Venezuela se juega una vez más, como ha venido ocurriendo en los últimos tiempos, el destino de la América nuestra
Todos los observadores imparciales de la realidad venezolana coinciden en destacar el éxito de los chavistas en los comicios internos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) celebrados el pasado domingo, y que se caracterizaron por la amplia afluencia de votantes y organización ejemplar en los 3 988 centros de votación abiertos a lo largo y ancho de la extensa geografía morocha.
Y es necesaria esta aclaración porque los alabarderos de la derecha oligárquica están divulgando a diestra y siniestra, con ayuda de los medios propios y los de quienes los secundan en Estados Unidos, España y otros países, un panorama imaginario según el cual estas elecciones habrían resultado un fiasco.
De acuerdo con datos del Consejo Nacional Electoral, la consulta se organizó en 87 circunscripciones de todo el país, que abarcan los 335 municipios comprendidos en los 23 Estados y el Distrito Capital, en presencia de representantes de 12 naciones y a padrón abierto; es decir, que los electores podían elegir de 1 162 postulados los 98 aspirantes a un escaño entre los 167 que tiene la Asamblea Nacional.
En lo inmediato, el oficialismo se ha anotado dos tantos consecutivos, pues tapó la boca a quienes desde las filas contrarias habían esgrimido el pretexto de la falta de una fecha para realizar esos comicios, previstos en diciembre, y ahora, con alrededor de 3 200 000 votos, dejó empequeñecida a la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que solo registró unos 300 000 en los 33 de los 87 circuitos en que se distribuyó el padrón electoral. Parece que le bastó con esa fracción y dejó los otros 54 en el limbo.
No obstante, personalidades del Gobierno han alertado que la MUD, que cambia de discurso o de color más rápido de lo que lo hace un camaleón —ahora algunos reconocen que Chávez era bueno, pero alegan que Maduro no— no han cejado en sus planes de derrocar a las autoridades por cualquier vía y están utilizando las acciones desestabilizadoras para restarle votos al oficialismo y así desbancarlos de la Asamblea unicameral en diciembre venidero.
Interrogado sobre qué se podía esperar bajo tal escenario, Alí Rodríguez Araque, embajador de Venezuela en Cuba, señaló que haría la situación actual mucho más difícil, “crearía mucha obstrucción en el parlamento para el tema de la aprobación de los presupuestos, tomar decisiones, dictar leyes…” .
No obstante, analistas como el periodista José Vicente Rangel, ven una connotación aún más grave derivada de tal eventualidad, pues si se produce lo peor, y la MUD llega a obtener mayoría decisiva en el Parlamento, sería posible entonces que intentara — como en su momento lo hizo la ultraderecha paraguaya— la defenestración del presidente, tal como ocurrió a Lugo.
Por todo lo anterior, Venezuela se debate de nuevo en una batalla en extremo delicada debido a la crítica situación de la economía, la cual tiene dos causas fundamentales: en primer lugar la feroz guerra económica desplegada por los sectores oligárquicos y los especuladores, y en segundo término, por los bajos precios del petróleo, que ahora se han estabilizado alrededor de los 50 dólares el barril, cuando el presupuesto de la nación se basa en un monto estimado de 60 dólares por tonel.
Esto crea inflación; es decir, la pérdida del valor del dinero, y al mismo tiempo, la disminución de la disponibilidad de divisas incide en una mengua forzada de las importaciones en un país cuyo desbalance estructural —creado por muchas décadas de desgobierno de los poderosos— lo hizo dependiente de los productos importados, empezando por los alimentos.
Encima de todo lo anterior opera la feroz campaña interna y externa de descrédito y demonización de las autoridades venezolanas, a las que acusan de toda clase de excesos, cuando lo cierto es que la oposición ha abusado de las libertades democráticas imperantes en la patria de Bolívar para sus prácticas golpistas, y que políticos de esa filiación en ciertos estados y municipios, electos según la Carta Magna, violan continuamente la legalidad constituida.
Sin embargo, la MUD enfrenta un grupo de factores que conspiran contra su proyecto contrarrevolucionario, y esto se hace notorio cuando se aprecia que carece de un programa definido de gobierno — ¿o lo tiene en secreto?—, se dedica a atacar los programas de la Revolución bolivariana y sus dirigentes sin proponer nada viable a cambio; acusan una evidente falta de liderazgo y están minados por graves divisiones intestinas.
Frente a ese cuadro, el Gobierno de Nicolás Maduro tiene a su favor toda la obra construida en 16 años de proceso revolucionario, el surgimiento de una nueva y pujante generación, ahora representada en su candidatura para la Asamblea Nacional, el desprestigio de la oposición por su servilismo frente a los poderes externos, y el fervor del pueblo en oposición al decreto de Obama que declara a Venezuela una amenaza para los Estados Unidos.
Así las cosas, en la caldera hirviente que resulta hoy Venezuela se juega una vez más, como ha venido ocurriendo en los últimos tiempos, el destino de la América nuestra.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.