Recientemente Trinidad conquistó el Premio de Composición en el Festival de la Canción Infantil Cantándole al Sol. Escambray conversa con los galardonados.
—Sancti Spíritus, está muy convencida de que va a ganar un premio, ¿no?— le espetó cierta funcionaria a Liamer Llorente (Lía) en medio de la reunión donde se ultimaban detalles para la gala de premiaciones de la pasada edición del festival Cantándole al Sol.
— ¡Por supuesto! y tengo un vestido muy lindo que me quisiera poner— respondió la integrante del dúo Cofradía.
— Pero usted tiene la autoestima muy elevada— dijo la primera.
— ¡Yo sí!— ratificó la trovadora con su típica incontinencia verbal.
Lo que empezó como un juego, sin embargo, se hizo realidad. Así, Trinidad dejó su impronta en el concurso, gracias a las musas de Lía y de la poetisa del terruño Fredeslina González Portieles, quienes se aventuraron a incursionar en la composición para niños.
La primera, a través de una contagiosa melodía, dio vida al tema Mi barrio singular, donde los personajes cotidianos del territorio trasmutan en pintorescos animales: un perico adivino, un maestro almiquí, un ratón sepulturero, un burro que toca el violín a la entrada del mercado, un elefante guagüero, una araña tejedora que regaló su neceser, un cartero colibrí y tantos otros habitantes de un universo creado para los pequeños.
La segunda, por su parte, apostó por cantarle a la villa en sus entonces cinco siglos de fundada, al Aroma colonial —título de la obra— que deambula por sus calles y boquetes; a la ciudad encantada situada “al sur de la cordillera, con playas, sol y palmeras, bañada de mar y monte”, con la suave melodía que inspira el atardecer.
Obnubiladas aún por la euforia que atañe a un reconocimiento de tal envergadura, miran todo el trecho recorrido: las horas de Eusebio (Pachi) Ruiz —también integrante de Cofradía— convirtiendo los versos en canciones, la práctica constante con las inexpertas, pero talentosas intérpretes; la premura del envío de partituras y maquetas digitales a Sancti Spíritus para participar en el concurso provincial, la llegada a La Habana, a los estudios de grabación, los ensayos con La Colmenita… y les cuesta creerlo. A veces, dicen, deben acariciar de nuevo el trofeo para constatar que no se trata de una fabulación.
“Trabajo con niños desde hace años, cuando vivía en Holguín —comenta Lía—, pero nunca me había atrevido a componer para ellos hasta que la madre y la abuela de Celia Camila Figueredo me pidieron escribirle una canción a la niña, de seis años y miembro de nuestro proyecto Musicarte, para participar en el festival Carrusel, en Trinidad, pero Pachi me decía que esa letra merecía estar en Cantándole al Sol, y nos arriesgamos.
“Se trata de una experiencia única. El autor y el niño llegan a compenetrarse como si fueran madre e hijo. Ver a todos los concursantes juntos daba la sensación de estar en un país de fantasía, donde, aunque cueste creerlo, no existían rivalidades. A veces piensas que cada uno es una isla, pero cuando estás dentro notas que en realidad se trata de una hermandad. Sentirte parte de ese enjambre laboral que es Cremata al frente de La Colmenita te hace crecer”.
Mientras, Fredeslinda considera que “a la hora de escribir para niños, tienes que sentirte uno de ellos”, y encuentra en la ciudad misma el motivo del éxito. “Trinidad agradece todo lo que hacen en su nombre. Por eso quise traducir en palabras la belleza de su paisaje, la riqueza del patrimonio, pero sin acudir a los diminutivos, al facilismo con que a veces se asume una prosa o una poesía infantil. Cuando miraba al coro, sabía que ellos disfrutaban el lirismo de la letra”.
Y alude al virtuosismo de Gabriela Valmaseda, quien con extrema dulzura hechizó a todos en el certamen; promesa incipiente del canto en la tercera villa que encarna en sí misma el aroma trinitario.
Mas, aquellas palabra nacidas del delirio nunca hubiesen abrazado las melodías de no ser por Pachi, cuya modestia solo le permite decir: “Mi trabajo solo ha consistido en apoyar toda la locura bonita en la que Lía se envuelve y envuelve. Ella me pidió que musicalizara las canciones. Yo veía que ambas tenían grandes posibilidades porque las historias estaban contadas desde la perspectiva de no subestimar al niño ni considerarlo incapaz de captar el guiño con inteligencia que se pretendía trasmitir. Traté de no repetirme ni en género ni giros melódicos porque cada canción tiene que tener su propia personalidad”.
Así, en apenas 3 minutos y un poco, Trinidad quedó resumida en versos. Sus barrios, su gente, su olor, su historia… se hicieron poesía y más tarde, canción. Aquel día de diciembre el teatro Karl Marx se llenó de imaginarias calles empedradas, de mar y monte para cantarle al sol.
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