El oficial de la Seguridad del Estado Rolando Yero Román libró una dura batalla junto con sus agentes contra conspiradores y bandas armadas.
Rolando Yero Román, el oficial Tito de la Seguridad del Estado en los años del enfrentamiento al bandidismo, no quiere hablar de sí mismo ni de los métodos empleados —que pudieran estar aún vigentes, alega—, sino de las heroicidades de los agentes que le permitieron a él y a sus compañeros desarticular peligrosas bandas armadas y organizaciones contrarrevolucionarias. Solo a retazos brotan sus confesiones.
Tito y sus superiores sabían que estas entidades constituían el cordón umbilical de los grupos irregulares que sembraban el terror y dañaban la economía en amplias regiones del país, allanando el terreno para provocar el derrocamiento de la Revolución por cualquier vía; de ahí la prioridad máxima de enfrentarlas. No era su tarea ir tras unas y otros, arma en mano para combatirlos —de eso se encargaban las Milicias, las FAR y grupos especializados del Minint—, sino un fino trabajo de infiltración e inteligencia.
Esta labor peligrosa y sacrificada como pocas la inició Yero siendo todavía un mozuelo imberbe cuando en agosto de 1959 se logró penetrar y desarticular La Rosa Blanca, compuesta principalmente por elementos del antiguo régimen de Batista y de la satrapía trujillista. Creyó entonces Tito que todo volvería a la normalidad, cuando en realidad ocurriría todo lo contrario.
FLORECEN ENTIDADES Y SIGLAS
Acaso en cuestión de meses ya existía el Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR) al que seguirían —en orden aleatorio— el Movimiento de Integración Revolucionaria (MIR), La Triple A, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la Unión Nacional de Integración Revolucionaria (UNIR), el Frente Interno de Unidad Revolucionaria (FIUR), el Gobierno Interino de Liberación Anticomunista (GILA) y muchas otras.
Entretanto, el auge que tomaba la contrarrevolución interna, financiada y dirigida desde el exterior alcanzaba niveles preocupantes y en las montañas y zonas intrincadas del país se multiplicaban las bandas armadas. Los planes de algunas de estas organizaciones sediciosas eran cada vez más agresivos y canallescos, entre ellos la quema o envenenamiento del agua de círculos infantiles, los atentados a personalidades, etc.
Siempre, según Yero, “la penetración de estas organizaciones nos permitió frustrar muchos de sus planes subversivos y criminales. ¿Y cómo podíamos lograrlo? Solo por medio de personas abnegadas y valientes capaces de infiltrarse en el seno de esas agrupaciones para conocer con antelación sus designios e impedir sus fechorías y actos terroristas.
“Cada oficial nuestro contaba con un número de agentes. Yo siento orgullo y gratitud al mencionarte a algunos de ellos, como Tomás Gómez López, el agente Zacarías; Sixto Celestino Rodríguez Sánchez, Napoleón; Francisco Castillo López, Amado; Inocente García Pino, El Gordo; Ruperto Álvarez Palmero, Chano; Miguel Orozco, Pegolín; Julio Rodríguez Rodríguez, Tamakún; Edith Reinoso Hernández, Niurka, y Jarle Valdés Zayas, Douglas, entre otros; algunos de ellos aún activos, quizá fuera del país”.
No esconde Tito su satisfacción cuando expresa que, gracias al trabajo realizado por estos agentes, se logró desarticular a todas estas organizaciones y a la Unión Nacional Revolucionaria —UNARE—, una de las que infiltro “Niurka”, antes de irse al exilio y colarse entre la dirigencia terrorista de la mismísima Alfa 66.
Cuando habla de Napoleón, de Tamakún, de Douglas o de Niurka, Yero solo emplea términos superlativos. Muchos cubanos y espirituanos en particular les deben la vida a la labor anónima de estos agentes y sus homólogos, y destaca sus cualidades humanas. Por desgracia, algunos ya no se encuentran entre nosotros.
UN CASO CURIOSO
Aunque Tamakún, Zacarías y Napoleón interactuaron —sin que ninguno conociera la verdadera condición de los otros— en la destrucción de importantes organizaciones contrarrevolucionarias y bandas de alzados, como las del Bizco María y Adalberto Méndez Esquijarosa, la captura de connotados elementos, como Rafael Manso y Pepe Dinamita, y la frustración de planes de asesinato contra Fidel, tal como el que fraguó el agente CIA Tony Hernández, no fue este el caso más curioso entre los de su tipo.
Fue la relación de trabajo establecida entre Edith Reinoso y Sixto Celestino la más ilustrativa entre las que recuerda Rolando Yero Román. Quizá el primer reporte de este género, vino de Napoleón acerca de Niurka, como integrante activa de la dirección de UNIR, organización estrechamente vinculada al MIR, a lo que la citada correspondió de igual manera.
Luego ambos se verían nuevamente dentro del FUIR —la entidad de su tipo más agresiva entre las que les tocó infiltrar— porque Edith participó en el traslado de algunas armas, ropa y zapatos desde La Habana en una tarea en la que también estuvo el negro Zacarías. Napoleón incluso visitó en el Vedado la casa de Concha Roque, hermana de Fernando Roque, que era el esposo de Edith Reinoso, y ese día ella se encontraba allí.
Luego seguirían interactuando y ambos fueron muy útiles en la frustración de planes de atentados como el auspiciado por el referido Tony Hernández y otros de su cariz. Estando en la casa de Pedro García en Placetas, les llegó la noticia de que iban a ser rodeados por el Ejército Rebelde, a lo que ella, sin inmutarse, le dice a Sixto: “Vamos para Nazareno a la casa de Gustavo León” y hasta allá la llevó Napoleón y allí durmió esa noche.
Después, comentaría Sixto Celestino —luego fallecido— a este redactor, “se me perdió de vista y me enteré de que se había marchado a los Estados Unidos. con los hijos de Nazario Sargent y hasta se filtró en el Alfa 66. Yo ignoraba que ella era agente del DSE. Lo supe después que regresó del Norte y me lo informó el oficial Tito. La visité en La Habana en su trabajo de Transimport y al verme frente a frente se llevó una gran sorpresa. Entonces la admiré y la quise”.
Pasado medio siglo, Rolando Yero Román evoca con emoción aquellos días inciertos y las mil aventuras vividas, las excelentes personas que conoció como parte de su actividad anónima, el alto sentido de la ética que signó toda la labor. Nuestros agentes —dice con sus palabras— trabajaban con un amor muy grande, infiltrados, a costa de su sacrificio, sin ganar un centavo, jugándose la vida y por eso digo yo que hay que hacerles un monumento. Esta es la historia, el corazón y el porqué la Revolución se ha mantenido.
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