Entre sus altos y gruesos muros de argamasa, la fatídica prisión de Sancti Spíritus tejió historias de dolor y sangre que alcanzaron su clímax entre los años 1869-1872, cuando fueron exterminados allí 37 cubanos y extranjeros
Risibles y mezquinas pudieran parecernos a los cubanos de hoy las constantes menciones incluidas en las Actas Capitulares del período 1870-1871, en las cuales las autoridades de la Real Cárcel de Sancti Spíritus solicitaban al Ayuntamiento local apoyo pecuniario para la alimentación de los presos, su vestuario o, incluso, para pagar el coste de unas velas con que se alumbraron los últimos momentos en capilla de un preso fusilado a la mañana siguiente.
Sí, resultaría jocoso de no ser por el hecho de que aquellos desdichados que tenían la mala suerte de ser confinados en el nuevo presidio, inaugurado en 1867 y destinado en sus inicios a servir de lugar de reclusión y penitencia a negros cimarrones y chinos insumisos, recibían por alimento un pútrido sancocho, se vestían con harapos y pasaban las noches en las sombras de sus lóbregas celdas.
Pero, aparte de lo curiosas que pudieran resultar tales pinceladas, cicateras o hilarantes, figuran con ribetes trágicos los 37 fusilamientos que tuvieron lugar tras los muros posteriores del recinto entre 1869 y 1872; algunos individuales; otros, de varios sentenciados a la vez, por fallos expeditos de Consejos de Guerra verbales, en un ambiente de terror y sin las más mínimas garantías procesales.
LA EJECUCIÓN DE UN GENERAL
De estas tristes 37 historias, descuella por su prominencia la del internamiento y ejecución del general bayamés Francisco de León Tamayo y Viedma, quien fue capturado herido y enfermo en un hospital de sangre al norte del territorio, por la guerrilla del notorio asesino, teniente José Vázquez, conocido por Barrabás, en unión de su fiel ayudante, el capitán espirituano Francisco Álvarez Cruz, “Panchito”, quien lo atendía de las heridas recibidas en combate.
Junto con otros cinco prisioneros, el general Tamayo y su fiel Panchito llegaron a la Real Cárcel el 14 de julio de 1871, y en un juicio relámpago por Consejo de Guerra verbal, efectuado en el vecino Cuartel de Caballería, se condenó al General y a su ayudante a la pena de muerte por fusilamiento, sentencia que fue cumplida al amanecer del día siguiente, atados los dos y con los ojos vendados, de espaldas al grueso muro trasero de la penitenciaría.
La historia recogerá para siempre el gesto sublime del joven barbero espirituano, hijo de Rafael Álvarez y Josefa María Cruz, a quien le prometieron respetar su vida si abjuraba de su jefe y de su ideal, pero prefirió afrontar las balas antes que sucumbir a la traición.
Si de altruismo y entereza se trata, vale consignar también el ejemplo de Abelardo León Gómez, joven de 25 años, natural de la villa del Yayabo y tenedor de libros, pues según testimonio escrito del investigador Marcelino Díaz, este patriota fue detenido y conminado a implicar en la acción revolucionaria al antiguo conspirador independentista Roque de Lara, de quien era empleado de confianza.
Pero Abelardo se negó de plano a tal vileza y, remitido a prisión el 18 de agosto de 1869 por el Comandante Militar de la plaza, sin consignarse motivo, resultó pasado por las armas el primero de septiembre del propio año, lo que demuestra hasta que punto imperaban en la Cuba de entonces la arbitrariedad y la injusticia.
¿ÉMULOS DE DORADO, HUERTA Y VILLAMIL?
Pero —justo es consignarlo— no todo era la España represiva y asesina que bañaba en sangre los afanes libertarios de un pueblo, y esto también se manifestó en la Real Cárcel. Allí fueron fusilados o reprimidos un grupo de soldados y paisanos de Iberia, acusados de traidores a la corona, o afines a la revolución.
