La muerte le puso el último pie forzado a Luis Martín. Irremediablemente cierto. Mas, con la habilidad y la galanura de curtido repentista, pudo descifrarlo en segundos; aunque se llevó la décima a cuestas este 19 de octubre y nos privó de escucharla.
Nadie crea que al cabaiguanense le tiraron una alfombra rutilante hacia el camino del repentismo y de las tonadas, en particular. Hasta en su misma casa, se entonó la controversia; de un lado, su papá se embelesaba al oírlo cantar desde niño; del otro, su mamá le advertía ella sin segundas intenciones: “Los poetas son unos chulos”.
Más de una vez aclaró que llegó a ser artista gracias a su coterráneo, el Comandante Faustino Pérez, de quien había sido chofer y cierto día vio allá por los años 60. “Luis, ¿y el canto cómo va?”, y le relató su exclusión de un grupo profesional, con actuaciones habituales en el programa Fiesta en la cooperativa. “¡Vaya para la emisora y dígale al director que yo lo mando!”.
Y aunque con esos truenos, pocos se negarían al reclamo, si algo le abrió las puertas a Luis Martín hacia la música campesina fue su oído agudísimo, como lo refirió el instrumentista Esteban Pino, quien lo consideró la mejor contrafigura en las controversias.
Aún hoy se recuerda su careo chispeante en Guateque en la agricultura, de Radio Sancti Spíritus, con el poeta Raúl Herrera, quien, para sacarlo de paso, le sugirió en versos tomar pastillas de PPG por sobrepasar la línea de los 60 años. Cuentan que casi se arma la de San Quintín, mas, el pánico no cundió. Porque si alguien ponderó las virtudes de Luis Martín fue su colega de mil y una aventuras musicales, Raúl Herrera, quien le regaló el epíteto de El Rey de las tonadas.
Discúlpenme, quise decir quien lo reconoció con tal apelativo. Otro decimista cercano al cabaiguanense, Virgilio Soto, nunca pudo contarle las tonadas; el propio Luis confesó que su repertorio ascendía a más de 100, en entrevista con Escambray. Él hizo suyas la Milimil, la Cumbancha y Caramba, sin olvidar un sinnúmero de españolas.
Un avanzado en los trillos de la espinela, el también investigador Alexis Díaz-Pimienta, incluyó al espirituano en un análisis de la evolución del repentismo en el siglo XX cubano y lo calificó como “excelente tonadista, de canto reposado y suave”.
El escenario no desmiente a Díaz-Pimienta. Martín, conocido, además, como El Ruiseñor del Yayabo, demostró que no era segundo de nadie en el programa televisivo Palmas y cañas, donde compartió con Chanito Isidrón —hasta allí llevó después a Raúl Herrera—, en la radio provincial, en España, Francia y Marruecos.
Gracias a sus dones naturales, poco a poco se empinó aquel mocetón que manejó tractores, camiones, guaguas… y que cuando en 1980 vio entre sus manos el premio Eduardo Saborit, arrebatado a los mejores poetas de Cuba, exclamó: “¡Ñoo, si el más bobo era yo”.
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