A causa, presumiblemente, de una tupición en un registro, los residuales líquidos del Matadero de reses Víctor Ibarra, en la cabecera espirituana, han inundado una barriada cercana a dicha institución
No es la primera vez que la calle Ramón López Peña, entre Bayamo y Juan González, en el municipio espirituano, se vuelve el cauce de un río de aguas pestilentes, a juzgar por el hedor que emana de los residuales líquidos del matadero de reses Víctor Ibarra que corren hacia allí. No es la primera vez que se escurre tanto; pero hoy sí la avalancha de llamadas inundó Escambray.
Casi al filo del mediodía, los vecinos del lugar comenzaron a sentir los primeros “olores” y en menos de una hora la calle ya era un arroyo. “Yo estaba entretenida viendo la novela —confiesa Vidalina Leiva, residente en ese barrio— y de pronto me dije: ¡Qué peste tan grande! y cuando apagué el televisor, que me asomé a la puerta, lo que venía por ahí pa’ abajo no tenía nombre”.
Según pudo constatar este órgano de prensa en medio de aquella laguna pútrida, la causa de los desbordamientos se debe a la recurrente tupición de uno de los registros —que, por cierto, descansa a orillas de un ilegal vertedero— hacia el que se evacuan los residuales líquidos del matadero y donde se han conectado —y vierten— también edificios multifamiliares y no pocas casas.
“Hace más de 12 años pasa esto. Aquí han estado la gente de Higiene, del Gobierno, de Acueducto y no se ha resuelto nada. Dijeron que iban a hacer una tubería por el lado de allá de la línea, pero Acueducto dijo que no estaba en el presupuesto. Esto pasa dos o tres veces al mes, esto aquí está declarado como un foco infeccioso por el Consejo de Defensa del Consejo Popular”, asegura Michel Melendres Madrigal, miembro de dicho órgano y residente en el caserío.
Mientras el agua sanguinolenta se desbordaba calle abajo, en el matadero espirituano la rutina seguía como si nada. Aparentemente los directivos de dicha institución se enteraron del vertimiento cuando Escambray les tocó a las puertas.
“No tengo conocimiento de eso, siempre que hay una tupición nosotros cooperamos con los compañeros del lugar —afirma Orisnel Valle Linares, jefe de la planta de producción—. Lo único que sale de aquí es agua, solo los residuales líquidos, porque el sólido se queda adentro; lo que pasa es que al sistema de nosotros vierten también Recursos Hidráulicos y unos cuantos caseríos.
“Al tupirse el registro lo que más afecta son los desechos del matadero porque para ahí se deben verter diariamente alrededor de 1 200 litros de agua que es la utilizada para la producción. De aquí hasta allá hay como 10 registros y a muchos les llevan las tapas, las rompen para llevarse las cabillas y echan escombros y se tupe. Esto de ahora sucede con frecuencia”, apunta.
Dicen que son las indisciplinas sociales la causante de tantas obstrucciones, que el sistema de residuales del matadero no tiene desperfectos y que ni tan siquiera ha afectado una reciente tupición, resuelta ya, en la entrada de dicho sistema.
“Aquí lo que hace falta es una laguna de oxidación —dice Valle Linares—, pero las tierras son de particulares y por eso no se ha podido hacer. Ya está en proyecto y el presupueso aprobado, para mudarnos para el matadero de cerdos en las afueras de la ciudad”.
Cuando la marea de aquellas aguas amenazaba con seguir subiendo, un carro de desobstrucción de la UEB Mantenimiento de la Empresa Provincial de Acueducto y Alcantarillado empezaba a intentar cortar el vertimiento. Ante la resistencia de la manguera a sortear la tupición, Escambray inquirió:
¿Qué hacen para acabar de raíz con estos salideros?
“Con este carro de desobstrucción tiene que destupirse, el problema es que aquí descargan muchas casas”, aseguró a regañadientes un obrero que dijo nombrarse Raúl Mencías. Y como si los borbotones incontenibles y los desechos circundantes no bastaran para desmentir cualquier gato por liebre, ante la interrogante de la frecuencia de estos trabajos se atrevió a afirmar: “No, esto no se tupe con mucha frecuencia”.
Esa es la suerte. Entonces, será por puro gusto que los vecinos de aquel barrio viven con el credo en la boca esperando, de un momento a otro, que el agua sanguinolenta se desborde calle abajo; que los niños, los ancianos y las embarazadas se encierren a cal y canto a ver si no los alcanzan los hedores —y las consiguientes infecciones—; que desde hace muchos años los organismos estatales hayan sido alertados y que hasta los días de hoy nadie pueda contener aquella crecida.
Esto es una falta de previsión y de sanidad ambiental de las autoridades del matadero espirituano, igual sucede en el «arroyo» detrás de la rotonda (apesta)