Los ejecutados fueron el sevillano José Elvira Fernández y Fernández, el malagueño José Cano Álvarez y el catalán Francisco Truebal Arco. De Fernández, pasado por las armas el 23 de marzo de 1869, se consigna que era soltero, de 32 años de edad y escribiente, y a él correspondió el triste honor de ser el primer ajusticiado en este penal por motivos revolucionarios.
El caso de Cano Álvarez deviene ilustrativo, porque, siendo soldado realista ingresa en la Real Cárcel el 3 de julio de 1869, junto con los también integrantes del llamado Batallón del Orden, Pedro Abadía Avilés y Rafael Muñoz Rodríguez. Pero tuvieron diferente suerte, pues mientras a Cano lo fusilan el 24 de ese mes, sus colegas fueron entregados al cabo de salvaguardia Francisco Boldó para su conducción a Tunas de Zaza y posterior remisión a La Habana.
La detención del comerciante Mariano Pérez López, internado en la cárcel el 4 de septiembre de 1869 y fusilado el día 10 de ese mes, acusado de “seducir a los soldados para irse a la insurrección”, trajo aparejada la detención del soldado Manuel Molina Pérez. El 5 de septiembre también fueron capturados Antonio Sánchez, de la Cuarta Compañía del Batallón del Orden, como Molina, y otros tres soldados; Molina y Sánchez fueran remitidos a La Habana, vía Tunas de Zaza.
Por último, el 19 de febrero de 1870, ingresa preso el campesino vecino de Neiva, Cabaiguán, y natural de Cataluña, Francisco Truebal Arco, de 40 años de edad, quien el 10 del propio mes fue pasado por las armas por sentencia de Consejo de Guerra ordinario.
CIUDAD SUMIDA EN EL TERROR
Dable es imaginar la sensación de pavor que imperaría por esos días —1869-1872— en la villa del Yayabo, cuando por distintas vías se conocía la celebración de los fatídicos Consejos de Guerra verbales orquestados por el fuero militar y habitualmente seguidos al alba, pocas horas después, por una o varias ejecuciones.
Así, no fueron extraños los amaneceres signados por los secos estampidos de los Remingtons con sus tonantes descargas sobre la anatomía de revolucionarios indefensos, algunos inocentes; otros, prisioneros de guerra, todos con familia, muchos con padres, madres, esposas e hijos pequeños, en tanto en la ciudad se comentaba con espanto: “Parece que allá están fusilando”, aprehensión que poco después se confirmaba, al desfilar la carreta con los tristes despojos de los ajusticiados hacia el camposanto.
Todas esas historias y muchas otras guardan los vetustos muros —hoy parcialmente renovados— de la Real Cárcel, por la que pasaron en la etapa colonial más de 600 revolucionarios. De los fusilados, 24 eran espirituanos, ocho de otras parte de Cuba, tres hispanos y dos esclavos congoleses, de 12 diferentes oficios.
Gracias por ese articulo tan interesante. Francisco Leon Tamayo, era mi bisabuelo y desgraciadamente no se mucho de el . Me podria sugerir libros donde aprendiera mas.
Gracias,
Leonor,
Fransisco tambien era pariente mia. My abuela, Marcela escribio letras sobre Fransisco y nuestra familia antes de morir. Si quieres, te los mando. Mi email es ohnicnic@yahoo.com
Saludos!
Nicole
Como espiritual le agradezco mucho este artículo pues aquí me entero quien fue Panchito Alvarez, como porque hay una na calle espírituana
que se llama General Tamaño.Desde hace mucho vengó proponiendo de que alguien se ocupe de ilustrarnos sobre los nombres de nuestras calles,Estoy seguro que saldrán a la luz interesantes historias como la que UD cuenta y que la enorme mayoría de los Yayaberos desconocemos.Por ejemplo desconozco por que hay una calle que se llama Garayta y mucho menos por que se nombra Escribano un populoso reparto nuestro. Gracias