Publicado por Letras Cubanas, el ensayo ganador del Premio Alejo Carpentier 2014 propone un acercamiento a la obra de Severo Sarduy
Muchos y muy prestigiosos investigadores del mundo han estudiado la obra del poeta, narrador, ensayista y crítico de arte Severo Sarduy. Este autor, nacido en Camagüey en 1937 y muerto en París en 1993, probablemente sea, junto a José Lezama Lima, Alejo Carpentier y Virgilio Piñera, el escritor contemporáneo cubano que más atención ha recibido de la crítica internacional.
Parecería entonces que ya nada queda por decir sobre las claves de su escritura; pero —y este pero debería estar en mayúsculas, subrayado y en negrita—, he aquí que todos, absolutamente todos, han pasado por alto lo que es piedra angular de su arte.
Todos, hasta que ahora, felizmente, el sello editorial Letras Cubanas nos entrega el ensayo ganador del Premio Carpentier 2014: Imagen y libertad vigiladas. Ejercicios de retórica sobre Severo Sarduy; escrito por el poeta, narrador y ensayista espirituano Pedro de Jesús (Fomento, 1970).
Coloco en palabras de Pedro el meollo central de su hallazgo: “Severo Sarduy es creador que funde artes plásticas y literatura en un todo orgánico, no solo mediante la práctica concreta de ambas manifestaciones, sino gracias a la incorporación recurrente de la primera, trasmutada en motivo o asunto propiamente literario, en ideal expresivo y estilístico para la prosa narrativa o en mira privilegiada de su discurso crítico y ensayístico”.
Ciertamente, después de vista, cualquier tesis parece obvia. Por eso, en la presentación de este libro en Sancti Spíritus, libérrimamente cité una frase del escritor mexicano Fernando del Paso: “Saber que las células del ojo se llaman conos y bastoncitos no garantiza buena vista al miope”.
Porque, para descubrir los resortes que mueven la escritura de Severo Sarduy, no basta emplear las herramientas estándares de la crítica literaria. Ahora, tras leer a Pedro de Jesús, entendemos que es preciso volverse un poco Severo; matar su escritura para revivirla en otro espacio. El crítico ha de tornarse ojo, luz y panorama; no solo palabras que definen la visión.
Y eso es justo lo que hace Pedro: deconstruye el concepto para mostrar cómo se ha cimentado, qué procesos históricos y acumulaciones metafóricas lo sustentan. Y más aún: en el significado barthesiano del término, intenta matarse a sí mismo como autor para que yo, como lector, viva en él y en Sarduy. Donde comienza la escritura de Imagen y libertad vigiladas…, empieza una filosofía personal, un lector personal que va creando otro Pedro; otro Sarduy.
Así, tanto como hace Severo, Pedro de Jesús se propone insertar la escritura en una larga tradición que imbrica lo caligráfico y lo pictórico, tal es el caso de las culturas orientales como la china y la japonesa.
Pero el dilema reside en que Sarduy no lo hace a la manera tradicional, donde el concepto es sugerido de manera gráfica por el signo; ni, incluso, acudiendo al simple referente visual legado por la historia del arte, sino reconstruyéndolo, extrapolándolo, jugando al detective o al puzzle; ayudándose con el pastiche, el collage y la parodia. El retozo y la imaginación de Sarduy no parecen tener límites.
El ideograma chino para designar al hombre es un garabato que traslada la idea de un cuerpo y dos piernas: es rígido, casi infantil, la máxima reducción posible de la imagen. Sin embargo, la palabra literatura se representa con un hombre en actitud dinámica, en paso de baile, los brazos abiertos a lo ancho como quien quiere beber todo el aire que le rodea.
Como Pedro de Jesús ha descubierto que la mejor manera de ensayar a Sarduy es parodiándolo, hace como si la palabra literatura —escrita en chino— saltara a escena para realizar una performance. O, para emplear una imagen sarduyana, como si la fuera tatuando sobre un cuerpo que danza. Esa, infiero, es la vigilancia que propone para la imagen: libre, en tanto es cautiva de la imaginación personal; los referentes y puntos de vista particulares. O sea, tan solo es limitada por esa paradójica amenaza a lo conceptual que alguna vez advirtieron Borges, Montaigne, Brown y un español que ignoro: “Defiéndeme de mí”.
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