El enfermero espirituano Reidel Ortelio Hernández González, quien presta servicios en Nepal, comparte con Escambray vivencias de su misión en campaña
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A unos pocos pies de altura, desde la ventanilla del avión, solo se divisa una franja de tierra a ratos interrumpida por unos contornosblancos aparentemente levantados casi a ras del suelo. No son nubes ni casas, aunque vistos desde más cerca se sepa que ahora vienen a ser los únicos techos. A unos pocos pies de altura ya se han sorteado muchas cumbres y erguidos solo se ven escasos espigones grises tan delatores de construcciones otrora enhiestas.
Abajo no hay más que grietas, cadáveres sepultados en las ruinas mismas de lo que antes fueran hogares, estertores telúricos que han hecho temblar vidas… Nepal no es más una ciudad; es un espasmo.
Lo imaginaba acaso por las noticias que escuchó aquella noche, mucho antes de que la brújula de la vida le señalara otro norte. Pero Reidel Ortelio Hernández González lo supo el pasado 12 de mayo, cuando aterrizó en aquellas tierras asiáticas únicamente con una mochila, la experiencia de tres décadas en la Enfermería —más de la mitad de ese lapso dedicado a la Anestesia— y no pocos temores a flor de piel.
Jamás había visto tal catástrofe y lo confiesa en estos días en que Escambray ha provocado tantas réplicas en su buzón de correo electrónico. Entonces ha pasado poco menos de un mes y Katmandú, la capital nepalí, sigue siendo un campamento desolado: por todos lados casas de campaña que simulan viviendas y hasta hospitales.
“Al llegar vimos una ciudad que continuaba su paso para lograr la normalización después del terremoto y el ir y venir de las personas y de los integrantes de los distintos grupos internacionales que prestan su colaboración para recuperar el país”, cuenta.
Y la Brigada Médica Cubana ha acampado en el epicentro mismo de muchos dolores. Justo en el patio de aquella instalación abandonada que ahora funge como centro asistencial, en las afueras de Katmandú, están las carpas donde apenas logra un duermevela Reidel —el único cooperante espirituano por esos lares— junto al resto de los cubanos. Más allá, en Bhaktapur, otras paredes y otros techos de lona improvisan también un hospital.
Pero ni los estremecimientos acaecidos al día siguiente de poner un pie en tierra ni los que le han sucedido lo han logrado sacudir tanto como aquellas sonrisas que empezaban a esbozarse aun entre las lágrimas. “Los primeros casos recibidos —escribe— en medio de su calvario nos expresaban su agradecimiento y su reconocimiento a la labor realizada por la brigada”.
Han llegado a rastras o hallados por los médicos cubanos que en lengua inglesa o en nepalí, cuando cuentan con el auxilio de otros nacionales, empiezan a tender manos. En medio de esas cuatro paredes, donde irrumpen una mesa de operaciones, una lámpara y aquel equipamiento rudimentario para lidiar con las urgencias, Reidel se las ingenia para acompañarlos antes, durante y después de las cirugías; para aliviar ese y otros dolores.
“Fundamentalmente hemos atendido traumatismos, fracturas, casos con trastornos psicológicos a causa de los daños del terremoto como la pérdida de familiares, la casa y otras propiedades; personas con enfermedades crónicas y con otras curables que no habían recibido asistencia médica debido al bajo acceso de la población pobre a la salud”.
Pero el milagro se va haciendo día a día: más de 5 000 pacientes atendidos y las intervenciones quirúrgicas realizadas superan las 60. Nadie de aquellos individuos de ojos rasgados y tez medio amarilla que traspasan el umbral del hospital cubano imagina que la salvación también lleva implícita dosis de heroicidades.
“Ha sido difícil porque no contamos con las condiciones ideales, pero el trabajo en campaña nos hace crecernos ante las dificultades y brindamos nuestro servicio con calidad y amor”.
En Nepal los días parecen tener más de 24 horas a juzgar por ese entra y sale de piyamas azules y nasobucos que auscultan aquellas planicies grisáceas sin pausa alguna. A las seis de la mañana amanece para Reidel y es lo único estricto, pues la jornada de trabajo ignora horarios, tanto que suele dilatarse mientras haya pacientes.
Solo cuando los sismógrafos han marcado nuevos temblores la vida toda se detiene, por segundos. Han sido instantes de azuzar, inconteniblemente, los temores. “¿Quién no ha sentido algún miedo al enfrentarse a algo que, salvo algunas excepciones, los cubanos no hemos experimentado? —me dice—. Nos protegemos saliendo fuera de las instalaciones hasta que pase el evento y se nos oriente regresar. Por esta razón también dormimos en las casas de campaña”.
Ante tanta calamidad, ¿qué experimenta al saber que está salvando vidas?
“Un inmenso orgullo y la satisfacción de llevar nuestra solidaridad y la salud que tanto necesita el pueblo nepalí en este momento de dolor y destrucción”.
No son alardes. Nada de lo que cuenta figura para él como proeza, aunque bien lo sea desde el día aquel que dejó atrás los rutinarios viajes Cabaiguán-Hospital General Universitario Camilo Cienfuegos para ir a lidiar tan lejos con la muerte. Y presumo que tal vez lo sabe y lo calle, tal vez porque hay glorias anónimas que empiezan a escribirse sin necesidad de contarse.
Basta palpar las heridas y sanar y escuchar luego por todos lados aquellos gritos: “Dhan’yavada”, esa forma tan nepalí de dar las gracias.
Qué alegría encontrar a Reidel en las páginas de Escambray. Es un enfermero de corazón. Da gusto su trato en el hablar, su dedicación. Ojalá que su quehacer sirva de ejemplo. Lo felicito!
Inmenso nuestro reconocimiento a Reidel por representarnos tan dignamente en Nepal como lo hicieron los que lucharon contra el Ebola, cada dia ponen muy en alto a nuestra patria y a la Salud Publica y en especial a nuestra Profesion de la Enfermeria.
Aca te esperamos todos con tu deber cumplido.
Honor a quien Honor Merece.
Agradecemos al Escambray este reportaje con informacion sobre la Brigada Cubana en Nepal, sobre todo por saber de Reidel, quien es y ha sido un magnifico y querido compañero de trabajo nuestro en el Camilo Cienfuegos durante años, ya que no teniamos conocimientos de su presencia en esta Brigada. Nos llena de sano orgullo saber de nuestro amigo y de su hermosa labor. Muchas Gracias.