En el aniversario 13 del fallecimiento del destacado cantautor pinareño, Escambray reproduce el emotivo texto que le dedicara un trinitario admirador de su obra.
(Por: Raúl Zerquera Ortiz)
A Fernando Borrego nadie lo conocía en Cuba; a Polo, tampoco, aunque era el mismo. Solamente en su pequeña tierra lo veneraban.
Cuando llegó la noticia desde Colombia, todo el mundo dudó. Un guajiro cubano, un trovador, triunfaba allí de manera esplendente: ¿por qué allá sí y aquí no, si somos casi los mismos colombianos y cubanos?
Entonces nos llegó la canción Un montón de estrellas. En lo adelante ya nadie tuvo dudas. Era poesía cubana de la buena, de la que ya no hay mucha, pero hay, porque la poesía está en todas partes, solo se necesitaba de arte y sensibilidad para encontrarla y Polo tenía un mar de las dos cosas.
Poco a poco, a pequeñas dosis, nos fue llegando algo más. El cubano fue despertando de la modorra, de la indiferencia hacia la música y los ritmos que con excepciones no le decían mucho. Una tras otra las canciones del bardo nos fueron embriagando.
No gustaba solo a los viejos, a los guajiros, a los obreros; gustaba a todos. Las multitudes se apretujaban para verlo en cada batey, en cada pueblo, en cada ciudad. En una urbe como La Habana quizá alguien pensó que no sería así, pero increíblemente la gran ciudad se desbordó; hasta los más jóvenes bebían de la miel de aquellas melodías que traían algo nuevo, un sabor al que ya no estábamos acostumbrados: era la miel en la música del guajiro natural.
Pero tal como llegó se nos fue ese fenómeno querido. Quizá ese sea el destino de los iluminados. Así sucedió con Polo Montañez, la estrella que no declinó porque se precipitó desde el cenit dejando una estela de luz que durará por siempre. Las estrellas como él no declinan, no mueren, no colapsan, sino que imprimen una estela indeleble en el firmamento de la memoria y el cariño de los pueblos.
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