Abocada desde un inicio a los temas cotidianos, Aurelia Beltrán Díaz ofrece en su obra una policromática visión de la realidad
Una pareja de novios enamoran acurrucados en un balcón. A sus pies pasan carretones atestados de personas. Entre las patas de los caballos serpentean perros vagabundos que casi escuchamos ladrar. Hay felicidad en cada rostro: suaves sonrisas ajenas al tórrido clima y los dolores cotidianos. Al fondo, las fachadas coloniales, dibujadas con marcado simplismo, exhiben algunas de las riquezas arquitectónicas que hacen de Sancti Spíritus un paraje único… Aurelia Beltrán Díaz (Llella) está pintando, y es como si la ciudad entrara en su casa.
Bibliotecaria de profesión, esta mujer de rasgos achinados y baja estatura, cuenta ya con 70 muestras colectivas y cuatro personales. Disímiles eventos dedicados a las artes plásticas han acogido sus obras, entre ellos los Salones territoriales de paisaje celebrados en Santa Clara y Ciego de Ávila, el salón Visu-Arte de Cienfuegos, la sede del proyecto La Guayabera y el capitalino Salón Internacional de Arte Naif. Entre las principales instituciones donde ha expuesto cuentan el Museo de la Revolución, la galería Collage Habana, la espirituana Casa del Teatro y la sede provincial de la Sociedad Cultural José Martí.
Las manos de Llella, capaces incluso de leer el braille, fueron acercándose a las artes plásticas desde que trabajaba como especialista de la Sala de Arte de la Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena, donde llegó a crear laminarios con fines didácticos y sentó cátedra en el Departamento de Procesos Técnicos. Tras el retiro laboral, se entregó de lleno a la pintura y nueve años después presentó la genesíaca muestra Cercanía del paisaje, en cuyo catálogo Remberto Lamadrid aseguró que los colores de aquella novel creadora tenían “la virtud de lo impoluto”.
Aún hoy, las palabras del Lama cargan toda su lucidez. Los óleos y acrílicos de Llella, abocados desde un inicio a los temas cotidianos, sigue ofreciéndonos una sencilla y policromática visión de eso que llamamos realidad. El marcado simplismo de sus trazos, el reiterado empleo de la perspectiva caballeresca, esa forma suave y delicada de pigmentar, tan cercana a los dibujos infantiles, le han permitido concebir esa cosmografía tan personal, reconocida y reconocible, que busca reflejar la bucólica visión que tiene del eterno Santilé, con sus añosas calles empedradas, trovadores trasnochados, carnavales multitudinarios y rocambolescos bicitaxis.
Sin embargo, recientemente Llella ha abierto un nuevo camino expresivo al ejecutar varias plumillas donde brinda espacio a lo fantástico. Los protagonistas de dichos dibujos, encargados para ilustrar el número de la revista Signos dedicado a los 500 años de Sancti Spíritus, Trinidad y Camagüey, muy bien podrían integrar la amplia corte de seres fabulosos descritos por Samuel Feijóo y René Batista Moreno en los libros Mitología cubana o La fiesta del tocororo.
Por aquí deambula una deidad marina con senos abultados y cabeza en forma de pez; por allá saltan güijes de cabellos hirsutos y mirada terrorífica ufanados en asustar a los viajeros desprevenidos. Llella ha apartado momentáneamente los colores y se nos muestra hábil en el dibujo, más sugerente e imaginativa, interesada en dominar una técnica difícil que requiere precisión y pulcritud. Es como si de pronto hubiera decidido retratar lo imposible, y desde aquí solo me resta exhortarla a que insista en su empeño y pronto lleve sus nuevas criaturas al lienzo.
Quizás ese sea el paso decisivo a la hora de reafirmarla entre lo mejor del arte popular espirituano junto al eterno Lamadrid, El Monje, Caracusey, Erasmo Rameau, Margarita Porcegué, Benito Ortiz, la recién fallecida Servanda Peña y otros tantos que han prestigiado y aún defienden dicha manifestación plástica en nuestra provincia.
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