El XXI Salón de los Artesanos-Artistas demuestra que la iniciativa creadora goza de buena salud por estos lares.
Los hilos, el barro, las piedras, la madera… están de fiesta por estos días en Trinidad. Después de meses —incluso años— de faena, llegan convertidos en piezas magistrales que, aunque los avezados continúan acuñando como artesanía por haber nacido de las manos de los autores, ajenas a procesos fabriles y automatizados, bien pudieran calificar como obras de arte.
Y es que a través del tiempo el estigma de menosprecio e inferioridad endilgado a las labores artesanales se ha diluido a tal punto que hoy suena, más bien, a letra muerta porque los mismos creadores han acercado sus piezas al universo artístico, a base de ingenio y tezón.
Así lo demuestra el XXI Salón del Acaa Rafael Zerquera Rodríguez, donde más de medio centenar de artesanos, afiliados o no a la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (Acaa) en el municipio, ponen a disposición del público lo mejor de su arte y arropan los salones de la Galería Benito Ortiz Borrell, de la Ciudad Museo, con el atuendo de la identidad; evento considerado “un privilegio para nuestra villa, que demuestra cómo a pesar de sobrepasar el medio milenio de nacida, inspira a sus artistas a crear objetos a partir de recursos nunca antes aplicados a las artes manuales”, como expresara Rolando de Valle, presidente del gremio en la localidad.
Esta vez la saeta centenaria volvió a deshilar la tela no solo para dibujar camisas o vestidos, sino para enrolarse en la misión casi suicida de crear un mantel para ocho comensales de más de tres metros, con detalles minúsculos de tanta exquisitez y acabado que el comité de expertos lo catalogó de “pieza única y excepcional en el último lustro”.
Ahora Carmen Cabrera Vivas, autora, ve recompensados los dos años ininterrumpidos de labor al alzarse con el máximo galardón del certamen, y honra la manifestación del tejido, a la cual se dedica este año el Salón. Tal y como señalara Luis Domínguez, especialista del Fondo Cubanos de Bienes Culturales: “ya sea en fibra, guano, henequén, guaniquiquí o la tela, el tejido subyace en la población trinitaria como marca indeleble”.
No faltan las piezas de barro, yarey y madera, muestra de aquellos procederes milenarios que ha resistido las veleidades del tiempo —algunos de ellos con un toque de renovación—; mas, este año se incorporan, además, elementos tan sui géneris como las conchas del mar, la lata tirada a la basura, las semillas de los árboles… gracias a las noveles generaciones; regresa la herrería, esa suerte de eslabón perdido, y los pinceles se muestran un tanto tristes por estar poco representados.
Tan variopinto paisaje comulga sin tiranteces gracias a la pericia del joven curador Reinier Borrell García, técnico de la Galería de Arte, capaz de hacer convivir en armonía más de 70 piezas de diversos tamaños y soportes hasta los primeros días del mes de noviembre, fecha tope de la muestra.
Por estos días del palacete otrora perteneciente a la familia Ortiz emanan aires de autenticidad. No se trata de ningún efecto para engatusar a los visitantes extranjeros, sino del fruto del trabajo constante de un puñado de artesanos-artistas que, desde el silencio, demuestran que cerca del mar y del monte la tradición no se estanca.
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