíamos hasta lo imposible por salvar la vida de los enfermos.
¿Qué significó para usted esta experiencia de la que todo el mundo estaba al tanto?, inquiere la colega Indira Fernández.
“El haber tenido la oportunidad de salvar vidas humanas es la recompensa de nosotros; no solo fuimos a prestar ayuda a un país hermano, sino además a tratar de que la epidemia no se expandiera a otras naciones, ni llegue a Cuba. No quisiéramos tener que ver esas imágenes acá en nuestra isla. Lo que más nos marcó fue el estrés del trabajo, ver a niños muriendo, ancianos muriendo, embarazadas con sus bebés; es muy estresante, pero por supuesto volveríamos a hacerlo.
LA CONSIGNA: VENCER Y VOLVER
Idalmis Reina Marín, la esposa con 22 años de casada, se dirige hacia el punto donde sorpresivamente, junto a los otros dos cooperantes de la Salud, ha pisado suelo espirituano su esposo, el médico jatiboniquense Miguel Sacerio Caballero. Se les esperaba en un lugar y “aterrizaron” a varios metros del mismo. Escambray la interroga:
¿Cómo se siente?
“¡Feliz!, no atino a nada, imagínate… Desde que llegó hemos hablado por teléfono todos los días, a toda hora me está llamando siempre. Ha cumplido misión en México, Venezuela y esta en África, ahí con el ébola”, refiere de manera imprecisa. Es el hijo adolescente quien concreta la frase, mientras prepara su dispositivo móvil para captar cada imagen que sucederá al encuentro. “Sierra Leona”. De allá vienen los tres.
Luego de los besos y las caricias por brazos, manos, caras, Sacerio accede gentilmente al diálogo: “Me siento muy bien, feliz, contento por regresar a la Patria. Nosotros llevábamos una consigna, como los expedicionarios del Granma, que hablaban de vencer o morir. Nosotros simplemente decíamos: vamos a vencer y volver. Y vencimos y aquí estamos.
¿Dejó aquel país mejor que como lo encontró?
“Sí, sí, nosotros logramos bajar la mortalidad a menos del 40 por ciento donde ese indicador era del 90 por ciento, en el caso del ébola. O sea, que el trabajo fue duro, intenso, hubo riesgos grandísimos, lo que el trabajo fue constante, difícil, pero se logró todo esto por la disciplina, por la preparación que recibimos”.
¿Algún caso específico que le impactó durante la misión?
“Al principio llegamos y empezamos a ver a muchos niños muriendo, eso para nosotros es muy difícil. Atendí a una niña de nueve años que falleció, al principio de nosotros llegar. No recuerdo su nombre, pero el apellido era Kamara; los protocolos no estaban bien actualizados, empezamos a actualizarlos y la situación comenzó a mejorar”.
¿Qué huella deja esta misión en usted?
“La miseria humana, la gran miseria humana en que viven los países africanos. Nunca pensé encontrarme un país tan desolado, tan olvidado, tan atrasado y con tanta necesidad, incluso hasta de agua. Eso me marcó profundamente. El sistema de salud es pésimo, la muerte se ve como una cosa muy natural y nosotros, los cubanos, no estamos acostumbrados a ese tipo de eventos o de situaciones”.
¿De qué manera enfrentaron aquella realidad?
“El principal objetivo de la misión, que incluso se dijo hasta por la Organización Mundial de la Salud, era que esos pacientes tuvieran una muerte digna, es decir, al menos que contaran con un servicio médico mínimo, porque ni eso tiene ese país. Nosotros no nos conformamos solo con la muerte digna, sino que tratamos de arrancarle a la muerte pacientes del ébola y empezamos a hacer algunos cambios en los protocolos.
“Al inicio no se podía tocar el paciente, no se le ponían sueros, no se les trataba de bañar, pero la personalidad del cubano, sobre todo del profesional médico, es otra. En la medida que fuimos cambiando esas prácticas fue revirtiéndose la situación y había una mayor sobrevida en los pacientes”.
Médico asistencial de la Sala de Hospitalización de Jatibonico al momento de la partida, Sacerio se declaró emocionado y algo aturdido, luego de un largo período en el que el contacto con otras personas resultaba mínimo: “Sí, ¡cómo no!, tenía seguridad de que volvería a ver a mi esposa y al resto de la familia, nos comunicábamos diariamente incluso durante la cuarentena en La Habana, que se extendió por 21 días”, declaró.
NO QUISIERA QUE ESO JAMÁS LLEGARA A CUBA
Julio César Gómez Ramírez, licenciado en Enfermería del Servicio de Anestesia en el Hospital Provincial Camilo Cienfuegos, describió de este modo su primera emoción: “Cuando llegué a Varadero, pisar la tierra cubana, y ahora esto aquí… es algo tremendo.
Me esperaban mi esposa, mi papá, mi suegra, mi familia…y mis hermanos, aquí estoy con ellos”, dice, refiriéndose en el último de los casos a sus compañeros de trabajo en el centro asistencial espirituano.
¿Y en lo adelante qué?, indaga Escambray.
“Incorporarme a mi trabajo y lo que indique la Revolución. Me siento bien”, afirma, mientras a su lado Leidy Hernández Quintana, su esposa, se seca las lágrimas. “Estoy muy emocionada, sinceramente. Ni de lejos imaginaba que iba a ser así, en estas condiciones. Desde La Habana llamaba a toda hora, bueno, creo que no desde La Habana, desde que puso un pie fuera de Cuba, yo le dije que me tenía que llamar diario”, sonríe ella y afirma que ahora le dio miles de besos, “los que no le di cuando lo despedí”.
Justamente Gómez Ramírez tuvo a su cargo las palabras de agradecimiento durante el acto con el que se les recibió, celebrado en el Monumento a los Mártires de la cabecera provincial, en la segunda mitad de la mañana de este domingo.
“El honor se lo debemos al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, principal gestor de la independencia que hoy disfrutamos. Todos los logros se lo debemos a él; lo que somos, el hecho mismo de crecer como profesionales, se lo debemos a la Revolución, a los que cayeron para que tuviéramos el presente que tenemos hoy”, significó, para luego, con la garganta anudada, confesar: “Yo no quisiera que, por lo menos mis hijos, vivieran lo que nosotros vimos, que jamás llegue eso a Cuba”.
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