La anciana centenaria, sobrina del patriota insigne de Cabaiguán Rafael de Jesús Sorí Luna, habla con precisión de sus vivencias de antaño.
Con un siglo de existencia la vida se ve distante, cargada de remembranzas y anécdotas que, poco a poco, llenan años y traen a la actualidad pasajes, al parecer intrascendentes, pero cargados de emotividad y patriotismo en la historia de Rafaela Sorí, la sobrina de Rafael de Jesús Sorí Luna, patriota insigne de Cabaiguán.
De su verbo, todavía claro, brotan las palabras precisas ante cada pregunta de Escambray.
¿Qué recuerdos perduran a la vuelta de 100 años?
“Todos. Desde que nací el primero de noviembre de 1914 en la calle Máximo Gómez No. 163, frente al Paseo Norte en Sancti Spíritus, hasta el instante en que me casé y me convertí en la aliada de mi esposo, cuando lo ayudaba con la comida para los rebeldes que escondía en la casa de tabaco de la finca, allá en Neiva donde vivíamos”.
Sentada en un sillón de la terraza, Rafaela pasa casi todo el día; las manos se entrecruzan y la sonrisa brota constante, cada vez que conversa con vecinos, amigos, familiares y algún que otro visitante que llega a ella en busca de consejos, esa es hoy su mayor virtud.
“Tuve una vida de hogar —dice—, como cualquier mujer campesina de la época, me ocupaba de las labores domésticas, el jardín, la cocina, la crianza de mi hija María Elaine, pero también de ayudar a la familia en todo lo que pudiera”.
¿Y su vínculo con Rafael, el tío que se fue a la manigua?
Fue siempre bueno; mi papá, José Alejo, nos contaba cosas sobre él, ellos eran 17 hermanos, pero Rafael se entregó por completo a la lucha, combatió al lado de grandes como Serafín Sánchez, Carlos Roloff y José Miguel Gómez; aunque su gran mérito lo alcanzó al salvarle la vida a Máximo Gómez. En la batalla de Mal Tiempo cayó herido y a su regreso, luego de la recuperación, se unió a Serafín en el Paso de las Damas”.
Como testigo del tiempo Rafaela sigue aferrada al encuentro con la memoria, a las veces en que, año tras año, la llevan junto al panteón erigido en homenaje a su tío o espera a los pioneros que la visitan para regalarle flores e intercambiar con ella pasajes de esa época.
Ahora se queja de sus piernas que la obligan a caminar apoyada en un andador, o de la inactividad por falta de labores que para ella resultaban cotidianas.
¿Cómo se puede tener un siglo y mantener ese espíritu?
Dejando pasar los días, yo siempre he sido una persona muy sana, he sufrido los problemas familiares, pero le he sonreído a la vida, porque es mejor reír que llorar, cuando ríes sostienes el alma y alargas un poco más la existencia, eso es algo en lo que creo.
¿Su papá murió de 103 años, ¿cuántos más vivirá usted?
Con los cuidados de mi hija, mis nietos y bisnietos, creo que algunos más. Este cumpleaños fue inolvidable, me colmaron de regalos, hubo dulces, refrescos y vinos, tampoco faltó música, porque a mí siempre me gustó bailar. En mi juventud no me perdía un baile con mi esposo, hacíamos una pareja linda, por eso cuando me sacaron a bailar en medio de la fiesta por mis 100 años acepté, solo un ratico, claro, porque ya las piernas pesan, pero me dejé llevar recordando los viejos tiempos.
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