Casi a la sombra de la Iglesia Mayor, muy cerca del río Yayabo, se ubica el Mesón de la Plaza, un sitio que atrae al viajero por su estilo colonial y las aromas y sabores de sus comidas
Sus maderos huelen a añejo. Sus tejas rojas revelan el tiempo, su vida, en la Plaza Mayor, casi a la sombra de la Iglesia Parroquial, bañado por la brisa del río Yayabo, envuelto en los embrujos del Teatro Principal.
De su interior los olores que solo brotan de una comida exquisita invitan. Dicen que allí, en el Mesón de la Plaza, los caldos deleitan por su aroma y el sabor inigualables y que la ropa vieja, cierto platillo hecho a base de carne de res desmenuzada, no tiene iguales.
La intimidad del salón, con luces medias, mesas y sillas de maderos recios, con ventanales altos y puertas amplias, atrapa al visitante. La gentileza, el buen gusto, el trato afable y casi familiar que allí se respira invitan una y otra vez.
Atrapa el ambiente colonial; con la belleza típica de esa arquitectura. Atrapa el barro de las vasijas, las pinturas de época, la sobriedad del inmueble.
Vio la vida a finales del siglo XVIII, cuando el acaudalado Joaquín Rodríguez-Gallo presentó petición para fabricar en el solar de la plaza de la Iglesia, conocido también como del Padre Gómez, una vivienda con portal.
Hoy, lejos de aquel entonces, regala su mejor presencia y sus dotes de enamorar al viajero, entre el romanticismo que complementan la bella arquitectura y los aromas y sabores de la comida española que despiertan al más dormido de los paladares.
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